La imposible reconstitución de la vida

por Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros,
Domingo 24 de Abril de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/04/24/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/A8AAF10B-0155-49A4-BC1F-1F4830BE6C8E.htm?id={A8AAF10B-0155-49A4-BC1F-1F4830BE6C8E}

Nada hay más extraño que la continuidad que le asignamos a la experiencia.

Es posible que necesitemos
de este espejismo mental para organizar nuestra vida,
pero es un hecho que ni siquiera respecto
a lo que hicimos el día de ayer
conservamos todos los datos de causalidad.

Incluso un viaje en taxi efectuado una hora atrás
ya se ha sumergido en la ebullición neblinosa del pasado:
ni siquiera recordamos la cara del chofer,
sólo su voz y su nuca; el resto,
lo que se vio a través de la ventana del auto:
follaje indistinto de las calles,
las columnas de una vieja mansión
y sus vidrios polarizados de empresa,
una manguera amarilla saliendo de una esclusa,
unos adoquines descubiertos por una rotura del pavimento,
sol oblicuo amarillento en la mitad superior
de unos paralelepípedos de cemento sucio.

Y además, en un plano traspuesto,
aparecen cosas que pensamos,
ruidos atemperados o estridentes que registramos,
pedazos de recuerdos flotantes.

La lista es interminable,
de hecho podría llenar las páginas
de un libro tributario del Ulises .

Quizás se trate, como señaló Borges,
de un proyecto literario fracasado.

La realidad desborda en todos los frentes
y la obsesión de dar cuenta de ella
nos puede llevar al fárrago ilegible,
a la parálisis o definitivamente a la rayadura.

Freud nos da por ahí la pista
de lo que siempre intuimos:
la realidad es una construcción imaginaria,
restada de la palabra "imaginaria"
la carga de lugares comunes que suele acarrear.

La idea de estar todo el tiempo
reconstituyéndonos en el espacio
es totalmente inútil para vivir
y sólo se manifiesta cuando hacemos un alto
y miramos hacia atrás o hacia el lado.

Para hacer negocios,
para ir a comprar pan a la esquina,
para atender en las reuniones de apoderados
o para mandar a hacerle la basta a los pantalones
tenemos el cuidado de no actuar
como si nos perturbara el avistamiento
de la irrealidad del mundo,
una categoría, por lo demás,
a la que nadie le tiene demasiada paciencia.

"¿Qué hacer?"
sigue siendo la pregunta pertinente
para cualquiera que tenga el impulso
o la necesidad de escribir.

Se renueva siempre,
aun en el caso de que los libros publicados
nos regalen la sensación de haber llegado algo.

Será vanidad esto último,
pero nadie ha dicho que la vanidad
es totalmente inexcusable.

Es más, en la vanidad siempre viene
un componente de supervivencia,
una ilusión de sentido:
por supuesto que
es benéfico sentirnos inteligentes,
herederos de una tradición familiar
y depositarios de misterios genéticos,
aunque todo ello constituya
una despreciable partícula de polvo volátil
en el decurso del incomprensible universo.

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