Diario El Mercurio, Revista del Campo, Lunes 21 de Febrero de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/02/21/revista_del_campo/opinion/noticias/C6790843-862E-4353-932A-55025BF7351C.htm?id={C6790843-862E-4353-932A-55025BF7351C} Según la última información disponible del World Resources Institute, se emiten anualmente más de 43 mil millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Para evitar que el aumento de la temperatura del planeta supere los 2 °C -límite definido por las Naciones Unidas como aquel en que los daños al ecosistema serán de magnitud y escala impredecible-, las emisiones no deberían superar las 18 mil millones de toneladas anuales, es decir, se requieren mitigaciones de 25 mil millones de toneladas anuales de CO2. ¿Cuántas se producen hoy bajo el llamado Mecanismo de Desarrollo Limpio que promueve el mercado de los bonos de carbono? Alrededor del 1% de lo que se requiere. Esa es la magnitud del desafío que enfrentamos. En esta tarea el potencial del sector silvoagropecuario es enorme. No sólo por actividades de forestación, manejo sustentable del bosque nativo, protección de bosques y ecosistemas amenazados, co-firing y otras formas de ERNC no completamente desarrolladas en el país, prácticas de cero labranza o manejo residual agroindustrial; sino, también por el despegue de la dendroenergía, los biocombustibles de segunda generación -con algas o recursos lignocelulósicos que no compiten con la producción de alimentos- o la forestación urbana. Con proyectos de construcción o de riego que intensifiquen la eficiencia energética o el uso de materiales "des-carbonizados". En síntesis: con el potencial de nuestra geografía y el emprendimiento de nuestra gente. De ahí que el foco de la Bolsa de Clima de Santiago sea precisamente el despegue de una industria verde de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero en Chile y América Latina. El cierre de la Bolsa de Chicago ha generado cautela. Pero esa experiencia fracasó por dos razones. La primera es que impuso a sus empresas socias la carga de que todo su crecimiento debería ser carbono neutral. La segunda es que para mitigar tal impacto, aceptó que se transaran certificados de calidad y adicionalidad cuestionables, desarrollando su propio estándar técnico y no utilizando los estándares internacionalmente aceptados y prestigiosos. Para tener una noción del impacto de este segundo error, van algunas cifras relevantes: antes de su cierre, un certificado MDL se transaba a 20 US$/tonCO2, uno VCS -el estándar líder del mercado voluntario global- a 10 US$/tonCO2 y uno de Chicago a menos de 0,1 US$/tonCO2. Un instrumento que vale 100 veces menos que otro líder de mercado indica que su apuesta de credibilidad ha fracasado. Favorecer el desarrollo de un mercado voluntario en la región es el mejor camino para que las empresas desarrollen un proceso de aprendizaje que les permita transformar el cambio climático desde una amenaza a la formación de un músculo de competitividad. Pero no es la única tarea. También es clave la transacción de certificados de reducción de emisiones que se requieren en el mercado regulado europeo; bajar los costos y reducir las asimetrías, para beneficio de compradores y desarrolladores, de toda escala. El desafío no es sólo transar. El reto exige desarrollar un ecosistema de soluciones que tengan "bajada" al mundo real, que exista impecabilidad técnica y que haya conexión con los mejores estándares del mercado internacional. Si alguna vez existe una regulación tipo cap-and-trade en Chile o América Latina, instrumentos como el de la Bolsa deberían estar en la primera línea de los que la autoridad puede utilizar para reducir el costo de cumplimiento de esta regulación. Así creemos que se construyen los negocios en una economía más sofisticada y global.
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