Diario El Mercurio, Sábado 04 de Agosto de 2012
Extraño a Pierre Jacomet. Si él estuviera vivo, sé que nos veríamos con frecuencia en Reñaca, cerca del mar, probablemente en el mismo café donde nos conocimos meses antes de su muerte y celebramos la fiesta de estar juntos una mañana cualquiera de invierno en día de semana.
Cuando advierto que lo estoy extrañando mucho, y que su ausencia me duele, lo leo. Lo leo y lo subrayo. Ahora estoy revisitandoLa lucidez del abismo y me vuelvo a entusiasmar con su lectura: se trata de un volumen de ensayos cortos donde se pasea Pierre, como Pedro por su casa, por asuntos de la mayor actualidad: educación, necesidad, miedo, amistad, felicidad, muerte, resentimiento, envidia, desesperación, amor y fidelidad, tristeza y alegría, generosidad y buen humor. Podría seguir enumerando, pero lo que quiero resaltar es que, al igual que su amado Montaigne, Jacomet no tiene mayores inconvenientes para enfrentar todos los asuntos que uno pueda imaginar con una lucidez asombrosa, cercana al abismo. Entiende Pierre que aceptar y asumir la propia ignorancia es la raíz de toda lucidez: "El pensamiento fenece cuando terminan las preguntas. Indiferente a la verdad, la gente navega por la vida con los ojos cerrados y solo se aproxima al abismo cuando enfrenta la muerte. Entonces cambia su escala de valores, y lo que antes juzgó importante cede ante la urgencia de devolver a la existencia su valor real, ajeno a vanas codicias y resentimientos".
Leyendo a Jacomet aprendemos a vivir más conectados, más atentos, más curiosos. Él no se propuso con sus escritos otra cosa que ojalá encender un destello de esperanza entre sus lectores. Tal vez la mejor esperanza: la que empieza por admitir nuestras fragilidades, nuestras contradicciones, lo difícil que a ratos es estar en paz.
Sueño un volumen-homenaje a Pierre Jacomet. No un panegírico que se gaste en la admiración, eso no le gustaría al propio Pierre. Pienso en un texto en que empleando las herramientas de Jacomet lográsemos penetrar en su mundo a fuerza de construir a un personaje vivo y al mismo tiempo enigmático, vacilante, humano. Nunca podremos realmente escribir la biografía de nadie: apenas unos apuntes que sumados a nuevos apuntes y nuevas miradas dibujen a un Pierre Jacomet enriquecido y especialmente vivo, el protagonista de una novela que no nos permita ser indiferentes a su destino.
Relativamente cerca de Reñaca, en Villa Alemana, una muchacha que aún no leyó a Pierre, pero que tarde o temprano viajará con él por su biblioteca, me escribe y sus cartas operan como fotogramas de una película que tardaremos muchos años en rodar. Me maravilla asistir como espectador atento a decenas de historias mínimas que sumadas escriben una gran historia: "Querido Pancho. A veces tengo las respuestas. Un viejito adorable fue mi taxista hace unos meses, un viernes de lluvia mientras esperaba refugiada bajo el paradero con mi guitarra al hombro la destartalada micro que me llevara a casa. El señor en cuestión siempre me saludaba, y como me gusta sonreír de vuelta, sobre todo a las personas mayores, era una suerte de momento feliz que compartía, hasta que ese día me subí al colectivo y lo pude conocer mejor. Resulta que le recordaba a alguien de su juventud y mi nombre más aún. Por mi parte yo tuve la respuesta a la interrogante de Clarice Lispector: ¿son los taxistas, taxistas por vocación? Sí, algunos sí. Cuando se lo pregunté, sonrió ampliamente y me contó que la calle es su vocación. Que nació para recorrerla. Que se angustia los días de restricción. A veces, Pancho, tengo las respuestas, otras no. Ahora las perdí un poco. Te escribo luego, sobre todo porque tengo unas ganas enormes de escribir los nombres de dios. Miles de abrazos. Verónica".
Cómo me hubiera gustado ir con Verónica a conversar con Pierre, y que el propio Jacomet le obsequiara sus libros y un importante cargamento de sentido del humor para vivir la lucidez del abismo. Mi pequeña Clarice es demasiado lúcida. Recién cumplirá dieciséis el otro mes y ya se detiene en asuntos como "sonreír de vuelta, sobre todo a las personas mayores". Leer sus cartas es un privilegio que tal vez, algún día, si ella quiere y yo también, podamos compartir con ustedes. Cuando sea grande. ¿Verdad que sí, Pierre?
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