Un profundo artificio literario

Columnistas


por Camilo Marks
Diario El Mercurio, Domingo 06 de octubre de 2013

"Nada es lo que parece en “Mecánica celeste”, si bien, a la postre, todo queda más o menos aclarado gracias al virtuosismo del autor, quien se toma el tiempo que estima necesario para acercarse a sus creaciones ficticias..."

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Aunque se repitan algunos nombres y haya situaciones similares —de ambigüedad, de inestabilidad—, Mecánica celeste, última novela de Gonzalo Contreras, es muy diferente a La ley natural, su título previo: donde antes había un hálito de fatalidad, ahora hay compostura, donde hubo desborde y un grado de locura, ahora todo luce más civilizado y cosmopolita. Sin embargo, bajo esa pátina de aparente lujo y holgura, adivinamos, a partir de las primeras páginas, que todo no es sino un endeble barniz que cubre la vaciedad, el hastío y la crueldad del mundo actual y, en concreto, el salvaje y arbitrario entorno urbano que nos rodea. Por algo el protagonista, Francisco Bertrán, es un talentoso arquitecto, por algo su proyecto más ambicioso —una mansión en la precordillera siguiendo el trazado de Palladio— se hunde cuando recién se ha levantado la obra gruesa y por algo este relato puede leerse, entre muchos otros niveles, como una dolorosa meditación sobre la ruina visual en que ha terminado convirtiéndose Santiago. Esa catástrofe física es un reflejo especular de la delgada telaraña de vidas que giran en torno a Francisco, existencias de personas que se engañan creyendo conocer la verdad o, en el mejor de los casos, gente que lucha por una cuota de autenticidad en medio de la creciente incertidumbre que las acecha.

Como siempre, el estilo de Contreras es refinado, sutil, oblicuo. Nada es lo que parece en Mecánica celeste, si bien, a la postre, todo queda más o menos aclarado gracias al virtuosismo del autor, quien se toma el tiempo que estima necesario para acercarse a sus creaciones ficticias: Francisco, Muriel, su taciturna pareja, quien fuera esposa de su hermano fallecido; Víctor, el estrafalario padre de esta última; Bárbara, sobrina de la que Francisco se hace cargo junto a su hija Lily; Rudy, un muchacho de origen nórdico infatuado con Bárbara; Diana, la anterior cónyuge de Francisco, y una vasta galería de actores, que se atraen y alejan de ese peculiar grupo cuyo eje es el atormentado héroe del libro.

En esta historia vuelve a aparecer un rasgo típico de Contreras y que lo distingue de la mayoría de los prosistas nacionales: en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo nada sobra, nada está de más, todo se encuentra concebido con una precisión cronométrica y si no escribiera tan bien, podría creerse que Mecánica celeste obedece a un programa diseñado en forma robótica por una mente demasiado fría. Y no hay nada de eso. Es cierto que en la trama predomina un tono asordinado, que no encontraremos vehemencia ni excesos y que, en conjunto, se trata de un artificio elaborado, compuesto paso a paso durante un largo período. Todo esto se advierte en el uso del vocabulario, en la construcción de las secciones, en la lenta y gradual estructuración de cada episodio y, sobre todo, en la forma en que se va trazando el destino de los seres que pueblan esta fantasmal y, a la vez, ceñida urdimbre. Porque Mecánica celeste es, desde luego, una ficción sumamente artificiosa, pero lo es tal como lo son las ficciones de Henry James, de Jane Austen o de Edith Wharton. ¿Qué hay de malo en eso? Los caminos de la literatura son infinitos y si Contreras ha escogido la ardua senda de la exposición cerebral y algo distanciada, está en su legítimo derecho de hacerlo. Y le cabe tal privilegio ya que lo hace muy bien.

Tampoco es lícito criticarle el medio social que retrata, no solo porque lo conoce de sobra, sino debido a que nadie en su sano juicio le pediría que cuente aventuras de pandillas juveniles o describa conciertos de rock. Desde El nadador en adelante, ha elegido retratar, con agudeza y elegancia, a la nueva clase media y a los ricos emergentes, esos que surgieron con el advenimiento de la democracia y han cambiado la faz de este país hasta hacerlo irreconocible.

En Mecánica celeste ello se nota singularmente en los personajes, muchos de ellos imborrables. En particular, queda grabada la imagen de Francisco, el motor de la intriga, un hombre solo, dividido, que por causa de su integridad moral es incapaz de prevenir hasta qué punto no puede controlar los acontecimientos. Contreras tiende a ser un tanto brusco en la delineación de las mujeres, aun cuando aquí hay dos genuinas sorpresas: la enigmática Muriel, que calla todo o dice justo lo necesario, y Bárbara, la chica confundida que, al final, demuestra saber lo que quiere mejor que los adultos. En suma, Mecánica celeste es una narración interesante, absorbente, fruto de un estilista de primer orden.

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