Una nueva república cinematográfica
No cabe la menor duda: Jersey Boys es un título que va a estar entre los mejores estrenos de este año. Y no sólo porque el nivel de la temporada está dejando mucho que desear. También porque es una película hermosa, sentida y curiosa. Eastwood no es un afuerino del mundo de la música y este rescate de la trayectoria de los Four Season, de la América anterior a la pérdida de la inocencia que representó Vietnam, en muchos sentidos es parte de su propia biografía. Esta fue su música. Estos son sus tiempos.
La curiosidad está relacionada con la cinefilia. Esta es por lejos la película más cinéfila de Eastwood, un realizador que ha desarrollado casi toda su obra al interior de vigorosas tradiciones expresivas del cine norteamericano, pero extremadamente púdico a la hora de delatar sus influencias y lealtades con nombres y apellidos.
Esta vez sí que lo hace. Jersey Boys es una película musical pero que está desarrollada en el mismo formato que Scorsese desplegó -y el verbo desplegar no puede ser más exacto en este caso- los Buenos muchachos, una de sus realizaciones emblemáticas. Son muchas las similitudes. Las mismas interpelaciones en directo de los personajes a la cámara, llamadas a reforzar vínculos de complicidad con la audiencia. En el fondo, la misma historia: un novato, un cachorro, llega a un mundo cuyas claves no domina hasta convertirse en un triunfador. Los mismos ejes dramáticos dobles: allá, por un lado, el joven interpretado por Ray Lyotta y, en contrapunto con él, el personaje psicópata de Tommy DeVito a cargo de Joe Peschi; acá, en la cinta de Eastwood, los polos son un Frankie Valli ingenuo y candoroso y, al frente suyo, su amigo del barrio, un chico con muchos demonios interiores y que también se llama Tommy DeVito, el jefe de la banda musical.
Esta línea de conexión de Eastwood con el cine de Martin Scorsese no estaba probablemente en el libreto de nadie. Al menos en los Estados Unidos estos tributos son muy excepcionales. El hecho no sólo es una sorpresa. El guiño es más que un guiño y tiene algo de acta fundacional.Probablemente haya nacido una nueva república cinematográfica. La de estos grandes viejos. Llama la atención que sea el octogenario el que se rinda al talento del cineasta setentón.
Obviamente el mundo de los Buenos muchachos es muy distinto al de los Jersey Boys. Hasta cierto punto, al menos, porque acá también estamos hablando de la comunidad ítaloamericana y, cómo no, de la mafia, que se hace presente a través del personaje que interpreta Christopher Walken.
Bella, frontal, estilizada y optimista, Jersey Boys es una cinta que maneja con inteligencia el candor y que de hecho nunca es boba. Eastwood no elude ninguna de las fracturas emocionales ni dilemas éticos en la historia del grupo, pero confina estas observaciones a los bordes. No ocupan el centro de la pantalla, aunque tampoco están ausentes. Prueba de eso es que los personajes van creciendo sin mayores aspavientos.
La opción tomada por Clint Eastwood es muy suya. Eso quiere decir que es también muy púdica. Su cine es convincente no sólo por lo que muestra sino también por lo que no muestra. En esto él fue respetuoso de los códigos del género. Es sólo al final -un final glorioso- que venimos a darnos cuenta que lo que hemos visto es una comedia musical hecha y derecha, o un drama musical, si así lo prefieren, donde más que los diálogos, las confesiones o los rencores no explicitados, lo que verdaderamente importa es la música y el baile.
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