Los grandes triunfos de un gordo fracasado
por Juan Manuel Vial
Revista Capital N˚ 177, 7 al 12 de abril de 2006
Cyril Conolly, uno de los mejores ensayistas
y críticos literarios del siglo XX,
siempre consideró que su obra era muy menor.
Sin embargo, nadie se movió
con tanta gracia y desparpajo
dentro de aquel fascinante cuadrilátero
hecho de literatura, literatura y más literatura.
......
Es muy probable que nadie
haya escrito con tanta lucidez
acerca del arte de no escribir
como Cyril Conolly,
aquel angustiado hombre de letras inglés
que editó la mítica revista Horizon
entre los terribles años 1939 y 1950,
y que llegó a convertirse,
se diría que a su pesar,
en el crítico literario
más respetado de su lengua
durante buena parte del siglo XX.
Conolly, que se pasó 50 años
dedicado a publicar finísimos
ensayos íntimos de corte literario,
además de una novela
y toneladas de periodismo encandilante,
siempre mantuvo
una pobrísima opinión sobre su obra,
puesto que, como sostenía,
lo único digno de escribir
era una obra maestra.
De hecho, medio en broma medio en serio,
Conolly predijo que tan solo sería recordado
por haber sido compañero de colegio de George Orwell
y compañero de universidad de Evelyn Waugh.
Y aunque exageraba un poco, claro está,
también se equivocaba medio a medio,
demostrando, de paso, que uno
nunca es un buen crítico de sí mismo:
hay dos obras que han perdurado mucho más
que los diez años de vida que él le aseguraba
a un libro excepcional; la primera de ellas,
'Enemigos de la promesa', fue escrita en 1938,
y la segunda, 'La tumba inquieta', entre 1944 y 1945.
Afortunadamente para nosotros,
los lectores hispanoparlantes,
la editorial Lumen acaba de publicar
'Cyril Conolly. Obra selecta',
un volumen sólido y reverenciable como pocos,
donde se incluyen los espléndidos ensayos
recién mencionados, además de
'Los diplomáticos desaparecidos'
-un vibrante reporte de ese juego
de espías británicos de Cambridge
a sueldo de la Unión Soviética-
y una sustanciosa selección
de los mejores artículos de prensa
que Conolly publicó hasta su muerte,
ocurrida en 1974.
Y valga una exhortación:
que nadie vaya a sentirse intimidado
por este mamotreto de más de mil páginas,
puesto que las piezas en él contenidas
resultan ser de una cercanía exquisita:
quizás la mayor gracia de Conolly,
un reconocido maníaco depresivo,
fue que jamás ocultó
sus padecimientos ni sus frustraciones
detrás de los libros de otros,
con lo cual sus ensayos literarios
tienen la asombrosa peculiaridad
de ser iluminados cuando el autor habla de otros
y tenebrosos cuando se refiere a sí mismo:
" El error cometido frecuentemente
con los neuróticos
es creer que son interesantes.
No es interesante ser siempre infeliz,
estar obsesionado con uno mismo,
ser ingrato y malvado,
y nunca estar del todo
en contacto con la realidad.
Los neuróticos son desalmados:
como escribió Baudelaire,
todo hombre que no acepta
las condiciones de la vida
vende su alma".
'Enemigos de la promesa' está compuesto
por una erudita divagación literaria
que habla de los críticos
("la crítica es un trabajo a jornada entera
con un salario de media jornada,
un trabajo en la que el crítico
gasta lo mejor que posee
en ocuparse de la mediocridad ajena"),
de los escritores ("todo escritor,
antes de embarcarse en la creación,
debería encontrar algún medio,
por deshonesto que fuera,
de conseguir con el mínimo de esfuerzo
unas cuatrocientas libras al año")
y de los editores: "De la misma manera
que los sádicos reprimidos
se supone que se convierten
en policías y carniceros,
así quienes tienen
un temor irracional a la vida
se hacen editores".
A la vez, el texto es
un personalísimo testimonio
de lo que fue haber asistido
a Eton a principios de los años veinte,
el más famoso y tradicional colegio público inglés.
Según Conolly, las enseñanzas
de las grandes escuelas públicas de su país
traían como consecuencia
que gran parte de la clase dominante
"permanecía adolescente,
con mentalidad escolar,
cohibida, cobarde, sentimental
y, en último análisis, homosexual".
'La tumba inquieta', en cambio,
es una especie de inclasificable diario íntimo
en el que el autor, bajo la excusa
de presentarnos la gran tradición literaria
que compone su propio canon,
nos habla de los temas más diversos,
demostrando que como aforista
no tiene nada que envidiarle
a La Rochefoucauld ni a Pascal
ni a Flaubert ni a nadie:
"Dentro de todo hombre obeso
hay un delgado
que gesticula violentamente
para que lo dejen salir."
"En la guerra de los sexos
la irreflexión es el arma del macho,
la venganza la de la hembra.
Las dos son generadas recíprocamente,
pero el afán de venganza de una mujer
sobrevive a todas sus demás emociones".
Cabría agregar que Conolly,
el escéptico militante,
escribió unas páginas memorables
acerca de las diversas religiones humanas.
Quizás esta paradoja se debió, en parte,
a que el pobre hombre sufrió en carne propia
aquello de que " a quien los dioses
desean destruir primero lo llaman prometedor".
Y puede que también se debiera
a su larga experiencia previa en este mundo,
pues, según propia confesión,
sus anteriores encarnaciones fueron
"un melón, una langosta, un lémur,
una botella de vino y Aristipo".
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