Nostalgias de Gran Hotel


por Pía Montealegre
Diario El Mercurio
Sábado 31 de enero de 2015




"Un día, una cadena compra el Gran Hotel y le superpone su logotipo al cartel de entrada. La compañía tiene un plan probado de desarrollo y una manera homogénea de hacer turismo..."

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La revolución en la industria y los medios de transporte trajo consigo la fórmula del Gran Hotel; una suerte de usina autosuficiente que permite a los turistas recluirse durante una temporada en parajes lejanos. De arquitectura majestuosa, pletóricos de glamour y hospitalidad, su exclusividad los rodea de una rancia pero atractiva atmósfera misteriosa.

Siguiendo la lógica del transatlántico, el Gran Hotel lo contiene todo y navega conspicuo en medio de un paisaje de confines. Concentra en una sola estructura tanto las excéntricas necesidades del turista como la nefasta huella de su paso. Representa una buena fuente de trabajo para la localidad vecina y agrega una línea de prestigio al currículo de sus trabajadores. Familias que heredan y vigilan una tradición que les ha conferido autoridad en servicio, permiten que el conocimiento se incube en el lugar y se traspase en el tiempo.

Con el paso de los años, las inmediaciones, y especialmente el camino al Gran Hotel, comienzan a llenarse de micro competidores. Los locales ven la posibilidad de emprender con su propio negocio y el mercado de trabajo se vuelve dinámico. Nuevos puestos se ofrecen en cabañas, hostales, restoranes, almacenes, que brotan como callampas en el otrora prístino paisaje. El camino de llegada se vuelve una monótona continuidad de lo urbano y se va desbaratando la ilusión de lejanía y aislamiento que tenía el buque.

Un día, una cadena turística compra el Gran Hotel y le superpone su logotipo al cartel de entrada. La compañía, con hoteles en otras ciudades, tiene un plan probado de desarrollo y una manera homogénea de hacer turismo. Si antes el atractivo era la unicidad, ahora lo es el estándar que asegura la marca. La experticia en los mínimos detalles de los antiguos empleados ya no tiene el mismo valor, por lo que muchos buscan llevarla a otro sitio. Surge un espacio indiferenciado: las mismas botellitas de shampoo y los mismos posavasos; las mismas tiendas apiladas a la orilla de la carretera. Una buena dosis de misterio se pierde en todo eso.

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