por Joaquín Fermandois
Diario El Mercurio, Martes 02 de Octubre de 2012
Diario El Mercurio, Martes 02 de Octubre de 2012
Es casi imposible dar un pronóstico del resultado electoral en Venezuela. En algunas tribunas se pronostica de manera desaprensiva un triunfo de Henrique Capriles, y un giro de timón al curso que por 13 años ha seguido ese país, si las elecciones son limpias. El grueso de las informaciones acerca de encuestas predice una victoria holgada de Chávez, aunque nada es confiable en la atmósfera que se vive en Caracas. Chávez tiene su público y sus clientes.
En todo caso, si no se simpatiza con este populismo y caudillismo de matón de barrio, es conveniente tener preparado el ánimo para una victoria de Chávez. Esto no sólo para no hacerse ilusiones, sino porque para nada se trata de un fenómeno pasajero. Habrá que convivir por largo tiempo con el populismo en América Latina. El próximo año se cumplen 70 años desde los primeros gérmenes del peronismo, movimiento que con largueza ha sobrevivido a su fundador, aunque la actual Argentina carece del liderazgo que tuvo con Perón. El estilo de Chávez es una vuelta de tuerca comparado con Perón, con inflexión más tremendista, donde el clown devora la razón política, más allá de las consignas repetidas y repetidas.
¿Por qué puede ganar Chávez después de 13 años? Se han dado razones: la capacidad que ha tenido de hacerlo en todas las elecciones generales desde 1998, con excepción de una, y su habilidad para hacer campaña; además, en los hechos, toda su estrategia de gobierno parece ser una "campaña permanente" contra un enemigo interno y otro externo, lo que a muchos encandila.
Hay más razones. No ha creado ningún sistema nuevo y le ha añadido más obstáculos en lo político y en lo económico para que algún día la patria de Bolívar pueda ser una democracia desarrollada. Sin embargo, la economía de Venezuela no es una catástrofe; todavía hay mucho raspado de la olla, y sólo en parte porque el país está sentado sobre un pozo de petróleo. Gasta y desgasta lentamente lo que tiene, y poco se invierte, pero le ha sido útil para mantener su ofensiva y su potencia política. Ha podido repartir pan. Y también mucho circo, de manera inagotable, hasta el punto de que uno duda hasta de su cáncer, con esa capacidad de histrionismo que hace una fortaleza de aquello que lo ha convertido en la caricatura del latinoamericano.
De ganar Capriles -existe una Venezuela que no soporta a Chávez, y que no es ni mucho menos solamente una élite-, se enfrentaría al tipo de situación demasiado típica de los sucesores de los populismos. Deben efectuar un llamado al realismo, y recortar o limitar las dádivas antes esparcidas. Pero éstas han llegado a ser asumidas como parte de la naturaleza de las cosas, desde luego "derechos adquiridos". Como el chavismo continuará con o sin Chávez, los gobiernos que le sigan lo harán con esta fuerte hipoteca: grupos de interés, maquinarias políticas, demandas que no se podrán satisfacer con la teatralidad del Comandante, y en amplios sectores se criará la nostalgia por lo que se va a estimar como paraíso perdido.
Si gana Chávez, Venezuela y todos los que siguen esta ruta porfiarán en la frustración eterna, en la espiral del pan y del circo, cada vez menos abundante el primero y menos gracioso el segundo. Al menos a la luz de esta campaña, será mérito de Henrique Capriles el haber sacado a la oposición del desamparo, de la angustia y de la parálisis en que se hallaba, y habrá creado un nuevo polo con mensaje de futuro. Si llegase a triunfar, su nueva meta será asentar, cual segundo Rómulo Betancourt (1959-1963), un sistema estable en el que, más allá de la escenografía de telenovela, el país logre alcanzar un equilibrio y resistir los cantos de sirena de la insensatez.
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