Sylvia y Gastón revelan: El sello Soublette

 
Suman 177 años. Casi dos siglos que ellos, desde la academia y la música, convirtieron en pensamiento y acción. Con sus voces que no se apagan, con humildad, estos creadores repasan su infancia, pero también el Chile de hoy.   

Por María Cristina Jurado. Fotografías: Sergio López
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 8 de octubre de 2013
http://diario.elmercurio.com/2013/10/08/ya/revista_ya/noticias/0fc11dc9-2515-456b-aec1-383658f22701.htm

Gastón Soublette Asmussen, 86 años, un metro ochenta y siete de estatura, la mirada y la barba como una pintura de El Greco, padre de tres y abuelo de ocho, junta las manos con nervaduras arriba del piano para decir:

-Mis compañeros en la Universidad Católica, donde enseño desde hace 42 años, me dicen que cómo yo, a mi edad, puedo estar ¡tan lleno de proyectos! Me da risa porque los paso en casi todo. A mis 86.

A este sexto piso en El Golf, este hijo de ejecutivo minero nacido en Antofagasta y criado en Viña del Mar, llegó por la escalera, a trancos largos, como acostumbra desde que desterró los ascensores. Un domingo, en los años sesenta, se quedó encerrado en el vetusto ascensor de la entonces Radio Chilena, que él dirigía. Más de una hora sin que lo oyera un alma a la redonda. Lo sacaron entre varios, y nunca más se subió a uno. Con mirada simple y dedos virtuosos teclea en el piano a Cole Porter. Agrega, sin soberbia:

-A mis amigos los paso también en resistencia física: subir las escaleras constituye un deporte. No bien llega la primavera me pongo a subir cerros. A los 82 me puse una prueba: convidé a un amigo de 50 a subir el cerro La Silla. Caminamos siete horas para arriba y para abajo porque allá hay mucha colina. Y lo superé, él estaba gordo y yo he sido flaco desde niño. Puse en práctica el Acumulador de Energía, una enseñanza de mi maestro de yoga.

Y sigue tocando, ahora a Gershwin.

Desde un sillón, su hermana cinco años mayor, Sylvia Soublette, la viuda de Gabriel Valdés y fundadora del primer conjunto de música antigua en América Latina, lo escucha. A veces comparten juicios, otras se oyen sin asentir. No siempre fueron amigos como son hoy, cuando entre los dos suman 177 años. Si Gastón, escritor, musicólogo, investigador, ex director y docente del Instituto de Estética de la UC -cargo que durante años duplicó con una cátedra en el Instituto de Filosofía-, tiene reputación de hombre sabio, intelectual y educador de generaciones, Sylvia, música de alma, nonagenaria, le pelea a la edad con lucidez. Y con una carrera sólida de más de medio siglo como creadora musical, docente de artistas doctos y fundadora de coros, cameratas, conjuntos y canturías: una precursora absoluta en Chile.
Su lucidez la hace hoy decir:

-Yo  agradezco  a  Dios esta cabeza clara. Al revés de lo que muchos pueden pensar, esta edad es muy enriquecedora y por una razón simple: siempre se puede aprender. Yo aprendo todos los días y eso que salgo poco, paso mucho en mi casa porque estoy escribiendo mis memorias. Me sorprendo de lo mucho que uno puede aprender, yo no paro. Lo bueno es que a mis años se tiene todo el pasado, con la sabiduría que eso trae, pero también el futuro, porque para mí el mundo es nuevo cada día.

Tiene un mundo de recuerdos en los cinco continentes, como mujer de diplomático, como esposa de político de renombre. Como creadora, profesora y promotora de música culta en Chile y el extranjero. Pero hoy Sylvia, quien perdió hace dos años a su marido después de 65 de matrimonio, tiene sus pies bien puestos en la tierra. Habla de alegrías y de frustraciones con la voz de una mujer fuerte:

-Mi felicidad principal ha sido mi familia. Mi marido y mis tres hijos, además de mi hijo adoptivo, Enrique. La otra gran alegría de mi vida fue la música, descubrirla, amarla, ejercerla. Curiosamente, mi principal frustración llegó tarde y estuvo conectada a mi felicidad.
Soublette habla con franqueza al recordar el dolor de perder su Instituto de Música de Santiago fundado por ella en los 90 y que formó a músicos doctos durante más de una década. "Creé un instituto propio y se lo entregué a la Universidad Alberto Hurtado. Después me sentí extraña, creo que me arrepentí. Fue muy doloroso sentir que, salvo el padre Fernando Montes, quien siempre ha sido atento, quedé en manos de otra autoridad que fue muy poco considerada conmigo. Lo digo con todas sus letras.
Perder algo que era tan mío y que hizo una obra tan importante en Chile fue quizás la mayor frustración que he sentido".

Hoy está preocupada de observar el clima que rodea a las elecciones presidenciales de noviembre:

-Detecto un ambiente enrarecido en Chile frente a estas elecciones, y eso me preocupa. Siempre fui una observadora de la política, jamás hubiera sido protagonista, a la política me llevó Gabriel. Pero creo que si este proceso se encamina bien, si se cumplen las expectativas de una mejoría en educación -con gratuidad no para todos, sino solo para quienes no tienen- estaremos bien. Yo tengo mucha esperanza y no hay duda de que ganará Michelle Bachelet.

Su hermano avanza hasta el medio del living, le bastan tres pasos. Frente a la política y al país, el académico y escritor siente incertidumbre, pero también optimismo. A veces tartamudea levemente:

-El mundo político lo veo con escepticismo. Vivimos bajo un modelo de civilización que impide la justicia social, regido por la lógica de los negocios y un sistema financiero-tecnológico que hay que servir. No hay margen para vivir en justicia social, por muy progresista que sea el gobernante: en un régimen de extrema izquierda, habría pasado lo mismo.

Pero Gastón tiene esperanza. Es optimista respecto al futuro de Chile porque, dice, él ha visto diariamente una luz. Proviene de sus aulas universitarias donde sus alumnos son, asegura, muy diferentes de los de hace 25, 30 años. Los estudiantes de hoy han evolucionado y tienen un consenso absoluto de cuáles son los valores fundamentales. Los de ayer se odiaban en fracciones ideológicas irreconciliables y vivían en la violencia, recuerda:

-Algo está emergiendo desde la base, algo misterioso. Una toma de conciencia profunda como nunca la había tenido la generación joven. Yo tengo fe. Y creo en esa conciencia, mucho más que en los políticos.
Desde el fondo de la sala, se escucha un retazo de voz. Sylvia Soublette también adhiere a la esperanza en la juventud.
 
Estos hijos del alto ejecutivo minero Luis Soublette García-Vidaurre y de Isabel Asmussen, quienes partieron su vida familiar en el salitre nortino, llevan a Viña del Mar en el corazón y en la retina. Allí crecieron, estudiaron, se formaron. Fueron felices y, a veces, desdichados; se enamoraron o se sintieron incomprendidos; aprendieron el amor por la naturaleza -en una Ciudad Jardín de casas-quintas dominadas por el mar y el follaje- y aplanaron las calles de Traslaviña con trompos, bolitas, muñecas y los amigos del barrio. Nacieron en plena Belle Époque, años de charleston, boquillas y animadas fiestas. Un Viña del Mar señorial y distinguido, como hoy añoran y no pueden tener, dicen ambos con tristeza. Tanto que ya casi no van. Sylvia se resiste a ver el deterioro y, entre amargas críticas, subraya la extrema desidia en la reconstrucción del Teatro Municipal dañado por el terremoto, donde ella, de adolescente, escuchó las nueve sinfonías de Beethoven bajo la batuta del director austríaco Erich Kleiber. Le duele Viña. La calle Valparaíso le recuerda a Hong Kong, y Libertad, una pedestre hilera de compraventas de autos. Responsabiliza a los sucesivos alcaldes pero, sobre todo, al festival internacional, que llenó las calles de artistas sin verdadero rango y que roba la atención y los presupuestos de la ciudad. También le duele a Gastón que, viviendo con su mujer francesa en Limache desde hace 27 años, solo la visita para ir al cine o "a las Quintas Rioja y Vergara, donde me siento al piano de cola y toco melodías de Cole Porter, Fred Astaire y Gershwin. Toco una hora o una hora y media, es un ritual para mí".
Ella estudiaba en las Monjas Francesas; él en los Sagrados Corazones y, hasta hoy, hablan francés casi sin acento. Crecieron en medio de una cultura europeizante. "Muy alejados de todo lo chileno. Vivíamos rodeados de yugoslavos, ingleses, alemanes, rusos, que habían llegado a instalarse a Viña y Valparaíso donde, ya más grande, fui un tiempo a continuar mis estudios de música en la escuela Santa Cecilia. A los 24, cuando me casé y me vine a Santiago, tuve la impresión de que por primera vez pisaba Chile. Para mí, aterrizar en Santiago fue llegar a Chile", recuerda Sylvia.
Gastón va más lejos. A sus 86 y en sus recuerdos, Viña del Mar era la ciudad más linda que nunca vio en su vida. "Todas esas villas formaban una estética única. En mi infancia, cada casa era una villa de cinco mil hectáreas. Para mí Viña del Mar fue el Paraíso. ... ¡Y mire el paisaje ahora!".
Escuchándolo, Sylvia se pierde en evocaciones. Recuerda a la Madre Angèle, que marcó su infancia en las Monjas Francesas y le legó su pasión por la historia y la filosofía, que la hizo leer a Platón, Maritain y Plotino. Después dice:
-Igual que Saint Exupèry, yo siento que soy de mi infancia, como de un país. Para mí eso es Viña.
Noventa años después, la mayor de los Soublette recuerda que "en algún momento de mi adolescencia me decidí a dejar la farándula y concentrarme en cosas serias, y entendí que la música iba a ser mi vida". Los cerros de Valparaíso se conectaron con su vocación cuando tuvo que rendir exámenes ante una comisión del Conservatorio de Música, para lo que se inscribió en la Escuela Santa Cecilia. Más tarde fue al Colegio Alemán. Así debutó lo que hoy ella recuerda como su "período romántico":
-Mi mamá era de origen alemán y danés y yo tenía, a los 17 años, mucha ilusión de conocer Alemania. Ya había empezado a cantar los lieder de Schubert, Schumann y Brahms y, después de graduarme de las Monjas Francesas a los 16, se me ocurrió tomar cursos de alemán en el Cerro Alegre. Subía en su ascensor y me ilusionaba con que estaba en Alemania.
-¿Sus padres los entendían a ustedes?
-Mi padre era muy músico, pero también era práctico, había sido educado como marino. Trabajó en el salitre, después fue gerente de la DuPont, fabricaba explosivos para la industria minera. Una vez, para una fiesta, le hizo a Gastón un traje de caballero, con cueros, un escudo y una lanza. ¡Se veía muy divertido con su sombrero de una punta! (ambos ríen). Pero él no era filósofo, no entendía nada de filosofía. Entonces no comprendía a Gastón.
Gastón Soublette recuerda los roces con su padre Luis:
-Tuvimos muchos choques en mi juventud. Es que a mí me costó mucho encontrar mi camino, a mi verdadera vocación llegué pasados los 30 años. Estudié Arquitectura y la dejé; egresé de Derecho,  pero jamás me recibí: sabía que nunca sería abogado. Me fui al Conservatorio de Música de París, aprendí mucho y me sirve hasta hoy, pero ¡tampoco resulté como compositor! Imagínese la cara de mi padre.
 Soublette vislumbró su destino. Se acabaron las peleas. "Me di cuenta de que era un intelectual con aptitudes académicas. Entré a hacer clases en la Facultad de Filosofía y Estética de la Universidad Católica, llevo 42 años. Pero ahora dejé Filosofía, me cansé".
Su hermana recuerda que cuando eran chicos y crecían en Viña del Mar, no eran amigos. Se encontraron de grandes. Igual que a sus padres, le costó entender a este niño que ya, a los siete años, se hundía en un sofá a escuchar a Beethoven.
-Fue una persona distinta por naturaleza. Siempre elevado, desde niño escuchando sinfonías. Y es que en mi casa jamás oímos nada que no fuera música clásica.
Gastón recuerda:
-Teníamos una victrola de esas a cuerda, y en la casa sonaban siempre  la quinta, sexta y séptima sinfonías de Beethoven.También los preludios de Chopin, que sabíamos de memoria. Pero entre Sylvia y yo había una gran diferencia: ella nació definida por la música. En cambio a mí, mi camino me costó muchísimo. Pero todo lo que estudié me ha servido. El Derecho, por ejemplo, me ordenó la mente.
La mente ordenada y analítica de Soublette lo tuvo decenios leyendo a los filósofos, desde San Agustín y Aristóteles hasta Kant y Hegel. Se apasionó por la filosofía y la enseñó, una disciplina mental que le dio "conocimiento del mundo y un sentido del hombre y su historia":
-De la filosofía me pasé a la sabiduría oriental, y en ella pongo mi confianza. Mi maestro siciliano, que era discípulo de Gandhi, me introdujo en la sabiduría hindú y, por mi cuenta, llegué a la china. Lo que más me ha interesado es la escuela de Confucio y de Lao-Tsé y las he enseñado en la universidad. Yo creo que esta que vivimos, es la época de los dos.
Lo prueba, dice, que, después de la Biblia, los libros más vendidos en el mundo son el Libro del Tao y el I-Ching.
 
Si Sylvia Soublette sintió que al llegar a Santiago llegaba a Chile, a su hermano, también criado en una atmósfera europeizante, lo chilenizó una mujer. Después de medio siglo, Gastón Soublette no ha olvidado la profunda impresión que le causó Violeta Parra. Era 1956 y él era director de programación de Radio Chilena, emisora cultural del Arzobispado. Un día y sin avisar, a su oficina llegó la cantora y compositora, guitarra al hombro:
-Yo había escuchado sus cantos a lo divino y a lo humano.  Apareció ella y le dije que me interesaba mucho su Casamiento de Negros. Antes de terminar la frase ya lo estaba cantando. Siguió con cantos por el fin del mundo, por la sabiduría de Salomón, por el nacimiento de Cristo. Yo no imaginaba que podía existir música así.
Violeta se quedó toda la tarde en la radio, le explicó a Soublette que no solo cantaba y componía, también llevaba años recopilando refranes, adivinanzas, cuentos. Nunca más perdieron el contacto. Él considera hoy que la artista, con su potencia y su pasión, lo metió a fondo en la cultura tradicional chilena. A sus 86 y con la memoria de elefante que dice tener, guarda en su mente "centenares de melodías y letras que ella me enseñó. Con ese material hice dos obras musicales, Chile en cuatro cuerdas, y el Autosacramental por Navidad, que hoy cantan todos los coros de este país".
-Usted le pasó toda su música a partituras porque ella no sabía ¿no?
-Sí, pero también me metí a fondo en sus refranes y cuentos. Y publiqué más tarde dos libros con ese tema. Ella me dejó un gran legado: mostrarme y enseñarme a respetar la cultura tradicional, que le da a Chile su sello identitario. Violeta me trajo a Chile. De ahí salté después a la cultura mapuche, una gran revelación. Los indígenas me andaban buscando y entré de lleno en su sabiduría.
No solo usa ponchos araucanos, canta en mapudungún, lee su literatura y toca todos los instrumentos mapuches. Soublette participa en sus ceremonias y lo hace del alma.
Pero Violeta Parra no solo marcó a Gastón Soublette. También a Sylvia,   quien tuvo con la obra de la gran cantora una relación especial:
-En 1960 empecé a dirigir el conjunto de Música Antigua de la UC y hacíamos giras. Nos pedían música antigua chilena. ¡Pero aquí nunca hubo! Solo en aquellos países que fueron virreinatos, como México, Perú y Cuba. Allí sí se encuentran vestigios del siglo 15, 16, 17.
Escuchando las canciones de Violeta que su hermano había pasado a partitura, Sylvia cayó en cuenta que, sacándoles un acorde y armonizándolas de otra manera, sonaban españoladas y, con algo de voluntad, antiguas. Comenzó a matar en las giras con su "música antigua chilena". El público, sobre todo en Estados Unidos, se fanatizó por una en especial, "Noche estando durmiendo".
-Fue tanto el éxito que una vez alguien se rió diciendo que, según yo, el folclor chileno data de La Colonia. (se ríe).
Su infancia, la música y las búsquedas espirituales los conectaron con la fe católica. Pero hoy tienen sus reparos frente a la Iglesia. Ella:
-Me considero una absoluta cristiana, igual que mi hermano. Pero hemos sentido que el mundo se ha alejado de la idea original del cristianismo. Y ha habido muchas cosas en la Iglesia Católica de las cuales no nos hemos sentido parte.
-¿La Iglesia perdió el rumbo?
-Sí. Desde hace diez o veinte años se puso demasiado funcional. Como que era nada más que la Curia y el Vaticano. ¡Pero la Iglesia de Cristo somos todos! Pienso que este nuevo Papa está retomando el rumbo, me da mucha esperanza.
Si bien ambos rechazan con fuerza los abusos sexuales de sus ministros, rescatan a la Iglesia como entidad milenaria. Y Gastón dice:
-Entré al Evangelio por el puente de la sabiduría oriental. Así pude entenderlo en profundidad. Para mí la figura de Jesucristo se agiganta con el tiempo.

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