Condenado
por los poderosos y letrados,
se entregó a la muerte
para liberarnos de nuestros pecados.
Quiso destruirse
como el pan
que partimos en la mesa
para hacernos vivir.
Quiso derramarse
como el vino
obtenido de la uva que se pisa,
para que pudiésemos cantar.
Él es el Hombre-Dios,
pero no el Superhombre,
porque no pasa por sobre
nuestro destino humano,
sino que comulga con él,
convertido en varón de dolores.
Nos cuesta reconocer
que el hombre es imagen de Dios,
porque lo vemos y nos vemos desfigurados.
Tú comunicaste al ser humano tu propia vida,
para que pudiese ver en sí reflejada
la profundidad de tu misterio,
y pudiese reconocer en cada instante
cuál es tu voluntad.
Queremos revisar nuestras conciencias a la luz de tu palabra.
Sabemos que nos aceptas,
cualquiera sea el estado
en que nos encontremos.
Por eso te damos gracias,
felices de que un gesto de tu parte
pueda restituirnos la identidad perdida.
Envía, pues, tu Espíritu
a nuestros corazones,
que nos enseñe a aceptarnos
y a no esconder nuestra miseria;
que nos enseñe a renunciar
a las artimañas que empleamos
para borrar nuestras faltas;
que su fuerza nos habitúe a tu luz
para que nos veamos como Tú nos ves...
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Extractado del libro
Oraciones de Acción de Gracias
Casiano Floristán y Luis Maldonado
Editorial Trotta (Madrid, 1995)
(pensando que estas líneas
van dirigidas particularmente
a este improvisado editor
pero tomando en cuenta que, tal vez,
puedan servir a alguien más,
especialmente a amigos y familiares más queridos)
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