DiOlímpicas
por Pedro Gandolfo ario El Mercurio, Sábado 04 de Agosto de 2012
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/08/04/olimpicas.asp
Los juegos olímpicos modernos obedecen principalmente a la tenaz convicción de un curioso personaje, Pierre de Frédy (1863-1937), un francés aristócrata cuya familia fue ennoblecida por Napoleón con el titulo de barón de Coubertin, dignidad que gustaba de usar. Hábil e incansable negociador, logró, después de muchos reveses y de convencer a algunas cabezas coronadas de la época, que se celebraran en Atenas, en 1896, los primeros juegos de la época moderna. Pierre de Frédy, homosexual y misógino -"unos juegos femeninos son impensables; serían impracticables, feos, incorrectos", declaró este hombrecito de abundante mostacho, pecho de paloma y mirada serena-, misoginia que le significaría su alejamiento del Comité Olímpico Internacional, que fundó y presidió por muchos años.
Como toda recuperación de los valores del mundo antiguo, los resultados de esa recepción pasan por el filtro distorsionador de las visiones personales y sensibilidades de la época. La traducción de las antiguas olimpíadas griegas en los modernos juegos olímpicos no se libran de esa alquimia: Pierre de Frédy, de cuya vida privada pude averiguar poco y que a veces semeja rodeada de un hálito sospechoso de santidad, era un ferviente converso a la singular doctrina del "cristianismo muscular" (cuyo ideal expuso en voluminosos tratados, uno de los cuales se titula "Gimnasia utilitaria"), una atractiva fusión entre vagas interpretaciones evangélicas y la fe en el deporte y la higiene como palancas esenciales de la perfección espiritual, una moda sanitaria de la que no se salvaron ni personalidades como Proust o Kafka.
Mi ennoblecido tocayo, Frédy, residió un largo período en Inglaterra, donde trabó amistad con el humanista, ensayista y educador Thomas Arnold, el pastor anglicano que introdujo el deporte como nuevo componente principal de la educación inglesa, y cerebro mayor del "cristianismo muscular", esta exaltación casi herética del cuerpo humano, sobre todo masculino, planteada como paradigma de perfección moral. Era una época -el tránsito entre el siglo XIX y el XX- en que nuevas creencias laicas y seudocientíficas vienen a sustituir al tambaleante rigor religioso-moral victoriano: el deporte, la gimnasia disciplinada, el naturismo, el nudismo, el vegetarianismo, son los ídolos emergentes del panteón moderno.
Sin embargo, la creencia en un vínculo lineal y necesario entre ejercicio y disciplina física -sobre todo practicado bajo las exigencias monstruosas de la moderna competición olímpica- y el desarrollo espiritual, moral e, incluso, la salud de la persona, es tan racional como la astrología, el espiritismo o la terapia de Bach.
En un mundo sin dioses, el virtuosismo en las piruetas es un modelo degradado del héroe.
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