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Los escritores ya no pueden esconderse detrás de un seudónimo



Como estratagema literaria, el seudónimo parece haber muerto y, junto con él, una venerable tradición. Lo prueba el hecho de que el seudónimo escogido por J.K. Rowling para ocultar la autoría de su novela "The Cuckoo's Calling" fue desenmascarado en pocas semanas.  

Ben Macintyre The Times 

Diario El Mercurio, Artes y Letras, domingo 11 de agosto de 2013

El 25 de febrero de 1925, un diario de Berlín publicó un cuento bajo el seudónimo de B. Traven. Dos años después, Traven publicó su novela más famosa, "El Tesoro de la Sierra Madre", que se convertiría en una película ganadora del Oscar dirigida por John Huston en 1948. En total, escribió alrededor de 12 libros, novelas de aventuras con temas de anarquía, algunos de ellos best sellers y todos bajo su falso nombre.
B. Traven no fue el primero ni el último escritor en usar un seudónimo en lugar de su propio nombre. Sin embargo, es uno de los que lograron ocultar con éxito su verdadera identidad durante toda su vida de escritor e incluso hasta después de su muerte. Hoy en día aún sigue existiendo gran incertidumbre y desacuerdo sobre quién fue realmente B. Traven, de dónde provino e incluso en qué idioma original escribió.
La razón esgrimida por B. Traven para permanecer en el anonimato fue muy simple: "La persona creativa no debiera tener más biografía que sus propias obras". Estaba decidido a separar al escritor de la escritura y, cosa única, lo logró.
J.K. Rowling había dado una razón similar para escribir su nueva novela detectivesca, "The Cuckoo's Calling", bajo el seudónimo Robert Galbraith. Según lo expresó, quería "volar bajo el radar" y, ocultando su identidad, "regresar al comienzo de una carrera como escritora en este nuevo género, trabajar sin publicidad o expectativas exageradas y recibir una retroalimentación sin ningún barniz". Deseaba ocultar su biografía literaria, su pasado de Harry Potter, tras una capa de invisibilidad.
B. Traven protegió su verdadera identidad hasta la muerte y más allá. Robert Galbraith, por el contrario, fue revelado como Rowling a pocas semanas de ser publicado, catapultando de inmediato "The Cuckoo's Calling" a la cabeza de la lista de los best sellers .
En el mundo digital, el anonimato es degradado por ser universalmente accesible y casi imposible de mantener. Cualquier troll informático puede ocultarse detrás de un falso nombre, pero actualmente ningún escritor famoso puede esperar verse separado de su escritura por largo tiempo. Como estratagema literaria, el seudónimo ha muerto y, junto con él, ha desaparecido una venerable tradición y un género de escritura juguetón pero importante.
Las Brontë y Stephen King
Algunos seudónimos han sido prácticos. Charlotte, Emily y Anne Brontë comenzaron sus carreras como Currer, Ellis y Acton Bell, mujeres decididas a ser publicadas como iguales en un mundo editorial dominado por los hombres. El prolífico Stephen King adoptó el "nom de plume" de Richard Bachman, porque sus editores dudaban que sus adeptos compraran más de un nuevo libro del mismo autor en un mismo año. Eric Blair y Samuel Clemens creyeron que venderían mejor sus obras como George Orwell y Mark Twain, respectivamente.
Sin embargo, a un nivel más profundo, un seudónimo puede abrir la creatividad de un modo extraordinario, permitiendo que los escritores cambien de géneros, voces y estilos de escritura. Sólo los criminales profesionales son igualmente hábiles para adoptar, adaptar y descartar nuevas identidades.
El lituano Roman Kacew se convirtió en uno de los escritores más populares de Francia en los años 1940 bajo el nombre de Romain Gary, pero encontró que la fama de su seudónimo era restrictiva, por lo que adoptó otro nombre, logrando una segunda e igualmente exitosa carrera como Emile Ajar. "Renovarme, revivir, ser otra persona, siempre fue la gran tentación de mi existencia", escribió. Rowling lo expresó de una manera menos grandilocuente, pero su objetivo al convertirse en Robert Galbraith fue el mismo: "Canalicé con éxito a mi persona interna".
Pessoa y sus 72 identidades
La persona más obsesionada con los seudónimos fue el escritor y poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935), quien adoptó al menos 72 distintas personalidades literarias, o "heterónimos", comenzando con el Chevalier de Pas, creado a los 6 años.
Cada uno de los "alter egos" de Pessoa tenía su propio estilo de escritura, opiniones, biografía y carta astrológica. Incluso se reseñaban y criticaban las obras el uno al otro: "atroz y tieso" fue como una parte de la personalidad literaria de Pessoa describió los escritos de la otra.
La necesidad de un disfraz literario fue alguna vez motivada por el impulso artístico, una genuina necesidad de secreto o un cálculo práctico debido a que un nombre real sería restrictivo o embarazoso. Hoy en día es más probable que se use una falsa identidad para el engaño, para ataques arteros de críticos en línea demasiado cobardes como para mostrar sus verdaderos nombres o como máscara política. Durante la primavera árabe, muchos disidentes se ocultaron tras falsos nombres en internet, pero también lo hicieron las fuerzas represivas. Los oficiales de seguridad sirios rutinariamente bombardean la red, haciéndose pasar por civiles, para ensalzar a Bashar al-Assad.
El seudónimo literario ha sido contaminado por el mundo "blog" de la semificción, permitiendo a individuos "informar" como alguien que no son, desde un lugar en donde no están. El bloguero político semi-sirio Amina Arraf, una "chica gay de Damasco", resultó ser un norteamericano de 40 años, casado, que vivía en Edimburgo. El seudónimo se ha convertido en una herramienta de marketing. Nadie habría leído una palabra de "Belle du Jour" si se la hubiera identificado desde un principio como el Dr. Brooke Magnanti, un científico investigador.
Teorías en torno a Traven
En el mundo virtual todas las identidades son fluidas, las falsas banderas son endémicas y el anonimato es considerado como la herramienta del bromista, del fraudulento o del manipulador. La ira de Rowling por haber sido descubierta como Galbraith se debió en gran parte por la sugerencia que se hizo de que su "nom de plume" había sido una estratagema para aumentar las ventas, en lugar de un experimento genuino (y exitoso) de ventrilocuismo literario.
La breve vida de Rowling como Galbraith habría sido aplaudida por B. Traven, quienquiera haya sido. El autor del "Tesoro de la Sierra Madre" pudo haber sido Ret Marut, un actor y anarquista alemán. Su verdadero nombre pudo haber sido Otto Feige, de Schwiebus, actualmente en Polonia. O tal vez fuera un habitante del medio oeste norteamericano de origen escandinavo que viajó a México en un vapor holandés a los 10 años. O no. En varias ocasiones, fue representado por dos misteriosos agentes literarios, Berick Traven Torsvan y Hal Croves. Cualquiera, o todos ellos, podrían haber sido Traven, como también ninguno de ellos.
Se rumoreó que era el hijo ilegítimo del Kaiser, el escritor norteamericano Jack London o un buscador de oro de Hamburgo. Su dirección era una casilla de correo: "B. Traven, Tamaulipas, México". La revista "Life" ofreció una recompensa de 5.000 dólares para quien lo pudiera rastrear. Nadie logró hacerlo. Un hombre llamado Croves, quien murió en Ciudad de México en 1969, podría o no haber sido B. Traven.
B. Traven tuvo tal éxito en mantener separadas su vida y su obra, que hoy en día, a pesar de que sus libros prácticamente han sido olvidados, su propia biografía sigue siendo su historia de misterio más fascinante.
 Los seudónimos en Chile
En la Biblioteca Nacional (sala de Referencias Críticas), dos tomos empastados de color granate guardan información suculenta. Se trata de la recopilación de los seudónimos utilizados por gran parte de los escritores chilenos, en libros o artículos periodísticos. Un volumen se ordena alfabéticamente por los nombres verdaderos, el otro por los seudónimos. Recorriendo estas páginas se percibe que las "identidades ocultas" fueron especialmente utilizadas en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, por autores que escribían no solo libros, sino abundantes columnas, ensayos y crónicas de la prensa escrita, las que firmaban con diferentes seudónimos.
Según este estudio, Lucila Godoy no solo firmaba como Gabriela Mistral, sino también como "Soledad", "Alma" y "Alguien". Entre los escritores e historiadores chilenos, uno de los que usó más seudónimos fue Alberto Edwards -autor de la "Fronda Aristocrática"-, entre los que figuraba la sigla E.U.P. (iniciales que corresponden al apelativo "El último pelucón").
Aparte de Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto), entre los seudónimos más conocidos de escritores y cronistas chilenos figuran Quirino Lemáchez (Camilo Henríquez); Jotabeche (José Joaquín Vallejo); Oreste Plath (César Octavio Müller); Augusto D'Halmar (Augusto Goemine Thomson); Pablo de Rokha (Carlos Díaz Loyola) y Juan o Jean Emar (Álvaro Yáñez Bianchi). El crítico Hernán Díaz Arrieta recurrió al seudónimo Alone, pero también a otros menos conocidos.
Entre las narradoras, Ester Huneeus se bautizó como Marcela Paz; Elvira Santa Cruz Ossa tomó el nombre de Roxane; Inés Echeverría Bello firmó como Iris; Mariana Cox Stuven como Shade; la trágica Georgina Silva Jiménez tomó el apelativo de María Carolina Geel, y Rita Salas Subercaseaux el de Violeta Quevedo ("Violeta por lo humilde y Quevedo por lo que veo")
Un caso curioso es la autoría de la obra en clave humorística "Revolución en Chile". Sus autores, los escritores Carlos Ruiz-Tagle y Guillermo Blanco, se adjudicaron la calidad de "traductores" de una despistada e inexistente turista extranjera en Chile llamada Sillie Utternut (que se podría traducir como "tonta de remate").

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