Diario El Mercurio, Martes 22 de Febrero de 2011http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/02/22/vivio-y-ya-no-vive.asp La era de la fotografía y del celuloide nos ha traído una experiencia existencial nueva en la humanidad: la de ver con vida, por lo general lozana, a quienes ya no están. El arte nos ha hablado desde siempre acerca de esta mirada del hombre hacia lo ido, incluso cuando no sabían que era arte, sino que expresión del alma. La fotografía -que siempre ha sido también un arte, aunque con fronteras muy difusas- nos ha dado la ilusión de "estar allí", ver las cosas como se supone que realmente son, lo que se nos intensifica con la llegada hace ya más de un siglo del cine y del movimiento del pasado en "tiempo real". Esto hace que también el contemplar fotografías y películas de escenas no ficticias de tiempos cercanos y a la vez remotos constituya todo un arte, de eso que pocas veces trabajamos como tal, aplicando deleite, diligencia, compenetración, curiosidad por el hecho real tras la imagen. Y al final, ¿qué nos dicen las personas tras las fotos? Amistades me han hecho llegar por internet un link con un documental de escenas más o menos corrientes de Chile de 1937. Quizás sea el más antiguo que se conserve en color. Mientras las fotos periodísticas de esa época tienden a ser muy esquemáticas, casi dibujos en los que se desdibuja la persona, en este caso se nos aparecen con un frescor que nos hace ver a esa gente casi como si fueran nuestros contemporáneos -que es la definición del conocimiento histórico-. Para mí, este documental adolece de la limitación de ser "en technicolor" según se decía antes. La profundidad psicológica en personas y paisajes culturales (la Alameda, el puerto de Valparaíso) emerge provista de contornos mucho más expresivos en el blanco y negro, como lo vemos en las buenas películas de aquellos años que han sido depuradas en las últimas décadas. Hace poco pude ver un largo documental sobre la vida cotidiana en Berlín en los años 1920. Casi en su totalidad son tomas espontáneas, particularmente escenas de niños y de tráficos humano, automovilístico y ferroviario de la ciudad. No es avaro al dejar que observemos detenidamente la clara expresión de quienes aciertan a caer bajo los lentes de la cámara, lo que hace del documental un testimonio sobre personas. Como en las buenas fotografías en blanco y negro, nos acercamos a las personas como si estuvieran con nosotros. Es una sensación extraña, ya que por vivaz y profundas que sean, de todas maneras las recubre la pátina invisible de la desaparición. Presencia y ausencia constituyen las sensaciones que combaten entre sí ante estas imágenes, ya sea en las nítidas fotos de nuestros ya añosos álbumes o en "Casablanca", "A la hora señalada" o la ya hace más de tres décadas fallecida "Gilda". Es que de quienes allí aparecen, con pocas excepciones, todos han peregrinado a la tierra de nunca jamás. Mas si fue así, ¿no querría decir que su presencia temporal fue un invento, una "construcción sociocultural de la realidad", según está en boga afirmarlo? De alguna manera, la ausencia total insinúa que la presencia de otrora, cuando la persona (Gilda/Rita o nuestros deudos) vivía, constituyó pura fantasía, aunque provista de placenteras sensaciones de materialidad. Al llegar a ese punto, se recuerda a Dostoievski ("Si Dios no existe, todo está permitido"), con todo lo que ello significa para el creyente y el no creyente, y para el que duda (la sociedad moderna). Afirmación radical, con la que es posible reiniciar el camino hacia la apertura a lo inacabado, ante la zozobra que nos impone la conciencia de la muerte. La fotografía en blanco y negro se suma a la pintura retratista para acariciar la esperanza de que lo que vivió era más que la vida percibida por nuestros sentidos.
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