El derrumbe de la izquierda


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Escritor y consultor en políticas educacionales.
Cada vez que surge un movimiento o conflicto social, surge también un conjunto de intelectuales y analistas que se apresuran predecir la crisis e inminente caída del “modelo”. Con el movimiento estudiantil estas profecías han vuelto a aparecer por doquier, pero no es la primera vez, llevamos 20 años escuchándolas, sin que nada pase por supuesto, salvo la profundización del mismo modelo que se considera a punto de caer.




En general estas predicciones se articulan en la típica jerga historicista hegeliana, o del “18 brumario” de Marx, aunque por supuesto sin la originalidad del genial barbón: el movimiento en cuestión es sólo el primer paso de un proceso mayor, que va a conducir a la reconstitución del poder popular, y a la progresiva articulación de los actores sociales, hasta una revolución más amplia que permitirá por fin derrocar la perversa dictadura del mercado e implementar un paradigma más humano y más justo. Al final, por supuesto, nada de esto pasa, la sociedad sigue cada vez más individualista, el mercado cada vez más todopoderoso, y todo el mundo se olvida de estas grandilocuentes predicciones. Son como los anuncios de Salfate, sólo que menos divertidos.
En realidad, no creo que el rol de los analistas u opinólogos sea el de ofrecer un pronóstico, esto parece un atavismo propio del siglo XIX, cuando se pensaba que la historia era un proceso mecánico y descifrable. En la situación actual de Chile, un buen diagnóstico —comprehensivo y actualizado—, quizás ayudaría más que una apuesta respecto del futuro. Pero, dado que el debate ya está planteado, vamos a las adivinanzas. ¿Va a caer el modelo? No, no lo creo. No sé si alguien lo cree la verdad, me parece que incluso los que así lo predicen, lo plantean más bien como una proyección de sus propios deseos antes que como una observación objetiva de la realidad (algo que, según Freud, constituye un mecanismo psicológico muy básico).
Si es por los deseos, por supuesto que a mí también me gustaría que el modelo “cayera”, por decirlo de alguna forma. Aparte de las enormes injusticias y desigualdades sociales que genera de modo estructural, resulta indigno, y hasta inhumano, un sistema social basado fundamentalmente en la maximización de las ganancias personales. Esto conduce, en el mejor de los casos, a la desconsideración del  otro, y con mayor frecuencia, al abuso y la explotación directa. Pero en términos más profundos, es el concepto mismo de ser humano que promueve el capitalismo lo que me parece crítico y fallido: un ser humano individualista, orientado exclusivamente a aumentar su propio bienestar, y crecientemente materialista.
Los discursos apocalípticos o totalizantes no ayudan en nada a cambiar el modelo, más bien obstruyen este objetivo, son una mera fachada que esconde bajo una retórica rimbombante o romántica un trasfondo de gran inmovilismo. Para hacer justicia a las demandas sociales del movimiento estudiantil, y, de pasada, avanzar realmente en la lucha por cambiar el modelo, lo que se requiere es un discurso político renovado. Lamentablemente el discurso actual de la izquierda está todavía bastante lejos de eso.
Pero los deseos no suelen tener influencia en la realidad y, a pesar de mis preferencias personales, no creo en verdad que el modelo esté a punto de caer. Peor aun, creo que se ha fortalecido, y que cada vez es más la gente que simplemente espera usufructuar de él, antes que cambiarlo. Al menos puedo decir a favor de la honestidad de mi pronóstico, que creo que va a ocurrir algo que no me gustaría que ocurriera. Hay que desconfiar de la gente que siempre cree que va a pasar aquello que quiere que ocurra.
En consecuencia, el punto importante me parece que es ¿por qué esto no ocurre Chile? ¿Por qué no se ha logrado conseguir siquiera una mayor regulación de los mercados y una provisión más digna y equitativa de los servicios sociales básicos? ¿Por qué vivimos aún en una de las sociedades más neoliberales y segregadas del mundo?
Es obvio que ha sido determinante la dictadura, así como la influencia de la derecha y el poder excesivo del que goza en virtud del sistema binominal. También ha influido la falta de decisión de  la Concertación, y su renuencia a asumir un proyecto político más consistente, más de “izquierda”, como se dice habitualmente. A estas causas, que se repiten con razón hasta el hartazgo, yo agregaría una más, que se menciona mucho menos. Ésta es el discurso anquilosado y políticamente inviable de la izquierda actual, que hace que esta alternativa —que sin duda podría ser mayoritaria en un país injusto y pobre como Chile— aparezca siempre como poco creíble y escasamente atractiva para los ciudadanos.
En realidad, me parece que gran parte del discurso que se considera hoy de izquierda en Chile no es más que un refrito de ideas políticas de los 60 o 70 (o incluso anteriores), ideas ya completamente vencidas y sin ningún poder de convocatoria en la sociedad actual. Según estas, todavía se concibe al mercado como un ente perverso y maquiavélico, que quiere hacernos daño en todo momento y que hay que abolir poco menos que por completo; a los empresarios como los únicos culpables y enemigos de una sociedad más justa, y a los “ricos” (que, curiosamente siempre están un decil más arriba que el analista o político que discursea), como un grupo de codiciosos acaparadores a los que simplemente hay que quitarles para darle a los más pobres. A este se añade una cuota siempre conveniente de estatización, y supuestamente se tiene la receta perfecta para mejorar la distribución del ingreso y construir la sociedad más justa e integrada que Chile requiere a gritos.
A mi juicio, es precisamente esta idea de que para cambiar el modelo es necesario retrotraerse al paradigma de la izquierda de los ’60, lo que promueve la perpetuación del modelo tal como está. Puede que satisfaga ciertas ansias intelectuales o nostálgicas de algunos, pero no tiene ningún asidero en la realidad actual, y en la práctica sólo redunda en un mayor fortalecimiento del mercado. Más que parte de la solución, es parte del problema.
Si la izquierda realmente quiere cambiar el modelo, sería más útil que, en vez de predecir histéricamente su caída inminente, se dedicara en vez a construir un discurso político actualizado, que se hiciera cargo de las demandas por una sociedad más justa y que hiciera sentido  a los ciudadanos de hoy. Para esto, sería conveniente partir por aceptar el rol del mercado en lo que funciona, en lo que tiene de eficaz o justo como mecanismo distribuidor de recursos. A partir de esta cuota de sano realismo, sería más viable levantar un discurso sólido y creíble que permitiera efectivamente revalidar el rol del Estado y de lo público, como un articulador viable de una voluntad colectiva con miras a un proyecto de sociedad más justo y equitativo.
En efecto, para levantar la confianza en la efectividad e importancia de lo público no se requiere reemplazar el mercado por completo, sino que delimitar y regular su ámbito de funcionamiento y, por sobre todo, resguardar un espacio que no quede bajo su tutela, prevenir la mercantilización de todas las esferas de la vida social. Sólo de esta forma será posible fortalecer efectivamente el rol de lo público e impulsar las grandes reformas que Chile requiere con urgencia, desde una educación pública efectiva y que sea fuente de orgullo para los chilenos, hasta un canal de televisión que realmente cuente con financiamiento público para no depender de los avatares del mercado (por mencionar solo un parte de reformas emblemáticas).
Los discursos apocalípticos o totalizantes no ayudan en nada a cambiar el modelo, más bien obstruyen este objetivo, son una mera fachada que esconde bajo una retórica rimbombante o romántica un trasfondo de gran inmovilismo. Para hacer justicia a las demandas sociales del movimiento estudiantil, y, de pasada, avanzar realmente en la lucha por cambiar el modelo, lo que se requiere es un discurso político renovado. Lamentablemente el discurso actual de la izquierda está todavía bastante lejos de eso. Otra situación en que la realidad se opone de manera flagrante a las demandas expectativas, ya no sólo de un grupo de analistas sino de la mayoría de los chilenos.

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