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Nivelar hacia abajo con los hijos de otros‏


Ingeniería social
por Daniel Mansuy
Diario La Tercera, miércoles 28 de mayo de 2014

El ministro de Educación ha cumplido con lo prometido, 
presentando proyectos que ponen fin al copago, 
a la selección y al lucro en la educación subvencionada. 

Por cierto, tales iniciativas nacen de intenciones muy loables: 
terminar con la segregación y tener un sistema escolar más integrado. 

Puestas así las cosas, ¿quién podría oponerse? 

Las dificultades vienen luego, 
cuando uno recuerda 
que los buenos sentimientos no bastan, 
ni de lejos, para hacer política pública.

En esa dimensión, el escenario no es muy estimulante. 

Los datos disponibles no permiten establecer 
correlaciones concluyentes entre lucro, copago y calidad. 

Se nos dirá que el problema no es empírico, sino normativo, 
y que el modelo debe ser inclusivo más allá de la evidencia. 

Esto tiene su validez, pero es posible 
que le estemos exigiendo demasiado a la escuela: 
esperamos de ella que forme ciudadanos, 
que eduque en la excelencia, que integre, 
que reduzca nuestras desigualdades, 
que neutralice la segregación territorial 
y que prepare a desenvolverse en un mundo competitivo, 
olvidando que apenas cumple con sus objetivos mínimos.

Si nuestro problema es la segregación, 
entonces un cambio jurídico tendrá efectos limitados, 
porque la segregación es espacial antes que educacional. 

Si nuestro problema es la educación de los niños vulnerables, 
entonces deberíamos preocuparnos por esa fragilidad, 
por el entorno familiar que la produce y por la primera infancia. 

El “efecto pares” no hace milagros, 
y en todo caso será incapaz 
de resolver las múltiples tensiones 
que atraviesan nuestra sociedad. 

En rigor, el colegio 
no es la causa de nuestras dificultades, 
sino el lugar donde éstas se manifiestan: 
no hace más que reflejar 
cómo somos, cómo vivimos 
y cómo ordenamos nuestras ciudades. 

Por lo demás, toda esta discusión 
es un poco vana mientras no discutamos en serio 
los problemas de la educación municipal 
-baste mencionar el estatuto y la carrera docente-. 

De lo contrario, estaremos nivelando hacia abajo.

Con todo, lo más complicado viene por otro lado. 

Hay cierto tipo de establecimientos 
que se verán frente a la alternativa 
de acogerse a la nueva normativa 
o transformarse en particulares pagados. 

Es evidente que esto no puede 
sino radicalizar la segregación, 
porque separará completamente 
dos mundos allí donde había varios. 

Lo paradójico -o irritante, según se prefiera- 
es que los colegios donde estudian los hijos 
de quienes han pensado esta reforma 
pueden lucrar, seleccionar, cobrar 
y, por cierto, tienen plena libertad 
para desarrollar sus proyectos educativos. 

Esto implica que le estaremos prohibiendo 
a buena parte de nuestra clase media 
algo que la clase alta realiza todos los días 
con la mayor naturalidad. 

Este paternalismo hipócrita y desatado 
nos acerca a la peor versión de la izquierda, 
que proclama e impone a los otros 
una moral que no está dispuesta a practicar: 
la ingeniería social siempre es fácil de realizar 
cuando los niños son ajenos, nivelar hacia abajo 
nunca es complicado si los hijos son de otros. 

La pregunta es si acaso eso contiene algún grado de justicia.

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