Un vejete sabio predica en el parque...¿Y? [¿Cómo quieren que no me contradiga si estoy buscando la verdad? (Unamuno)

JUAN MANUEL VIAL, REDICA-EN-EL-PARQUE/647341_400



En una breve nota que sirve como introducción al texto central de este libro -un conjunto de máximas enumeradas desde el número 1 al 259-, un personaje desconocido nos explica que lo que leeremos a continuación consiste, precisamente, en los dichos que cierto anciano “de figura robusta y rolliza”, más bien chicoco, pronunció en público, prácticamente a lo largo de un año, en un rincón poco transitado de algún parque en Alemania. Con el correr del tiempo se fue formando una pequeña audiencia alrededor del excéntrico hablante (su figura por momentos recuerda a la de un predicador callejero, claro que en este caso nuestro hombre luce un sombrero bombín), misma audiencia desde donde salieron las 3 personas que, una vez desaparecido el vejete, decidieron reunirse para poner por escrito, en la medida de lo posible, toda la sabiduría que éste compartió con un público casual y con aquellos que, cautivados por sus decires, decidieron persistir.
“Al final sólo quedamos 3. ¿Por qué razón decidimos dar cuenta de nuestras conversaciones con el señor Zeta a unos contemporáneos que no habían oído hablar nunca de él? Naturalmente, él es el auténtico autor de nuestro compendio, aunque, hasta donde sabemos, nunca escribió negro sobre blanco ni una sola de sus frases. De hecho, no podemos garantizar la corrección de nuestras anotaciones. Por un lado, porque, como él mismo nos advirtió en una ocasión, la memoria engaña; por otro, porque a menudo discutimos entre nosotros”.
Una de las primeras frases para el bronce que pronuncia el señor Zeta es: “Contradíganme, pero sobre todo contradíganse ustedes mismos. Uno sólo debe mantenerse fiel a aquello que no dice”. El sesgo filosófico-práctico de sus dichos frecuentemente contiene un saludable componente de cinismo, lo que lo convierte, pese al misterio jamás aclarado sobre su persona y sus circunstancias, en un personaje simpático e incluso cercano. Además, salta a la vista que el anciano es un tipo culto e inteligente. Cuando se le pregunta su opinión sobre los ateos, por ejemplo, responde que lo que más le irrita de ellos vendría a ser “su dogmatismo”.
Adorador de la máquina de afeitar, despreciador de la educación (“Como legítima defensa contra los niños podía tener su justificación, pero su inconveniente era que los adultos se creían más listos que sus hijos”), enemigo de las personas que creen en un control absoluto por parte de la razón, sarcástico con el trabajo de los diseñadores contemporáneos, celador del sueño ajeno (“Lo único seguro es que el ser humano no puede hacer ningún mal mientras duerme. Por ello nadie debería nunca despertar a nadie, a menos que se queme la casa”), admirador de la poesía de la Szymborska, lector de Mandelstam, seguidor hasta cierto punto de Montaigne, contrario a que se elogie a alguien por ser trabajador,  el señor Zeta también se presentó como un hombre flemático: “La ira pasaba rápido, pero consumía mucha energía. Tampoco la cólera duraba toda la vida. La indignación, en cambio, actuaba a largo plazo. No había que despilfarrarla por motivos insignificantes”.
Lúcido, irónico y provocador, el protagonista de Reflexiones del señor Z. puede perfectamente ser el alter ego del autor del libro, el gran escritor alemán Hans Magnus Enzensberger. Hay entre ellos muchas similitudes. Pero tal vez ninguna de ellas sea tan evidente como la eficacia en estimular los debates que hoy en día verdaderamente importan: “Antes”, dijo Z., “se hablaba muy a menudo del lumpenproletariado. ¿No va siendo hora de ocuparse de una vez, para variar, de la lumpenburguesía?”.

Para no sentirse solo

La ciudad ahogada en sus crímenes de lesa arquitectura, sin tomar en cuenta el violado silencio del patrimonio visual de las calles, casas y esquinas que nos vieron crecer.‏


Para no sentirse solo
por Vicente Montañés
Diario Las Últimas Noticias
Sábado 31 de julio de 2015

«Estoy pensando», dije a media voz, sin mirarla.

Había nadado contra la corriente -en todo sentido-
a lo largo del día para alcanzar, por fin, este islote de silencio.

Y ahora mi no muy dilecta prima Raquel
pretendía  tomarlo por asalto.

«Te iba a comentar algo», manifestó ella.
«No me cabe duda», respondí.

Las flores del verano crepitaban en el jardín,  secándose una a una.
No sé si con resignación o placer.  

Yo seguía con los ojos bajos, tan inmóvil
como -imagino- hay que permanecere
ante una serpiente que ni siquiera es del paraíso.

Aun así, creo que no soy una mala persona, no del todo.

¿Flores que se secan ante la realidad de las cosas?

Recordé unos versos mal conocidos: 
«Ella no va a venir»,
exclama el amante solitario, 
acosado por los paisajes de la desolación: 
«Las flores del papel mural», musita luego 
«crecerán como maleza en mi corazón».

¿Quién escribió este poema?
Ah, ya me acuerdo.  Pobre hombre.

El silencio es uno 
de los patrimonios de la humanidad
y está en peligro de extinción.

¿Sonará esto convincente?

El mejor silencio es no pensar, obvio, de gran obviedad.
Pero a la vez es una mentira fría como el otro mundo.

Raquel, mi prima, abría sus fauces
para verbalizar sus pareceres
-lo supe más tarde-
sobre una muchachita de teleserie
llamada Fatmaõul.

Turca es, y terca,
pero tiene sus motivos traumáticos.

Los malos son otros,
y ejercen -entre otras cosas-
el indeclinable poder del dinero.

A mí el que me conmueve es Mustafá,
gran personaje trágico: no tiene 
otra salida que el suicidio, en mi opinión.

Con lo del silencio no pensado
me contradecía a gran velocidad.

Las mencionadas flores del jardín,
mientras tanto, resistían apenas
su evaporación conceptual.

Lo único de veras tangible era mi prima,
dama ya madura, frutal a su manera,
mas yo no quería tocarla,
no con resignación ni con placer.

Vaya, el varón es un ser
tanto más complicado que la mujer.

Allá fuera la ciudad se ahogaba
en sus crímenes de lesa arquitectura.

Quiero creer que existe aún,
más acá del violado silencio,
otro tesoro que nadie toma en cuenta:
el patrimonio visual 
de las calles, casas y esquinas
que nos vieron crecer.

También lo destruye 
la desregulada dinamita financiera.

Bueno, es obvio.

Pero el ciudadano tiene -o debería tener- derecho 
a la conservación de sus paisajes existenciales.

¿Tenemos derecho a no ver brotar edificios uniformes
donde hubo casas con balcones y patios misteriosos?

Pienso que sí.  Pero estoy solo.

Dirán: hay presión demográfica,

Ok, levanten otras ciudades 
(conurbadas, por qué no)
sin destruir ésta.

¿Quién es, en todo caso,
ese ciudadano de Santiago?

En buena medida,
un idiota plural 
que adora los altos edificios
de plomizo color vidriado,
las aparcaciones explanadas de cemento,
la demolición de antiguas casas
que llamaban a la intimidad del barrio.

Adáptate, no lo pases tan mal, me aconsejé.

No con voz dolida de la mente,
sino en un wasap enviado a mí mismo.

Sirve para no sentirse solo,
pues incluye foto interlocutora
de alguien que conocemos más o menos bien.

Raquel se había ido a cocinar unos panqueques estivales.

Me contesté por la misma vía:
«No puedo, amigo. Y esta ciudad está condenada».

Los escalofríos del ministro


por Teresa Marinovic
Diario Las Últimas Noticias
Sábado 31 de enero de 2015

Resfrío, meningitis, malaria, en fin…
las enfermedadades que se presentan
con escalofríos son muchas.

El ministro Eyzaguirre debe, por tanto,
«ir a médico» (como se dice en el campo)
si es que una portada de este medio
produjo en él semejante efecto.

A veces, sin embargo,
esa expresión se usa en sentido metafórico:
las películas de terror producen escalofríos,
las decapitaciones del Estado Islámico
o cualquier hecho que una sicología sana
pueda describir como macabro.

El problema, a mi juicio,
es que la imagen controversial
no tiene nada de macabra
y se limita a presentar,
con algo de humor
(de sarcasmo, si se quiere),
un hecho objetivo:
y es que será el azar 
el que determinará
a qué colegio irán los niños de Chile
cuyos padres tienen la desgracia
de no poder pagar uno particular.

Es verdad que el ministro es algo histriónico,
y que no tiene por qué justificar racionalmente
sus asociaciones libres (como la que hace
entre la imagen en cuestión y la tortura),
pero en cuanto autoridad,
tiene el deber de no llevar 
a la categoría de opinión fundada,
aquello que sólo se puede explicar
desde el análisis de su inconsciente.

Ahora bien, si se trata de subjetividades,
yo también tengo la mía,
y experimento escalofríos
cuando percibo que una autoridad de gobierno
se permite el lujo de cuestionar una portada
simplemente poque, desde su personal perspectiva,
no sólo presenta un dato, sino que lo hace de manera crítica.

Porque la libertad de expresión contempla 
la posibilidad de disenso y de la sátira,
y no puede quedar al arbitrio 
de la particular sensibilidad de nadie.

Y aunque a veces se incurra en extremos ofensivos
(no es este caso, por cierto), es mejor tolerarlos
que tratar de imponer la propia opinión
aludiendo a asociaciones completamente arbitrarias,
como lo hizo Eyzaguirre.

Hablo, en suma, de algo que yo llamaría
terrorismo intelectual, muy propio de la izquierda,
cuya defensa de las libertades termina precisamente
ahí donde hay adversarios de su propia ideología.

Y que conste, hablo a título personal.

Nostalgias de Gran Hotel


por Pía Montealegre
Diario El Mercurio
Sábado 31 de enero de 2015




"Un día, una cadena compra el Gran Hotel y le superpone su logotipo al cartel de entrada. La compañía tiene un plan probado de desarrollo y una manera homogénea de hacer turismo..."

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La revolución en la industria y los medios de transporte trajo consigo la fórmula del Gran Hotel; una suerte de usina autosuficiente que permite a los turistas recluirse durante una temporada en parajes lejanos. De arquitectura majestuosa, pletóricos de glamour y hospitalidad, su exclusividad los rodea de una rancia pero atractiva atmósfera misteriosa.

Siguiendo la lógica del transatlántico, el Gran Hotel lo contiene todo y navega conspicuo en medio de un paisaje de confines. Concentra en una sola estructura tanto las excéntricas necesidades del turista como la nefasta huella de su paso. Representa una buena fuente de trabajo para la localidad vecina y agrega una línea de prestigio al currículo de sus trabajadores. Familias que heredan y vigilan una tradición que les ha conferido autoridad en servicio, permiten que el conocimiento se incube en el lugar y se traspase en el tiempo.

Con el paso de los años, las inmediaciones, y especialmente el camino al Gran Hotel, comienzan a llenarse de micro competidores. Los locales ven la posibilidad de emprender con su propio negocio y el mercado de trabajo se vuelve dinámico. Nuevos puestos se ofrecen en cabañas, hostales, restoranes, almacenes, que brotan como callampas en el otrora prístino paisaje. El camino de llegada se vuelve una monótona continuidad de lo urbano y se va desbaratando la ilusión de lejanía y aislamiento que tenía el buque.

Un día, una cadena turística compra el Gran Hotel y le superpone su logotipo al cartel de entrada. La compañía, con hoteles en otras ciudades, tiene un plan probado de desarrollo y una manera homogénea de hacer turismo. Si antes el atractivo era la unicidad, ahora lo es el estándar que asegura la marca. La experticia en los mínimos detalles de los antiguos empleados ya no tiene el mismo valor, por lo que muchos buscan llevarla a otro sitio. Surge un espacio indiferenciado: las mismas botellitas de shampoo y los mismos posavasos; las mismas tiendas apiladas a la orilla de la carretera. Una buena dosis de misterio se pierde en todo eso.

El último 10

ANDRÉS BENÍTEZ, 2065669



Así le decían a Juan Román Riquelme, el mítico jugador de Boca Juniors, quien anunció su retiro de las canchas esta semana. La noticia fue un balde de agua fría para los hinchas del fútbol, quienes lo ven como uno de los últimos representantes de una especie en extinción.
El armador creativo, el que ponía la pausa, el único capaz de tener una panorámica del equipo, parece no tener cabida en el fútbol moderno, donde la fuerza y la velocidad han desplazado la pegada exquisita, la técnica y la magia.
Maradona, Ronaldinho, Borghi son grandes exponentes de aquello. Valdivia en el medio local, a quien no por nada le dicen el magoSon tipos que le dieron alegría a un fútbol que, sin ellos, se hace cada día más efectista. Y si bien poseían un talento superior, todos ellos eran tipos difíciles de tratar. Bueno, la genialidad pareciera venir unida al carácter. También eran divos. Lo suyo era crear, no andar detrás de la pelotita, ni menos tirarse a los pies de un rival. Por eso, Riquelme no funcionó en el Barcelona. El técnico de aquella época, Louis Van Gaal, nunca encajó con su estilo de juego. “Cuando usted tiene la pelota, es el mejor jugador del mundo -le dijo-, pero cuando la pierde me deja el equipo con diez”. La respuesta a Van Gaal la dio, en otra ocasión Borghi: “yo no marco; a mí me marcan”.
Más allá del fútbol, la figura del 10 parece estar en extinción en casi todas las actividades. La política es un ejemplo claro de ello. Antes se entendía que un buen político era el capaz de convencer, negociar, generar acuerdos. Por algo el gobernar era un arte. Hoy, la cosa es más fría. Se trata de imponer, de buscar resultados rápidos, aunque sean poco creativos, pero efectistas.
En esto, la realidad chilena es un buen ejemplo. Este gobierno puede celebrar la aprobación de muchos proyectos, pero casi ninguno de ellos tiene mucho talento, ni la magia de haber convocado a alguien más que los suyos. La prueba más patente es la reciente  reforma educacional, que se aprobó con la promesa de cambiarla, lo que da cuenta de sus errores. Y donde el senador Quintana no dudó en decir que la derecha se fue de paliza. Y eso es verdad, pero lo que olvida el autor de la retroexcavadora es que en aquello no hay mucha magia. Imponer la mayoría es una muestra de fuerza, pero nunca de talento.
A estas alturas, es claro que este gobierno no tiene ni quiere jugar con un 10. Lo suyo es la fuerza, la velocidad, nunca la pausa, menos la genialidad. Y quizás tienen razón. Y quizás así es la política moderna.
Pero también es cierto que detrás de todo esto puede estar el desencanto de la gente con los políticos. Como los hinchas en el fútbol, la gente quiere ver magia y talento.
Para ser justos, el problema actual no es patrimonio del gobierno. En la vereda del frente tampoco se advierte talento. Por eso, si la derecha quiere dar vuelta este partido, tiene que jugar con un diez en sus filas. Mostrar algo de creatividad y magia, darle alegría a este partido, es lo único que puede dar vuelta a la hinchada. Jugar al empate, a tirar la pelota fuera de la cancha, sólo asegura seguir perdiendo por paliza.

Reforma educacional: victoria a lo Pirro

Lesionan la dignidad de la clase media burlándose de sus anhelos y limitando su libertad de elegir. / Los de arriba obligan a los del medio a mezclarse con los de abajo...(eso entienden por inclusión)‏

"Es posible, porque en el camino para aprobar su reforma, la Nueva Mayoría puso una distancia que puede ser insalvable con la clase media chilena al lesionar su dignidad, burlarse de sus anhelos y limitar su libertad para elegir..."


Al aprobar el proyecto que pone fin al lucro, la selección y el copago, el Gobierno obtiene aparentemente un triunfo, luego de una tramitación plagada de dificultades.

Hay opiniones encontradas acerca del efecto que esta ley tendrá sobre la educación chilena. Hay quienes creen que la deteriorará, al lesionar los incentivos para brindar una educación de calidad y al gastar recursos y poner el foco en la propiedad de los colegios, en lugar de en la calidad de la enseñanza. Quienes apoyaron el proyecto, si bien reconocen que no están acá las respuestas para el problema de calidad, aseguran que este es un paso indispensable para que los colegios públicos puedan competir con los particulares: la teoría de los patines de Eyzaguirre en toda su expresión.

El problema es que la reforma se diseñó a partir de un diagnóstico equivocado. Según este, el lucro atenta contra la calidad "porque resta recursos" a la educación. Es un argumento falaz, pues de ser cierto, las actividades con fines de lucro siempre darían como resultado productos y servicios de menor calidad, lo que es evidentemente falso y contrario a lo observado en la realidad. No existe evidencia alguna que demuestre que instituciones sin fines de lucro tengan mejor rendimiento en educación escolar. Había que terminar con el lucro por razones ideológicas, y se hizo utilizando mecanismos insensatos e inéditos, como la obligación de los colegios de operar en inmuebles propios y la compra de colegios por parte del Estado.

El copago, mecanismo mediante el cual los padres pagan (en promedio, 17 mil pesos mensuales) para mejorar la calidad de educación de los hijos, debía eliminarse porque supuestamente producía segregación. Poco importaba dejar fuera del sistema más de 500 millones de dólares al año que debían reemplazarse por más recursos del Estado.

"Sofía aprende con todos" fue el lema de la campaña que denostaba a los padres que querían colegios distintos para sus hijos. La principal razón para valorar menores niveles de segregación, el llamado "efecto pares", según el cual los estudiantes menos aventajados se benefician de su contacto con los de mayor rendimiento, es altamente cuestionado en la literatura especializada. Otro problema ignorado por este diagnóstico es que las razones para la segmentación en el ámbito escolar responden más a los lugares donde viven las personas, que están estratificados de acuerdo con el valor de la vivienda, que a otros factores. Por último, los datos muestran que los colegios particulares subvencionados que cobran copago muestran menores niveles de segregación que los municipales. Pero para la Nueva Mayoría, si la realidad contradice mi teoría, mal para la realidad.

Y llegamos a la selección. En aras de la igualdad había que eliminarla. Ello afectará fuertemente a los llamados liceos emblemáticos, que representan una oportunidad real para niños de pocos recursos económicos de acceder a una educación de buena calidad. De paso, al establecer un sistema de tómbola para asignar las vacantes, se afecta la libertad de los padres para elegir un colegio para sus hijos. Aquí la consigna es que los padres no elegían, sino que eran los colegios. Falso, encuestas del CEP indican que el 93% de los hijos son aceptados en el colegio de primera preferencia de sus padres. Nuevamente está presente aquí una mirada elitista: padres que han sufrido el trance de exámenes de admisión para sus hijos en colegios particulares pagados proyectan su propia realidad a toda la población.

Como muy agudamente señaló un analista, la inclusión escolar es la situación en que los de arriba obligan a los del medio a mezclarse con los de abajo.

Lo que no sabemos es cuál será a la larga el efecto político de este aparente triunfo. ¿Será una victoria pírrica que luego se les volverá en contra?

Es posible, porque en el camino para aprobar su reforma, la Nueva Mayoría puso una distancia que puede ser insalvable con la clase media chilena al lesionar su dignidad, burlarse de sus anhelos y limitar su libertad para elegir.

Descubren planeta con anillos gigantes

AFuera del sistema solar:


 
Un grupo de astrónomos halló el primer planeta fuera del sistema solar que, al igual que Saturno, está rodeado de anillos, pero con halos 200 veces más grandes y con diámetros de diez kilómetros. Bautizado J1407b, los expertos estiman que es entre 10 y 40 veces mayor que Júpiter, el cual es considerado el planeta más grande de nuestro sistema solar.
Matthew Kenworthy, investigador del Observatorio Leiden en Holanda y autor del estudio, aseguró que "los anillos e incluso los intervalos entre ellos se verían muy fácilmente desde la Tierra".
 

Diario El Mercurio, jueves 29 de enero de 2015

Los primeros homínidos habrían tenido la capacidad de utilizar herramientas



Científicos descubrieron que nuestros ancestros más lejanos ya tenían la posibilidad de agarrar y estrujar cosas gracias a la estructura de sus manos.  

por Lorena Guzmán

Diario El Mercurio
Jueves 29 de enero de 2015

Una cosa que nos diferencia de las primeras formas de homínidos es nuestra capacidad de manejar cosas con las manos. Su conformación, con un pulgar opuesto que ayuda a sujetar, nos permitió manejar instrumentos de todo tipo. Aunque hasta el momento los registros arqueológicos de las primeras herramientas datan de 2,6 millones de años atrás, parece que los prehomínidos -que vivieron hace unos 3 millones de años- también tuvieron esa capacidad.
Un estudio publicado en la última edición de la revista Science muestra que los Australopithecus africanus -que vivieron al sur de África- tenían la estructura ósea necesaria para tomar cosas con precisión e, incluso, apretarlas.
La capacidad de cerrar una llave o de utilizar un martillo se debe a dos transiciones ocurridas -en el tiempo de nuestros primeros ancestros- en el uso de las manos. La primera es cuando bajaron de los árboles y comenzaron a caminar más en tierra firme y, la segunda, la utilización de piedras como herramientas.
El equipo, liderado por Matthew Skinner, antropólogo de la Universidad de Kent (Reino Unido), analizó el desgaste que se produce al interior de determinados huesos de las manos. El tener la capacidad de manipular herramientas implica la reducción de la densidad de ciertos huesos, pero si las extremidades solo se utilizan para subir a árboles, la huella aparece en otras zonas.
Así, el estudio dio como resultado que las manos del Australopithecus africanus tenían el mismo tipo de desgaste que las del humano moderno, mientras que chimpancés y gorilas compartían las huellas de los que escalan árboles.
René Bobe, paleoantropólogo chileno de la Universidad George Washington en EE.UU., opina que el trabajo es interesante porque nunca se había encontrado este tipo de pruebas en esa zona del continente africano, pero no serían las primeras. "Hace algunos años ya se publicó el mismo tipo de evidencias, pero en Australopithecus afarensis , que vivía en el este de África, los que habrían utilizado artefactos de manera bastante refinada", cuenta.
Por otro lado, él mismo fue parte del equipo que encontró en Etiopía huesos de 3,4 años de antigüedad con marcas que habrían sido hechas con piedras.
"El encontrar este tipo de evidencia en Sudáfrica refuerza el hecho de que la capacidad del uso de herramientas es muy anterior a lo pensado", concluye.

Que les llueva finito


por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias
Jueves 29 de enero de 2015

Este verano chileno la muerte ha bajado, o subido,
con su sombrero de paja y su canasto de mimbre
para hacer una buena cosecha de escritores.

Esos mismos que, vivos valen casi nada
en el estante de los reconocimientos
y que cobran, gracias a «la desnarigada»,
como la nombran los mexicanos,
un cierto halo pasajero de afecto.

E incluso una que otra real o fingida
muestra de congoja en las notas necrológicas.

Hay los que se conocen recién,
de pronto, simplemente porque se han ido,
como es el caso del poeta suicida Pedro Montealegre,
y otros que culminan su áspero viaje tras largas agonías,
como Pedro Lemebel o la querida Guadalupe Santa Cruz.

Como se ve, este mes le ha ido bien a Madame La Mort,
esa viejísima cabrona que nos mira mientras nosotros,
sabiendo que viene en camino a tocarnos la puerta,
vivimos y habitamos como si no existiera.

El poeta italiano Cesare Pavese alguna vez dijo:

«Vendrá la muerte y tendrá sus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto».

Y, claro, siempre está ahí presente,
para taxistas, dermatólogos 
o reponedores de supermercado,
viviendo en cada respiro y cada gesto.

Pero algo misterioso ocurre con los escritores,
algo que sólo se evidencia cuando se ausentan:
casi nadie de verdad los quiere.

Representan un estorbo, una exigencia,
para muchos la escolar obligación de leerlos
para la prueba del martes.

Grandes cultores como son
de enemistades y enconos,
cuando llega la mala hora
se produce primero un vacío,
un silencio raro,
y luego un clamor de plañideras
compuesto por sus más cercanos
y asiduos admiradores y lectores,
junto a un odioso despliegue de hipocresía
de rivales que se retractan con una sonrisita
en los labios de las barbaridades dichas ayer.

La muerte de un escritor,
por motivos que desconocemos,
es un suceso extraño.

Nadie escribe en el vidrio
de ningún bus del Transantiago
«Adiós, compañero y amigo, Pedro Lemebel»,
por ejemplo, como lo hacen los choferes
cuando se les muere un colega;
nadie, tampoco, dispara ráfagas de metralleta
como es costumbre brava entre los narcos
en sus rituales magníficos del Metropolitano,
acompañados de aceleradas de motos
de cilindrada descomunal.

Todo aquí es de papelito,
de notitas tontas que desean buen viaje (¿adónde?)
y otras boberías de ese tipo.

No hay potencia alguna en esos actos.

Algunos faraones, que saben de esto,
como Armando Uribe, 
ya se domicilian en sus pirámides
y esperan tendidos con los brazos cruzados
sobre el pecho.

A Lemebel sólo nos unió
el ser vecinos de asiento
en un interminable viaje en avión
a algún lugar remoto.

Con Guadalupe Santa Cruz
estuvimos juntos en la querida Bolivia
y caminamos por las solitarias calles de Andacollo,
donde nos confidenció que quería que cuando 
se muriera le pusieran mapas, muchos mapas en su cajón.

Mujer fina, divertida, inolvidable.

Al Montealegre suicida nunca lo vimos.

A todos ellos desde aquí les deseamos
-como lo hizo un poeta-
«que les llueva finito».