A Marte con pasión



Por Andrés Gomberoff | Vicerrector de Investigación y Doctorado de la UNABRevista Qué Pasa, 23/08/2012http://www.quepasa.cl/articulo/tecnologia---ciencia/2012/08/23-9278-9-a-marte-con-pasion.shtml
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“La curiosidad es la llama eterna que brilla en la mente de todos. Me hace salir de la cama cada mañana y preguntarme qué sorpresas me arrojará la vida ese día. La curiosidad es una fuerza tan poderosa… es la pasión que nos guía a través de nuestras vidas ”. Éstas son palabras de una niña de 12 años. Se llama Clara Ma, y fue la ganadora del concurso para darle un nombre al robot que hoy recorre la superficie marciana para la misión Mars Science Laboratory, el ya legendario Curiosity.  
La curiosidad, la pasión, el amor por la naturaleza son características notables de la biología de nuestra especie, que como vemos en estas palabras, nacen tempranamente en nuestra infancia. Y Marte es un símbolo mítico de todo esto. Lo podemos apreciar a simple vista. Con su cálido brillo rojizo hace clara su distinción entre todos los objetos en el cielo. Además, como buen planeta, vagabundea delante del fondo de estrellas fijas (la palabra planeta viene del griego para vagabundo). Su compañía no está asegurada todas las noches. Se hace esperar, ya que su órbita alrededor del Sol, más lejana que la de la Tierra,  hace que su distancia varíe entre apenas unos 55 millones de kilómetros y unos 400 millones. Marte es un amor complejo, que nos  entrega la  felicidad de su cálida compañía muchas de nuestras noches. Que va y viene. Que nos deslumbra. Quizás por eso nuestra urgencia de llegar a este planeta, de tocarlo, de conquistarlo de una vez. Es que la sed de Marte es milenaria.  

Marte es poderoso

Nunca habíamos estado tan cerca de Marte como por estos días. La misión Mars Science Laboratory de la NASA logró aterrizar el 6 de agosto pasado el robot más grande y complejo que haya llegado a ese planeta.
Como si fuera un turista japonés, lo primero que hizo al llegar fue tomar fotos. Y recibimos entonces esas fotografías del paisaje marciano que, tan “chilenamente”, nos evocaron nuestro desierto de Atacama. Una idea no tan provinciana, considerando que ahí se han realizado muchos de los ensayos para las misiones a Marte.
El suelo rojizo se debe a la presencia de óxidos de hierro, los mismos que  en la Tierra tiñen de rojo nuestros objetos de hierro con el paso del tiempo. El color ocre del cielo marciano se debe a estos mismos compuestos, que flotan en una atmósfera continuamente agitada por tormentas de polvo. En la superficie de Marte no hay agua líquida. No puede haberla, porque la presión atmosférica es tan baja que sólo permite la existencia de agua en forma de vapor o hielo. Esto hace imposible la vida en suelo marciano tal como la conocemos acá. La presión es equivalente a la que experimentamos en nuestro planeta al volar a 35 km de altura en una avión no presurizado. Además, el 95% del aire marciano está compuesto por anhídrido carbónico, una molécula que acá es necesaria para la respiración de la vida vegetal y de la que están hechas las burbujas del champagne, además de ser una de las grandes villanas en el origen del efecto invernadero.
Las temperaturas en Marte son bastante más agradables que en otros planetas de nuestro sistema solar, variando entre -150°C y 20°C dependiendo de la región y la época del año. En las regiones más cálidas, el promedio de temperatura, de unos -60°C, es similar al del lugar más frío de la Tierra, la base antártica rusa Vostok.
Los atardeceres son un espectáculo sobrecogedor. El Sol, que desde ese planeta se ve un poco más pequeño, desaparece poniéndose al este, pero al revés que en la Tierra, adquiere un tono azuloso que lo distingue del resto del cielo anaranjado. La diferencia se debe a que en la Tierra la luz interactúa principalmente con las moléculas atmosféricas. En la delgada atmósfera de Marte, la interacción con las partículas de polvo es mucho más importante: al contrario de las pequeñas moléculas de gas, deflectan menos los azules y verdes, y más los rojos.
Cuando cae la noche, en Marte podemos disfrutar de la compañía de dos lunas, Fobos y Deimos. Son muy pequeñas (de 22 y 13 kilómetros de diámetro, respectivamente), por lo que la atracción gravitacional que originan no es suficiente como para esculpir su volumen en una esfera. Como están cerca, son visibles desde su superficie. Deimos, la más pequeña, se ve como un pequeño punto en el cielo, mientras que el volumen de Fobos se aprecia, pero de un tamaño bastante más pequeño que el que vemos nuestra Luna desde la Tierra. Dada su forma irregular, un tanto alargada, unos eventuales niños marcianos dirían que su luna más grande no es de queso, sino que de maní. Fobos, por su cercanía, se mueve a una velocidad mayor que la de rotación del planeta, permitiendo que salga por el oeste y se ponga en el este dos veces al día.
El suelo rojizo de Marte se debe a la presencia de óxidos de hierro, los mismos que  en la Tierra tiñen de rojo nuestros objetos de hierro con el paso del tiempo. El color ocre del cielo marciano se debe a estos mismos compuestos, que flotan en una atmósfera continuamente agitada por tormentas de polvo.
Marte es bastante más pequeño que la Tierra, lo que hace que la fuerza de gravedad en su superficie sea poco más de un tercio la que experimentamos en la Tierra. Podemos imaginar una caminata por una gran explanada marciana, livianos, pisando grava roja, bañados por la tenue luz anaranjada del atardecer, mirando la puesta celeste del sol en el oeste, y al otro lado, la puesta de Fobos lleno, apenas iluminando las montañas del este. Allí está Curiosity por nosotros, tocando lo que nosotros no podemos. Dándonos la posibilidad de conectarnos con ese planeta como si se tratara de un gran amor al que sólo podemos acceder vía chat desde el teclado de un teléfono.

Vida en Marte

Además de sus cámaras, Curiosity lleva a bordo un conjunto de instrumentos científicos que tienen por objetivo determinar si en Marte se dieron alguna vez las condiciones para albergar vida. Para esto, el robot estudiará el clima, la geología, analizará muestras de suelo, de aire y medirá niveles de radiación. En particular, la misión pretende verificar si existió agua en estado líquido en algún momento de la historia del planeta, compuesto imprescindible para la vida tal como la conocemos.
El robot ya ha utilizado un espectrógrafo que analiza los componentes atómicos presentes en rocas. Para esto las bombardea con un poderoso láser, capaz de vaporizar el material, que emite una luz cuyos componentes cromáticos nos entregan información de los átomos que la emiten. Más adelante pulverizará trozos de roca para analizar su estructura cristalina usando rayos X. También estudiará el clima y tomará muestras de aire para verificar su contenido.
Estará allí un año marciano, poco menos de dos años terrestres, recorriendo algunos kilómetros alrededor de su sitio de aterrizaje, el cráter Gale, utilizando la energía que le otorga una pequeña batería nuclear, que funciona a partir del calor generado en el decaimiento radiactivo del plutonio-238.
Curiosity  estará transmitiendo sus hallazgos a través de ondas de radio que demorarán entre 5 y 20 minutos en su viaje interplanetario, dependiendo de la posición relativa de ambos planetas, avanzando a la velocidad de la luz, hasta alcanzar nuestras curiosa biología aquí en el planeta Tierra.
El hallazgo más importante con el que fantaseamos, por supuesto, sería un indicio de vida. Una especulación que tiene su historia.
Exactamente 16 años antes de que Curiosity posara sus seis ruedas sobre la superficie marciana, un 6 de agosto de 1996, la revista Science publicó un controvertido artículo. En él, se reportaba evidencia de vida bacteriana en Marte. Esto se basaba en ciertas estructuras microscópicas encontradas en un meteorito conocido como ALH84001, hallado en la Antártica en 1984. Dada su composición química,  se dedujo que provendría de Marte. Se han encontrado cerca de un centenar de meteoritos de este tipo en la Tierra, los que tendrían origen  en el impacto de otros grandes meteoritos en Marte, que arrojaron trozos de roca marciana al espacio. ALH84001, que habría salido de Marte hacía 15 millones de años, contenía estructuras microscópicas que, según el autor del artículo, David McKay, serían restos fosilizados de bacterias.
A pesar de que la mayoría de los científicos no creen hoy que la teoría de McKay sea la explicación más probable de estas estructuras, existen otras evidencias que apoyan la teoría de la vida bacteriana en Marte. Una de las más recientes tiene relación con la gran cantidad de gas metano que se observa en el planeta. El metano, o “gas natural”,  es un compuesto inestable. Esto significa que reacciona con otras moléculas de la atmósfera marciana, transformándose en otros compuestos. De este modo, la única explicación de la presencia de metano en Marte es que exista una fuente que produzca el gas. En la Tierra, la fuente más importante es la actividad bacteriana. ¿Existirá vida bacteriana en las profundidades de Marte, en donde quizás exista agua líquida? No lo sabemos. Puede que existan otros mecanismos que estén creando metano, pero ésta es una posibilidad que, digámoslo, rogaríamos que fuera cierta.  
Encontrar vida en otro planeta sería una pista fundamental para comprender cómo se originó la vida y cuál es la probabilidad de encontrarla en otros lugares del universo.
Así, aunque sea en su forma más primitiva, la compañía cósmica de vida en nuestro atractivo compañero planetario sería más que bienvenida. Como cantaban los Beach Boys en 1976, por los mismos días que EE.UU. lanzaba el Viking 1, la primera sonda que aterrizó y nos envió fotos de Marte, “If Mars had life on it/I might find my wife on it”. Es que amamos la vida. Si es exótica, aun mejor. Amamos las posibilidades de diversidad biológica. El misterio y los sueños de compañía extraterrestre. Amamos a Marte.

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