Ensayo Próxima novela del autor chileno
por Bernardo Toro
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 18 de marzo de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/03/18/al_revista_de_libros/_portada/noticias/9C446E77-72B0-4468-A977-80000B534A83.htm?id={9C446E77-72B0-4468-A977-80000B534A83}
Este libro aún no publicado surge durante la redacción de las memorias
del escritor chileno. Se podría incluso considerar una consecuencia de
la excavación autobiográfica realizada por el autor.
No resulta difícil imaginar lo que pueden ser los días de un embajador
en un país como Francia, ni lo que puede ser para un escritor volver
después de tanto tiempo al lugar de su juventud. Resulta más difícil
imaginar a Jorge Edwards emergiendo de la noche negra de París,
sentado frente a su escritorio con una jornada abrumadora por delante
y muchas otras por detrás, sacando del primer cajón un cuaderno, ese
que dice "El descubrimiento de la pintura", mientras el reloj mural
(que por supuesto no existe, como tampoco existe el cuaderno, el libro
fue escrito en una computadora) marca las seis y media de la mañana.
No creo que se trate solamente de disciplina, ni de ambición
literaria. En ese afán hay algo más necesario y me atrevería a decir
místico, si se entiende por místico todo acto que encuentra en sí
mismo su propia razón de ser. Si la vida es, como decía Scott
Fitz-gerald, un proceso de demolición, la literatura es quizás una de
las pocas cosas que resiste, por la simple razón que la escritura es
demolición, un ensayo del Juicio Final, en el cual nuestras vidas son
puestas en la balanza. Personalmente, no creo que ningún escritor,
Edwards aún menos que otros, crea realmente en la capacidad redentora
del arte; la literatura no es más que un "quizás" y la escritura tan
solo una apuesta. Tomarla demasiado en serio es privarse de su humor,
de su ambigüedad, de su irreverencia. El tema profundo de la última
novela de Jorge Edwards es precisamente la necesidad íntima, vital,
mística, de la práctica artística desligada de toda idea de
reconocimiento social. "El descubrimiento de la pintura" cuenta ni más
ni menos la historia de un hombre que se consume por no poder seguir
ejerciendo su arte.
Esta novela surge durante la redacción de las memorias de Edwards.
Podríamos incluso considerarla como una consecuencia de la excavación
autobiográfica realizada por el autor. Jorge Rengifo, su personaje
principal, aparece como un cadáver exhumado mientras el autor
rastreaba las tierras profundas de su infancia. Un hallazgo casual y
de poco valor que cobra poco a poco relevancia y termina encerrando
una clave importante del pasado del autor.
Una cierta mañana, Edwards decidió interrumpir sus memorias y retomar
el cuento que dio origen a la novela. Por más que le hiciera un
espacio, Rengifo no cabía en sus memorias. El personaje que lo inspiró
sin duda que cabía y demasiado; el espacio que éste ocupó realmente en
la vida de Edwards fue seguramente tan minúsculo, que le resultó
imposible poner tanto significado en un ser tan ínfimo. En todas las
memorias, por escrupulosas que éstas sean, hay alteraciones de
proporciones, omisiones, brotes de ficción, pero a veces estas
operaciones no bastan. Llega un momento en que las memorias no pueden
contener la fuerza de expansión de un personaje, la fuerza de
condensación de un recuerdo que anexa muchos otros. Tal
acontecimiento, tal personaje, requiere cortar las amarras que lo
retienen a la realidad biográfica del autor. Pero esta liberación no
es más que aparente. La imaginación obedece a nuevas leyes que el
escritor ignora, pero a las cuales se somete. Hay una lógica en la
ficción que el escritor no inventa, sólo reconoce.
El personaje principal de esta novela, Jorge Rengifo, o Fonfo, es un
auténtico caballero santiaguino, gris y misterioso, que irá ejerciendo
con el pasar de los años una extraña fascinación. Oscuro empleado
durante la semana en un departamento de cerrajería, Fonfo es un pintor
de domingo, sin reconocimiento y sobre todo sin cultura, que se
desinteresa totalmente por las obras de los demás.
Esta novela es apasionante por la complicidad que Edwards sabe
instalar con el lector y por esa cualidad que yo llamaría tacto
literario y que consiste en conocer los más mínimos efectos de su
prosa en el lector, como si en definitiva éste fuera para Edwards un
libro abierto, en el que él lee todo lo que le va ocurriendo en el
transcurso de la lectura de sus libros. Uno de los secretos literarios
de Edwards es el uso que hace de los adjetivos. Pocos escritores
pueden permitirse usarlos como él, en tal abundancia, sin fatigar la
frase, ni quitarle al lector su espacio vital. Su forma de yuxtaponer
adjetivos divergentes, de manera de hacerlos entrechocar como bolas de
billar despidiendo destellos de sentidos (no significaciones, sólo
destellos de sentidos) es muy llamativa. Esta técnica genera al
interior de la frase una suerte de tensión interna, como las burbujas
en una copa de champaña. No creo ser el primero ni el último en decir
que el estilo de Edwards es burbujeante como una copa de champaña.
Esta novela, tan placentera, está plagada de personajes antipáticos.
Muchos de ellos se reúnen en las sesiones musicales que organiza los
domingos por la tarde el medio hermano del narrador. Estas sesiones
constituyen otra de las sorpresas del libro. Este "Descubrimiento de
la pintura" es también un descubrimiento de la música. Los paralelos
que Edwards establece entre los gustos musicales de Fonfo y su pintura
constituyen, del punto de vista estilístico, los mejores momentos del
libro. Pocos escritores saben hablar de música y de pintura con
propiedad; no me refiero aquí a un asunto de cultura, sino a la
capacidad metafórica que permite traducir los efectos visuales en
efectos auditivos y viceversa. Ese juego de correspondencias requiere
que un novelista no sea tan solo un prosador, sino también un poeta.
"El descubrimiento de la pintura" es una novela en la cual, como decía
Claudel, "el ojo escucha" y el oído ve.
Pintor autista que ignora la pintura de los otros, Fonfo es a pesar de
todo un artista y el narrador que comienza a escribir sus primeros
poemas no posee otro referente. Fonfo lo atrae sin poder llegar a
constituir un modelo. Uno de los aspectos originales de esta obra
reside en la ausencia de figuras incitativas. "El descubrimiento de la
pintura" es una novela de aprendizaje sin mentor en la cual de manera
subyacente algo se transmite. La fuerza de repulsión generada por el
padre y el medio hermano juega quizás un rol más preponderante que la
débil fuerza de atracción del personaje principal. Edwards apunta aquí
a la esencia de toda vocación literaria, un escritor escribe sobre
todo contra algo o alguien; este combate es el motor oculto pero
esencial de su vocación.
Al final de la novela, Fonfo accede a la prosperidad, lo que le
permite emprender un viaje a Europa donde por primera vez contemplará
las obras maestras de la pintura universal. De este descubrimiento de
la pintura tardío, deslumbrante, demoledor, Fonfo no se repondrá
jamás. Su fin nos recuerda el de Bergotte en La búsqueda del tiempo
perdido , quien muere frente a un cuadro de Ver Meer, convencido de
que toda su obra no vale el fragmento de pared amarilla que contempla
anonadado. Algo parecido le ocurre a Fonfo que de vuelta a Chile dirá:
"Parece que se me olvidó pintar... O a lo mejor nunca supe". Palabras
lapidarias que su esposa interpreta con una sensatez digna de Sancho
Panza: "Quizás habría podido ser feliz sin necesidad de pintar, con el
solo recuerdo de los maravillosos cuadros que le había tocado ver al
final de su vida". ¿Por qué en lugar de hacernos feliz el arte puede
destrozarnos? La esposa no lo comprende, quizás porque como la inmensa
mayoría, ella piensa que el arte contribuye al desarrollo personal.
Fonfo puede gozar pasivamente de la música, pero no de la pintura,
cuya contemplación lo aniquila. Su desinterés no era una
extravagancia, sino más bien un sistema de defensa destinado a
proteger lo esencial: su deseo de pintar.
Este tema del pintor víctima de su propio fracaso está presente en dos
de las más importantes obras literarias escritas sobre la pintura: La
obra maestra desconocida de Balzac y La obra de Zola. Los escritores
suelen ser crueles con los pintores, podríamos preguntarnos por qué
tal ensañamiento, pero las preguntas ya están de más. El día comienza
a aclarar en París. Son las ocho y media de la mañana. El computador
sigue encendido, pero Fonfo, el entrañable Fonfo ya se desvanece.
Dentro de unos pocos minutos, la actividad volverá a la embajada, la
vida retomará su curso, como siempre ha sido, real, demasiado real.
Fonfo es un pintor de domingo, sin reconocimiento y sobre todo sin
cultura, que se desinteresa totalmente por las obras de los demás.
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS