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Fracasados y perdidos

Fracasados y perdidos
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 3 de Octubre de 2011

He conocido, de lejos y de cerca,
a tipos que han terminado sus días
convertidos en guiñapos humanos
o en fantasmas encarnados.

Se trata de especímenes
bastante frecuentes en las familias,
cualquiera sea la laya de estas últimas.

La perspectiva de las décadas
nos permite a veces observar vidas enteras.

Hay gente que aparece ahora en las noticias
como autoridad en algún tema y uno piensa:
lo conocí cuando pasaba
todo el día jugando a la pelota
y se ponía a llorar por cualquier cosa.

Cuando miro alegremente a los niños
me viene una aprensión parecida a la pena:
no saber cómo va a ser el destino
de esos seres livianos y sonrientes.

Todos fuimos como ellos
en otro punto del tiempo:
teníamos una inexplicable
luz en la mirada,
los dientes límpidos
y blandos los cartílagos de las orejas;
la alegría nos resultaba fácil
y una naranja regalada
podía ser un tesoro:
la recibíamos y pegábamos
un carrerón para ir a guardarla.
¿Por qué todo más tarde
se puso tan denso y complicado?

El hecho es que entre
los enmarañados caminos del mundo
hay sendas especialmente perdidas.

Nadie se da cuenta cuando un adolescente,
que ya no cuenta con las seguridades de la niñez,
toma un rumbo incierto conducente
a un despeñadero sin regreso.

Alguna vez en mi vida
he vislumbrado el declive fatídico:
se me ha ofrecido como alternativa diabólica
en una bifurcación existencial.

Y diría que me he visto a mí mismo
en un virtual futuro: pobre, huraño,
desatendido, sin energía
y con la voluntad quebrada
al fondo de una casa
que se deteriora cada invierno
y en cuyos pasillos se acumulan
puros trastos polvorientos.

Ni siquiera estoy hablando
de los vagabundos de la ciudad,
que generalmente proceden
de familias más o menos sólidas
y que han sufrido
un proceso mental de desarraigo.

Me refiero más bien a los que fracasan
puertas adentro y en su encierro
van nutriendo el rasgo
que mejor los distingue: la debilidad.

El tiempo para ellos
pasa muy lento en el día a día,
pero contado en años avanza a zancadas.

Un día les llega la artritis
y más tarde el colon irritable,
y después las catástrofes dentales
para los cuales no solicitarán auxilio.

Se visten de retazos heredados,
son sus propios peluqueros
y sus propios dentistas.

Cuando, venciendo la desconfianza,
logran conversar, dicen cosas como éstas:
yo tenía muchas aptitudes matemáticas,
podría haber sido un gran ingeniero;
estuve a un paso de entrar en la Marina,
capaz que hoy sería almirante;
en el colegio gané
todos los concursos de dibujo,
era un dibujante nato y además,
como era celebrado por mi voz,
cada vez que había un acto oficial
me mandaban a llamar
para cantar la canción nacional.

En fin, después de la vida,
perdí el tiempo, nunca pensé,
no me apoyaron
y aquí estoy como me ves,
fregado hasta la médula,
sin parientes, sin amor.

Hay un tango cantado
por Julio Soza que podría ser
la música de fondo de esta crónica:

"Sol de mi vida
fui un fracasado
y en mi caída
busqué dejarte a un lado".

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