Señor Director:
En su cuenta pública de 2014, la Presidenta Bachelet, con la seguridad de quien había sido elegida por amplia mayoría y con altos niveles de popularidad, apeló a ese capital del que disponía entonces en abundancia y nos dijo "confíen en mí".
Fueron palabras inusuales en los discursos presidenciales del 21 de mayo, pronunciadas en un momento político estelar. Todo brillaba a su alrededor.
Un año después, cuando su credibilidad se ha desplomado en las encuestas, no las pudo repetir. En medio de una severa crisis de confianza ahora nos invitó "a creer" y lo hizo reafirmando la vocación reformista de su gobierno, cuyo buque insignia es el proceso constituyente que dará origen a una nueva Carta Fundamental. Se abre así un inquietante espacio de incertidumbre, en un contexto en que la reforma constitucional entre nosotros no es racional, sino que más bien pasional. Y las pasiones polarizan a tal punto que los bandos ya no entienden ni se interesan en los argumentos del otro.
De un lado están los que se preparan para el asalto a las instituciones que, a su parecer, han engendrado un país neoliberal y capitalista, que ya no puede con la desigualdad. Del otro, los que se preparan para defender un orden que objetivamente ha puesto a Chile a la cabeza de sus pares latinoamericanos. Los primeros quieren echar buena parte del entramado institucional por la borda, y el camino de la asamblea constituyente les parece el ideal, mientras que los últimos no alcanzan a comprender la irracionalidad, que atribuyen al fanatismo ideológico, de pretender imponer en Chile un modelo que ha fracasado allí donde ha echado raíces. Poner en marcha un proceso constituyente en condiciones tan desfavorables implica riesgos mayores para el futuro de Chile.
Remover o modificar en su esencia las instituciones que han sido claves para el crecimiento económico y el desarrollo humano en nuestro país tendrá profundas implicancias para el nivel de vida de los chilenos. Son precisamente las que están en la mira de muchos de los que se entusiasman con el anunciado proceso constituyente.
En su cuenta pública de 2014, la Presidenta Bachelet, con la seguridad de quien había sido elegida por amplia mayoría y con altos niveles de popularidad, apeló a ese capital del que disponía entonces en abundancia y nos dijo "confíen en mí".
Fueron palabras inusuales en los discursos presidenciales del 21 de mayo, pronunciadas en un momento político estelar. Todo brillaba a su alrededor.
Un año después, cuando su credibilidad se ha desplomado en las encuestas, no las pudo repetir. En medio de una severa crisis de confianza ahora nos invitó "a creer" y lo hizo reafirmando la vocación reformista de su gobierno, cuyo buque insignia es el proceso constituyente que dará origen a una nueva Carta Fundamental. Se abre así un inquietante espacio de incertidumbre, en un contexto en que la reforma constitucional entre nosotros no es racional, sino que más bien pasional. Y las pasiones polarizan a tal punto que los bandos ya no entienden ni se interesan en los argumentos del otro.
De un lado están los que se preparan para el asalto a las instituciones que, a su parecer, han engendrado un país neoliberal y capitalista, que ya no puede con la desigualdad. Del otro, los que se preparan para defender un orden que objetivamente ha puesto a Chile a la cabeza de sus pares latinoamericanos. Los primeros quieren echar buena parte del entramado institucional por la borda, y el camino de la asamblea constituyente les parece el ideal, mientras que los últimos no alcanzan a comprender la irracionalidad, que atribuyen al fanatismo ideológico, de pretender imponer en Chile un modelo que ha fracasado allí donde ha echado raíces. Poner en marcha un proceso constituyente en condiciones tan desfavorables implica riesgos mayores para el futuro de Chile.
Remover o modificar en su esencia las instituciones que han sido claves para el crecimiento económico y el desarrollo humano en nuestro país tendrá profundas implicancias para el nivel de vida de los chilenos. Son precisamente las que están en la mira de muchos de los que se entusiasman con el anunciado proceso constituyente.
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