por Iván Poduje - Diario La Tercera 01/11/2011
http://www.latercera.com/noticia/opinion/ideas-y-debates/2011/11/895-402333-9-el-mito-del-guggenheim.shtml
El caso de este museo nos demuestra que en materia de planificación
urbana no es bueno poner la carreta delante de los bueyes.
FRANK O. Gehry es un arquitecto norteamericano que se hizo
mundialmente conocido por su proyecto del Museo Guggenheim de Bilbao,
una obra que impacta por un diseño plagado de curvas cubiertas por
placas de titanio. Pero más allá de su espectacularidad formal, el
museo ha sido el emblema de un proceso de recuperación urbana que sacó
a Bilbao de un largo período de decadencia y la posicionó como una de
las urbes más dinámicas de Europa. Además, fue una inversión muy
rentable, ya que su costo de US$ 154 millones fue largamente pagado
con los cinco millones de visitas que recibe anualmente y el
consiguiente efecto sobre el PIB regional, estimado en cientos de
millones de dólares.
Con estos créditos, la fama del Museo de Gehry se extendió por el
globo y luego de un tiempo todas las ciudades querían el suyo, lo que
finalmente llegó a tierras chilenas, donde surgieron iniciativas
parecidas en Arica, Valparaíso o Concepción. Además, el discurso de un
edificio emblemático como "proyecto detonante" caló hondo en muchos
planes y estrategias de desarrollo urbano nacionales. Sin embargo, los
resultados fueron distintos a Bilbao. La mayoría de los "Guggenheim"
chilenos nunca vieron la luz y los pocos que se construyeron no fueron
el motor de transformación que se esperaba, como ocurrió con el Museo
Interactivo Mirador, pese a su notable diseño. Para entender qué
falló, conviene explicar el contexto en que trabajó Gehry en Bilbao.
Su obra se emplazó en un terreno ubicado al costado del río principal,
que era una cloaca abierta con industrias contaminantes, sitios
eriazos y serios problemas de conectividad. Para revertir este
escenario, los vascos definieron un plan basado en tres ejes de
intervención: el primero era sanear ambientalmente el río y recuperar
sus bordes con paseos, mobiliario urbano y árboles. Luego impulsaron
la reconversión de las industrias y sitios eriazos en oficinas y
parques, y crearon incentivos para que las empresas invirtieran. Y
para conectar el río con la ciudad levantaron dos líneas de Metro,
autopistas y trenes de cercanía. Sobre esta base renovada se emplazó
el famoso museo. Así, Gehry le puso la corona a una torta que tenía
varias capas previas, construidas con visión, esfuerzo y una cantidad
importante de recursos públicos. Y en Chile quisimos invertir este
orden lógico: ahorrarnos el tiempo y la plata del plan y poner
solamente el edificio para que brillara como una ampolleta atrayendo
turistas y detonando cambios en su entorno. Además, olvidamos que
Bilbao estaba en España, y que España era la capital del turismo de
Europa, un atributo que nunca tendrá ninguna ciudad chilena.
El caso del Guggenheim nos demuestra que en materia de planificación
urbana no es conveniente poner la carreta delante de los bueyes. Si
queremos recuperar la economía o el entorno de una ciudad, el edificio
espectacular o "ampolleta" debe ser la última fase, no la primera, y
jamás la única. Antes deben resolverse problemas más tangibles, como
la contaminación, la ausencia de espacios públicos o la creación de
sistemas de transporte que permitan llegar masivamente a disfrutar del
"edificio detonante".
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