30 años en 10 mujeres


Según el ilustrador Francisco Javier Olea
 
El ojo agudo del ilustrador Francisco Javier Olea retrata en este reportaje el tránsito de las chilenas a través de las últimas tres décadas.

Así aparece la adicción que las envolvió en los 80 por la comida mexicana, la llegada del delivery y el aterrizaje del sushi con el nuevo milenio. Recuerda que carreteaban bailando lentos de Bryan Adams y en 2013 se divierten con sus amigas bebiendo champaña. En los 80, llenaron las universidades, hicieron MBAs en los 90 y ahora aman el yoga y el coaching para mejorar la autoestima. Antes iban al bowling a pololear y ahora leen "50 sombras de Grey" para soñar. Hoy, en la era del bótox y el tablet, las chilenas están a medio camino de lograrlo todo.  
 

Por Francisco Javier Olea.
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 8 de octubre de 2013
http://diario.elmercurio.com/2013/10/08/ya/revista_ya/noticias/7317949a-f8a5-494d-8ba7-ea6199704ecd.htm

Comida

Para Andrea no había nada mejor que una pizza del Nico's Pizza. Le parecía interesante el concepto del Pollo Stop en que le enganchaban una repisa a la ventana del auto con papas y pollo asado, pero el queso derretido era su perdición. Cuando se casó, una tía le regaló una "yogurtera" y le dio un tiempo con hacer fermentar unos bichos y hacer yogur casero. Pronto se dio cuenta de lo asqueroso que era. Recortaba recetas de revistas y descubrió la comida mexicana. Hacía sus propias tortillas y aprendió a comer picante. El delivery le facilitó la vida. Pedía comida china y pizzas que si no llegaban en media hora, eran gratis. Derivó a la comida peruana, hindú y aterrizó en el sushi pensando en que había que hacer algo con unos kilitos de más. Hoy va al nutricionista y no mezcla carbohidratos y proteínas.

Carrete

Cuando a Ximena la pasaban a buscar en un Charade para ir bailar al Casamilá, se despedía de sus padres con un beso y abordaba el auto cargado de un intenso olor a colonia Denim impregnado en su pretendiente. Alguna vez fue sin permiso al Balthas y bajo el furor de la onda mexicana se emborrachó con tequila margarita. Siempre salía en pareja. Le gustaban los lentos de Bryan Adams. Cuando dejaron de tocar lentos en las discos y el Axé se tomaba la pista con coreografías ridículas, dejó de ir a bailar; prefería salir a comer o ir a un pub. Probó con la salsa y se confundió con el reggaetón. Descubrió que bailar entre mujeres era más entretenido y que el pisco sour la ponía graciosa. Ahora se junta con sus amigas de la infancia y frente a una botella de champaña, se juran hablar de todo menos de los maridos y las nanas.

Trabajo

A Magdalena le gustaba rebuscárselas para ganarse los pesos. En la universidad se compró una radio de doble cassette para grabar cassettes piratas y venderlos más barato que los originales. Se metió por error en un sistema piramidal gringo donde sus ahorros se iban a multiplicar, pero lo perdió todo. Confeccionó con dedicación su currículum vitae procurando salir atractiva y sonriente en la foto. Sacó varias copias en la fotocopiadora, les puso un clip y salió a buscar su anhelado puesto de secretaria. Trabajó en una empresa grande y tuvo un buen jefe que le dio responsabilidades administrativas. Le ofrecieron perfeccionarse y terminó haciendo un MBA y asumiendo una subgerencia. Asiste a un coaching para tratar con hombres y cree en el concepto de ambición positiva. Sus hijos no la ven mucho.

Amor

Margarita esperaba junto al teléfono que él se dignara a llamarla. Se pasaba horas en el sillón de bambú dibujando con scriptos en su agenda, anhelando que sonara el bendito "ring". Cuando su paciencia se agotaba, discaba el teléfono pero se arrepentía al tercer giro del disco perforado. Hacía lo posible por toparse con él. Se juntaron un par de veces a tomar helado en el Parque Arauco o a jugar bowling. Margarita tenía muy claro que si él no le pedía pololeo, no pasaba nada. Se enamoró profundamente. Se casó. No resultó. Conoció la infidelidad y empezó a ver en las mujeres más jóvenes que ella, una amenaza. Desconfió de los hombres hasta que conoció a uno que había pasado por algo similar. Hoy quiere sentirse vigente. Leyó "50 sombras de Grey" y recuperó el interés por el buen sexo. Su marido no la toma en serio.

Espiritualidad

Laura se levantaba temprano los domingos para ir a misa y guardaba en su velador un escapulario bendito por Juan XXIII que había heredado de su abuela. Discrepaba en silencio de algunas cosas que decía el padre Hasbún en televisión. En la universidad se dio cuenta de que el verdadero cristiano está en la calle ayudando a los que lo necesitan. Cuando supo de las andanzas del padre Maciel, lo lamentó por un par de amigas, pero sonrió como el paracaidista que toca la tierra con la punta del pie. Dejó de ir a misa y se metió en una comunidad de reflexión donde conoció algo llamado yoga. Viajó a India a perfeccionarse como instructora y aprendió reiki. Laura cree en las energías. No ha leído "El Secreto".

Cultura

Isabel no paraba de saltar, aunque conocía dos o tres canciones de Rod Stewart. El Estadio Nacional repleto ovacionando al inglés era una imagen brillante, tanto como sus zapatillas fluorescentes que hacían juego con sus aros. En Amnistía intentó ponerse muy adelante para ver a Sting, pero a minutos que saliera a escena se desmayó de cansancio. Vio Ángel Malo y lloró por Nice. Del flúor pasó al rock latino y luego a la ropa negra y a música más densa. Coqueteó con la música clásica y la poesía de Baudelaire. Sus placeres culpables siempre fueron Luis Miguel y Bosé. El cine pasó a ser su pasión y no dejaba película sin ver en el Blockbuster. Se pasaba lo veranos leyendo best sellers de 1000 páginas. Hoy le tienen que explicar en el control remoto cómo poner sus series favoritas en Netflix.

Política

Claudia había conocido hacía poco la historia de un pariente que había sido torturado. Sintió que tenía que participar activamente en la campaña del No y organizó caravanas. Tuvo una breve aparición bailando en el spot de la franja televisiva. Celebró hasta que su cuerpo no pudo más el triunfo de su opción. Veía la palabra democracia como el escalador que a los pies del Everest se da cuenta de todo lo que hay que subir. Intentó ser parte, pero se desilusionó cuando se dio cuenta de que debía tener el cuero duro de María Maluenda o Gladys Marín para poder competir con ciertos pesos pesados. Trabajó en una municipalidad y organizaciones feministas. Se abanderó con Michelle Bachelet y disfrutó del flower power. Hoy, no sabe por quién votar.

Maternidad

Úrsula era la segunda de 6 hermanos. Siempre decía que le gustaban las familias grandes. Tenía clarísimo los nombres que les pondría a sus hijos cuando llegaran. Se enamoró un par de veces, pero la palabra "compromiso" empezó a producirle un escalofrío en el esternón. Dudaba de la madurez masculina para afrontar el desafió de formar una familia seria cuando, la verdad, su propio miedo la paralizaba. Úrsula veía correr su reloj biológico y la idea de no tener hijos la rondaba. Al poco tiempo empezó una relación seria con un hombre romántico y liberal. En un descuido, quedó embarazada. Asumió su maternidad con alegría y conoció ese vínculo inexplicable del que hablaban sus amigas madres. Trabajar y ser mamá le consumió las energías. Asumió que pensar en otro hijo era irresponsable.

Belleza

Para Mónica, el paradigma de la belleza eran Los Ángeles de Charlie. La escobilla de pelo y el secador haciendo unas ondas imposibles. Lograba unas chasquillas que evocaban la ola de Hokusai con laca y paciencia. Cecilia Bolocco le confirmó que la mujer chilena era bonita y que los ojos y los pómulos había que resaltarlos. Aparecieron algunas canas y la gama de tinturas se reducía a los tonos rubios. Escuchó del bótox, un líquido mágico que se traía en frascos del extranjero y que con sutiles pinchazos refrescaba el ceño y borraba ese feo código de barras que se forma sobre el labio superior. Evaluó una liposucción y subirse las pechugas. Mónica tiene una extraña expresión en su cara. Apenas puede cerrar los ojos.

Tecnología

Loreto se compró 6 bolígrafos kilométicos, de esos que mágicamente, con una goma especial y con una tinta especial, permitían borrar los errores y no dejar un feo rayón o una delatora isla blanca de Liquid Paper sobre la carta que pensaba escribir, y dejar en el correo con la esperanza de que él hiciera lo mismo por ella. Con el tiempo, juntó dinero y se compró "una computadora". Escribía e imprimía sus cartas sin errores. Se conectó a internet, algo de lo que todos hablaban pero que ella no entendía. Aprendió a chatear y navegar. Supo que había teléfonos inteligentes. Hoy se ríe de los que hablan de "la computadora" y no se despega de su tablet.

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