por Joaquín García-Huidobro Diario El Mercurio, domingo 3 de julio de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/07/03/reportajes/opinion/noticias/294E5958-DF42-43FE-BF01-F81664120C3D.htm?id={294E5958-DF42-43FE-BF01-F81664120C3D} Las manifestaciones de estos días nos muestran un cambio en el modo de entender la política: estamos pasando de la vieja democracia liberal a la nueva política adolescente. Los manifestantes repudian gobiernos y oposiciones, se toman con la misma libertad la sede del PS y la de la UDI, y parecen pensar que tienen derecho a hacer lo que se les ocurra. Algunos sostienen que esto es bueno, que muestra interés en la cosa pública y que es una nueva forma de participación, sin registros electorales. ¿Será así? La vieja democracia les resulta poco interesante. Está llena de transacciones y acuerdos, supone una enorme perseverancia, y está sujeta a esa prueba terrible para los impacientes, que son las elecciones periódicas, libres e informadas. Ante la velocidad de Twitter y la eficiencia de una asamblea que resuelve todo de inmediato, discursos largos, almuerzos de radicales y conversaciones de pasillo parecen restos de otra época. En cambio, la nueva forma de manifestarse resulta muy apropiada para la psicología de las generaciones recientes. Tiene un carácter espontáneo, se convoca y ejecuta rápidamente; es anónima, no engendra una responsabilidad ni compromiso personal, y, en una especie de sopa marinera, abarca a todo aquel que tenga algún descontento con algo. "Yo estoy contra el machismo", decía una señora en la marcha. "Me carga que hagan una mina en las montañas de Aysén", afirmaba una niña. Sus liderazgos son efímeros, lo que calza muy bien con la cultura de lo desechable. ¿Qué se hizo la mayoría de los líderes pingüinos?, pocos los recuerdan. La democracia vieja tenía una característica muy especial. Decidía siempre sobre cosas concretas, mientras que la política que estamos viendo estos días en las calles de Santiago es esencialmente difusa. Cada día incluye nuevas demandas y se torna insaciable. Son infinitos actores pidiendo cosas infinitas, desde el apoyo a las universidades estatales a la nacionalización del cobre. "Mar para Bolivia", aparece en el frontis de una Casa Central. Mañana pedirán un cambio en el diámetro de los anillos de Saturno. Aquí no es simplemente cuestión de que una autoridad tenga más o menos disposición a dialogar, sino que el diálogo se hace imposible por exceso de temas. ¿Cómo evitar que el país quede a merced de la adolescencia política? Parece que lo más urgente es conseguir que las discusiones se concentren en problemas reales y determinados. Quizá la vía sea priorizar a los interlocutores más razonables, que se supone que son los rectores, aunque no siempre hayan dado buen ejemplo en estos días. Ellos están acostumbrados a la vieja política y deberían ser capaces de tragarse sus antipatías y seguir discutiendo. También el Gobierno tendrá que hacer un esfuerzo adicional. Dentro de todo, el problema universitario público es el menos difícil de resolver, porque hay algunas universidades estatales que lo están haciendo muy bien, y ése es un buen punto de partida. Otras estatales son un problema. Ellas son como esas empresas que tienen una contabilidad dudosa, y esperan que se produzca un incendio salvador que borre cualquier indicio de negligencia. La tentación de que el conflicto escale a un nivel tal que el Gobierno deba apagarlo con chorros de dinero sin preguntar demasiado es enorme, pero fatal para el país. Tampoco resulta razonable que se difunda la idea de que romper el orden y la normalidad es un buen negocio. Dentro de la maraña de peticiones, hay problemas muy reales. Que una universidad estatal reciba apenas un 7% de financiamiento directo del Estado parece muy poco, pero ¿significa eso que los fondos públicos deben beneficiar a todas las universidades estatales independientemente de su gestión? Los rectores que hacen bien las cosas no deberían ser condescendientes con las negligencias ajenas. Los buenos ejemplos hay que mostrarlos, y todos deben notar que es conveniente seguirlos. Alguien debe ser capaz de poner un poco de cordura en esta maraña, y ésa sólo puede ser la gente de experiencia. Si las autoridades universitarias se limitaran a seguir el paso en unos desfiles cuyo ritmo está marcado por otros, y el Gobierno se quedara en actitudes reactivas, querría decir que todos correríamos el riesgo de dejarnos aprisionar por la adolescencia elevada a categoría política.
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