La idea quizás no es tan nueva, pero es notable: reconstruir el mundo de un personaje literario. O quizás es hacer tangibles los planes arquitectónicos ya trazados en la prosa (¿acaso no es eso la literatura, arquitectura por escrito, construir mundos usando palabras?). Aquí se trata de Papelucho, una de las grandes voces literarias nacionales, mejor amigo secreto de muchísimas generaciones, y el tipo que le pavimentó el camino local a Harry Potter, aunque nuestro joven flacuchento es mucho más fisurado, precursor, contestatario, irreverente, perceptivo y acaso lastimado. Como panorama de vacaciones de invierno, a unos fans emprendedores que tienen algo de Papelucho en su ADN, se les ocurrió lo que al Estado, con sus fondos, nunca se le ocurrió: crear una suerte de Legoland. En efecto, El mundo de Papelucho, que se instaló en el Estadio Las Condes, y que seguirá hasta el 17 de agosto, es una gran oportunidad para los chicos que ya están leyendo o están comenzando a leer, pero es sin duda un sueño hecho realidad para los padres de esos chicos, que ahora podrán sumergirse en ese barrio donde siempre quisieron estar (qué retro es Papelucho, está claro de dónde han aparecido todos estos hipsters con su deseo de mantener la inocencia y su obsesión con objetos del pasado).
Ingresar a El mundo de Papelucho es como ir a un concierto de tu artista favorito. Por lo general, los universos literarios no se concretizan y por eso esta exposición se vuelve algo inusual, celebratorio y clave (¿los bares de Bolaño, los pueblos de Gabo, las casas decrépitas de Donoso?). En esta suerte de performance/instalación lo que se ha buscado es un poco lo que la Fundación Neruda ha hecho con ese otro personaje “ficticio” que es Pablo Neruda: sus casas, sus caracolas, sus fetiches. Acá, lo que algunos teóricos llamarían “el mundo de Papelucho” se transforma en El mundo de Papelucho: sus diarios, afiches, sus libros, ediciones y traducciones; los dibujos y cómo han ido mutando a través de las décadas, la película animada, su plaza, su pieza. Así, como en el caso nerudiano, el lector se siente parte de ese creativo metro cuadrado. Ya está procesado el valor, el aporte y la mirada de Papelucho: sigue siendo una de las grandes sagas literarias y acaso uno de los libros más tremendos, subversivos y lúcidos que se han escrito en Chile. Pero también puede ser deconstruido como un mundo de color, travesuras e ingenuidad. Papelucho, como gran creación literaria, tiene muchas lecturas. El mundo de Papelucho posee todo eso y es una gran fiesta cultural, una notable exposición bibliográfica, pero sobre todo un rincón festivo para que algunos recuerden y para que otros, los más chicos, experimenten algo no menor: ver que lo que imaginaron existe.
Esto último puede ser, para un lector novel, algo epifánico y tremendo. Una oportunidad única, que tiene algo parecido a una peregrinación. Ahora, esa Tierra Santa está cerca. Para haber nacido en 1947, Papelucho está en extremo vivo y palpitante. Por algo es considerado un clásico. Y que quizás sea el único personaje literario que tiene su propio mundo es la prueba concreta.
Ingresar a El mundo de Papelucho es como ir a un concierto de tu artista favorito. Por lo general, los universos literarios no se concretizan y por eso esta exposición se vuelve algo inusual, celebratorio y clave (¿los bares de Bolaño, los pueblos de Gabo, las casas decrépitas de Donoso?). En esta suerte de performance/instalación lo que se ha buscado es un poco lo que la Fundación Neruda ha hecho con ese otro personaje “ficticio” que es Pablo Neruda: sus casas, sus caracolas, sus fetiches. Acá, lo que algunos teóricos llamarían “el mundo de Papelucho” se transforma en El mundo de Papelucho: sus diarios, afiches, sus libros, ediciones y traducciones; los dibujos y cómo han ido mutando a través de las décadas, la película animada, su plaza, su pieza. Así, como en el caso nerudiano, el lector se siente parte de ese creativo metro cuadrado. Ya está procesado el valor, el aporte y la mirada de Papelucho: sigue siendo una de las grandes sagas literarias y acaso uno de los libros más tremendos, subversivos y lúcidos que se han escrito en Chile. Pero también puede ser deconstruido como un mundo de color, travesuras e ingenuidad. Papelucho, como gran creación literaria, tiene muchas lecturas. El mundo de Papelucho posee todo eso y es una gran fiesta cultural, una notable exposición bibliográfica, pero sobre todo un rincón festivo para que algunos recuerden y para que otros, los más chicos, experimenten algo no menor: ver que lo que imaginaron existe.
Esto último puede ser, para un lector novel, algo epifánico y tremendo. Una oportunidad única, que tiene algo parecido a una peregrinación. Ahora, esa Tierra Santa está cerca. Para haber nacido en 1947, Papelucho está en extremo vivo y palpitante. Por algo es considerado un clásico. Y que quizás sea el único personaje literario que tiene su propio mundo es la prueba concreta.
“El mundo de Papelucho”. Hasta el 17 de agosto en el Estadio Las Condes.
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