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Moby Dick o la ballena

Columnistas
Diario El Mercurio, Sábado 16 de mayo de 2015

Moby Dick o la ballena

"No hay casi excusa para no volver a un clásico o para adentrarse en él si no se lo conoce. Hay pocos libros que resistan con tanta dignidad y altura el implacable paso del tiempo...


En el prólogo a la estupenda edición de Acantilado de Los ensayos de Michel de Montaigne, el filólogo Antoine Compagnon sostiene que los lectores en castellano -y en otros idiomas- estamos en mejor posición que los franceses para enfrentar un clásico publicado en 1595: "Montaigne será más leído y mejor comprendido en otros lugares que en el país donde nació, porque los adicionados extranjeros tendrán la opción de leerlo en una lengua moderna". Hay quienes sostienen, también, que hay que traducir cada 50 años a los grandes clásicos, para acceder a ellos en la lengua actual. Moby Dick no tiene una edad tan venerable -Melville la publicó en 1851-, pero, sin dudas, leerla será más complicado para un angloparlante que para el lector chileno que accede a esta edición, con traducción del español Andrés Barba e ilustraciones de Gabriel Pacheco. Sin contar ediciones en colecciones escolares que suelen maltratar los textos, hay otras dos recientes de calidad: Debate, 2001, con traducción de Enrique Pezzoni, y Valdemar, en 2013, con traducción de José Hernández Arias. Las dos recogen las ilustraciones de Rockwell Kent. Estas reemplazan a las antiguas -como la clásica de José María Valverde- que ya son muy difíciles de encontrar. La gracia adicional de esta edición de Hueders es que es chilena (la misma que Sexto Piso editó para España y el resto de Hispanoamérica) y es impecable en el diseño y la encuadernación.

Así que no hay casi excusa para no volver a un clásico o para adentrarse en él si no se lo conoce. Hay pocos libros que resistan con tanta dignidad y altura el implacable paso del tiempo. La aventura marítima, el microcosmos de un navío donde el capitán es, más que un emperador, un dios, la variedad de recursos narrativos y, detrás de todo, la presencia fantasmal, enorme y terrorífica de la gran ballena blanca que obsesiona a Ahab van mucho más allá del valor alegórico y del manido hábito de situar el mal y el bien en dos polos opuestos. Si nadie es santo -y el capitán Ahab, el menos de todos-, la ballena blanca no es solo el mal absoluto. Que no admita lecturas reductoras es apenas una de las virtudes de un libro gigantesco, incomprendido por décadas y celebrado por las sucesivas generaciones que siguen encontrando en él la maravilla y el espanto, la inconmensurable grandeza y la enormidad del mal.

Herman Melville. 
Hueders, Santiago, 2015. 
760 páginas. 

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