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''No sports''



En los años 50 a 70 vendrían la TV, la profesionalización mercanchifle, la hinchada, los abominables locutores, los millonarios sueldos a deportitas (platas tabacaleras).

por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario La Tercera 04/08/2012 - 04:00

HAY QUIENES desconfiamos del deportismo. Lo cual puede que suene  extraño en estos días en que la manía musculosa transpirada (el jogging, el gimnasio diario, las maratones, el refrigerador de Michael Phelps) se ha convertido en signo de salud y pureza indiscutibles, única ideología hegemónica democrática tras la desaparición de viejos ideales políticos.

El sport, los sports -no confundir con la mera proeza física inmemorial- son un invento relativamente reciente. Se les ocurrió a los ingleses en pleno siglo XIX, logrando sus primeras definiciones, reglamentos y desarrollo en las canchas de juego de los colegios de la aristocracia y alta burguesía victoriana y edwardiana (Eton, Harrow, Rugby). En sus orígenes consistía en una competición lúdica al aire libre (lloviera o no), esencialmente inútil, con que se pretendía infundir virtudes de gentilidad y lealtad mutua viril (“sportsmanship”, “fair play”), propios de gente de bien (“gentlemen”), importando poco si se ganaba o no. Lo que verdaderamente valía era “how to play the game”, saber jugar, cuán aficionado, ciñéndose a consabidas normas de buena crianza.
El fin de este ideal coincide con el término de la Primera Guerra Mundial. De ese entonces data el relevo de ingleses sobrepasados por norteamericanos, australianos y otros “colonials” exageradamente entusiastas, competitivos e inescrupulosos como lo retrata Carros de Fuego, film situado en los juegos olímpicos de 1924. El siguiente capítulo de este declive lo constituyen los juegos de 1936 en Berlín. Enormes estadios (financiados en parte por los fabricantes de cigarrillos Reemtsma), chovinismo nazi de mano de genios propagandísticos como Albert Speer y Lina Riefenstahl, y por cierto el nuevo concepto en juego: “Denme un atleta y yo les daré un ejército”, diría Hitler en Mein Kampf.
Es esta lógica en parte nacionalista que lleva a George Orwell, ex alumno de Eton, a afirmar: “El deporte serio no tiene nada que ver con el fair play. Se vincula al odio, los celos, la jactancia, el desprecio de todas las reglas y el sádico placer de presenciar violencia. En otras palabras, es la guerra sin tener que disparar un tiro”. De también esta época es la apócrifa anécdota de Winston Churchill en que se le pregunta cómo era que siendo un fumador y bebedor de fusta (hasta 8 habanos, 7 whiskies por comida y 3 coñacs diarios, 95 botellas de champán anuales) pudo llegar a los 90 años, a lo que responde: “No sports”.  Si non è vero, è ben trovato. Churchill, alguna vez campeón de esgrima y jugador de polo, no estaba para avalar una lógica deportiva a esas alturas fascistas.
Luego, en los años 50 a 70, vendrían la TV, la profesionalización mercachifle, el pan y circo de masas no participantes, la hinchada, los abominables locutores, los millonarios sueldos a deportistas (platas tabacaleras) y, en los años 80, Jane Fonda, la activista izquierdosa, y sus videos aeróbicos, físico culturistas, tras arriar las otras banderas de lucha. Y, hoy, de nuevo la versión fascio-higienista, fanática y persecutoria, preocupada de los jóvenes (son tan puros) y vamos eliminando el tabaco de lugares públicos, incluso su foto (pervierte), aunque de cuando en cuando, por qué no fumarse un pito de esa fétida hierba (tan sana) que nubla la razón.

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