por R. Rigoter Diario El Mercurio, Día a Día, Viernes 13 de Mayo de 2011http://blogs.elmercurio.com/editorial/dia-a-dia/el-doctor.asp Una tos seca y persistente, acompañada de la sensación de un cuchillazo en la espalda, me perturbó toda la noche, por lo que a primera hora pedí hora a un especialista, imaginando el peor de los escenarios. Tal era mi malestar, que avizoré la posibilidad de quedar internado de urgencia. En ese estado de ánimo me recibió un doctor canoso y de anteojos. Tras describirle mis síntomas, me preguntó si yo era viñamarino, ya que mis apellidos le sonaban familiares, de lo cual resultó que éramos coterráneos, y que no sólo habíamos estudiado en el mismo colegio, sino que uno de sus hermanos había sido mi profesor, del cual guardo gratísimos recuerdos. La conversación giró hacia nuestra niñez, los barrios en que vivíamos, y compartimos durante algunos minutos vivencias y conocidos comunes. Ya a esas alturas, la angustia de mi enfermedad se había calmado, y procedió a auscultarme. Me sentí en ese momento en las manos de un amigo esmerándose por cuidar mi salud. Su diagnóstico fue que sólo era una fuerte bronquitis que, píldoras de por medio, no me atormentaría por más de tres días. Nos despedimos como viejos amigos, y salí tranquilo y confortado, iniciando ya la senda de la recuperación. Entonces recordé la sabia frase de Voltaire acerca de que la medicina es el arte de entretener al enfermo mientras la naturaleza hace su obra. Sólo que en este caso, la calidez humana del doctor fue más allá de la simple entretención y formó parte de la obra.
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