Dormir en el cine


Por Gonzalo Maier


© Getty Images

Hay pocos placeres más grandes que dormir en el cine. Mucho mejor si es con los ojos bien cerrados y mientras el proyector nos ilumina la nuca. De paso, uno descubre que toda película tiene su reverso. Porque dormir en el cine no tiene que ver ni con el aburrimiento ni con la desidia. Sencillamente hay cintas que se ven mejor con los ojos cerrados, en ese estado lánguido que ofrece el sueño. Dormir una película de Ruiz o de Sokurov es un lujo impagable. En los cines viejos uno podía estirar los pies bajo la butaca de enfrente y cerrar los ojos, encantado, mientras daban una de Tarkovski, y sólo así entender de qué se trataban realmente sus películas. Los cines modernos, en cambio, hacen la tarea difícil, pero siempre es posible hundirse en esos asientos blandos y dejar que una comedia de Kaurismäki, por ejemplo, se filtre a través de nuestros párpados con la misma sutileza con que maduran las buenas ideas. A fin de cuentas, si el cine se ha encargado de susurrar nuestros propios sueños, cerrar los ojos y dormir también parece un gesto sumamente educado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS