¡Hasta cuándo!


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Señor Director:

No bastó con que el Gobierno intentara impedir el paso de los camioneros, ni con que grupos, tan vociferantes como intolerantes, los agredieran a ellos y a quienes los apoyaban en las cercanías de La Moneda. Ahora también se los acusa de provocar una suerte de "asonada", es decir, exponer al país a un quiebre de su sistema institucional. Curiosa y desproporcionada manera de calificar una demanda gremial para obtener seguridad pública.

Llamativo es que al mismo tiempo se defienda con tanto ahínco el derecho de los estudiantes a manifestarse, a pesar de los evidentes trastornos que provocan cada vez que lo hacen, al tomarse avenidas y generar todo tipo de desmanes. ¡Claro que esto último siempre ha sido atribuido a infiltrados o delincuentes oportunistas!

¿Acaso el hijo de los Luchsinger Mackay no tiene el mismo derecho que Carmen Gloria Quintana o los familiares de Rodrigo Rojas a exigir justicia por la aberración de que sus padres fueran quemados vivos en su hogar, sin tener que sufrir descalificaciones y agresiones? ¿Acaso no merece reproche que el presidente del PC reconociera, como lo hizo en la prensa hace un par de años, que en su calidad de jefe militar de su partido había autorizado acciones armadas del FPMR? Imagine usted que algo similar hubiera sido reconocido por alguien que no es de izquierda. Muy probablemente las redes sociales hubieran ardido para condenarlo y las querellas se habrían acumulado.

Incluso por estos días un canal de televisión exhibe un documental sobre el FPMR donde sus miembros son presentados, con total desparpajo, como luchadores sociales envueltos en un aura de heroísmo. Sí, los mismos que secuestraron a varias personas y asesinaron a otras tantas, entre ellas al senador Jaime Guzmán en plena democracia.

¡Hasta cuándo la izquierda continuará atribuyéndose superioridad moral para juzgar los actos de otros y revestir los propios de legitimidad y reclamar impunidad!

Jorge Jaraquemada R.
Director ejecutivo Fundación Jaime Guzmán 

El miedo es cosa viva…


La Moneda (24804457)




Los camioneros y sus protestas o siquiera la amenaza de que protestaran les causan pánico a La Moneda y su coalición. Ya vimos a qué extremos llegaron el jueves, inspirados por Su Majestad el Miedo, por detener y abortar una caravana de sólo 13 camiones. Para esos efectos desenvainaron una suerte de “ukase” -prohibición de entrar a Santiago- quebrantando toda norma jurídica y constitucional, amén de desplegar a las Fuerzas Especiales de Carabineros y  tomar medidas que nunca toman cuando la marcha o manifestación es protagonizada por los compañeros combatientes. Con los camioneros actuaron de otro modo porque inevitablemente recordaron el paro que terminó por desarticular el gobierno de Allende y preludió el Golpe Militar; revivieron esa pesadilla, comenzaron a ver sediciosos por todas partes, los camiones se convirtieron en una columna pánzer y sus conductores en miembros de la SS. Quizás hubo incluso algunos caballeros, víctimas de traumas incurables por la ciencia médica, que se imaginaron saltando por segunda vez los muros de las embajadas, lo cual ahora, a los 60 o 70 años, sería tarea más dificultosa. Ya no hay salud para esos trotes.  
La izquierda vive todo el tiempo con sobresaltos de ese tipo. Se obstinan con tan tristes recuerdos y se frotan las heridas para una perpetua supuración que es parte de su cultura grupal y temperamental, de su legitimación como víctimas, fundamento visceral de sus quejas y de sus pretensiones siempre fallidas de transformar el mundo. No por nada el recién nominado intendente de La Araucanía, hombre de dicha “sensibilidad”, no se demoró un segundo en soltar una muy desafortunada frase asociando a la derecha exclusivamente con el uso de la fuerza. Es un reflejo condicionado nacido del temor, a lo cual se une esa rutinaria y conocida paranoia en virtud de la cual sus cultores suelen ven “fachos” y “golpistas” por todas partes. Recuérdese cómo, apenas iniciado el régimen de la Concertación, un “ejercicio de enlace” en el que participaron quizás una docena de militares con la cara camuflada con betún Virginia puso los pelos de punta a las autoridades de entonces. De hecho gran parte del motivo y premura que promovió los acuerdos y las cautelas de esos años fue ese temor, el fantasma del Golpe, el de ser expulsados una vez más.
Son pánicos completamente infundados. El país vive en otra época y no hay ni una gota, ni una molécula de agua en la piscina de las intervenciones castrenses. Las FF.AA. son hoy por hoy un cuerpo domesticado, aun apabullado por su historia, acoquinado, arrinconado y dócil. Si alguien tuviera la peregrina idea de ir a tocarles el timbre, le gritarían desde adentro “no hay nadie”.  O, como en ese chiste, “ya dimos”. Tampoco hay motivo; al país no le va bien, la inflación ya asomó su feo rostro y también lo hicieron la cesantía, la incompetencia y/o confusión de las autoridades en casi todas sus gestiones es colosal, el debilitamiento del orden social muy grande, los delincuentes disfrutan de impunidad, los grupos extremistas se han adueñado de parte del territorio nacional y de los espacios públicos de todas las ciudades, los estudiantes no estudian, los profesores apenas profesan y la mala leche circula a borbotones, PERO fuera de eso, haciendo abstracción de todo eso, estamos bastante bien, gracias.
¿Estado fallido?
En medio del batifondo del jueves el ministro Burgos hizo acto de presencia y soltó algunas frases muy significativas. Reconoció que el Estado ha fallado en lo que toca a impedir o al menos detener y procesar a los autores de incontables atentados de todo tipo en La Araucanía, con lo cual no sólo reconoció un hecho evidente, sino, de soslayo, puso entre paréntesis la completa visión oficial de la NM relativa a los fenómenos que se producen en esa zona. Para la NM la falla del Estado NO CONSISTE en no haber detenido, procesado y sancionado a los culpables de las trapacerías, sino en no haber hecho siquiera aproximadamente lo que quiso proponer el defenestrado intendente Huenchumilla, a saber, posibilitar un territorio autónomo para el pueblo mapuche, declarar a Chile como Estado multinacional y expropiar las forestales.  Para la izquierda que el Estado NO HAYA HECHO ESO o siquiera parte de eso sería el déficit, NO la casi inexistente persecución policial y judicial de los hechores de atentados.
El evento, entonces, como ha sucedido con casi todos los que nos ha ofrecido la actual administración, manifestó por enésima vez el insalvable abismo que media entre los revolucionarios de la NM que quieren chicotear las reformas a todo caballo y los miembros de la antigua Concertación, quienes desean detenerlas, aunque por razones tácticas no hablan de pararlas, sino de “graduarlas”. Sus adversarios lo ven claramente  y no lo quieren permitir, pero tampoco pueden evitar que Burgos y otros lo intenten y suelten frases como la del jueves.
Hay, entonces, un caso de Estado fallido, pero es preciso dilucidar en qué sentido. Si entendemos el término en su acepción normal, en ese caso tenemos efectivamente un Estado al menos parcialmente fallido porque ha sido y es incapaz de cumplir a cabalidad con la primera tarea de todo Estado, la preservación de la ley y el orden. Y lo ha sido no por simple incompetencia -aunque ha habido una generosa porción de aquella- sino porque los miembros de este gobierno, desde la Mandataria hasta los ascensoristas, están en importantes grados de acuerdo con la visión de Huenchumilla y con todas las visiones que catalogan, hoy, cada despelote público como una “lucha social”, cada acto de vandalismo como una “expresión de cultura popular”, cada desorden como un acto democrático, cada asamblea celebrada a empellones como un “debate”.   
Cantinflas vs. Robespierre
¿Quién, qué sector ganará la contienda? ¿Los moderados encabezados por Burgos o los revolucionarios encabezados -o más bien sólo vociferados- por la troika Navarro-Quintana-Teillier? Y el ganador, sea quien sea, ¿ganará sobre la sola base de la superioridad política e ideológica o recurrirá a la fuerza, ya sea pública y legal o privada e ilegal?
Los precedentes históricos de este tipo de situaciones informan que el ganador suele ser el grupo más radical, nunca los moderados, quienes, por serlo, carecen de cojones, razones y sobre todo de voluntad para imponer sus vacilantes puntos de vista. Pero, por otra parte, aunque la historia se repite, se repite en la rima, no en el verso. O tal vez, como dijo Marx, los sucesos históricos importantes se manifiestan primero como tragedia y luego como comedia. Como la tragedia ya la vivimos en 1973 y años siguientes, se deduce que esta vez será como comedia, elemento ya notorio en las frases y posturas de Sus Excelencias. Tal vez, Dios mediante, un país con ingreso promedio de 15-20 mil dólares ya no se presta para pampiroladas más allá de las protagonizadas por una sarta de niñitos y una cohorte demográfica de veteranos en busca de la Fuente de Juvencia. Tal vez en esta oportunidad no será Robespierre sino Cantinflas quien gane la mano. Mientras tanto, vivimos en crisis…

El conventillo virtual


Liberty Valance (Alter ego sabatino de Antonio Martínez)
Diario El Mercurio, sábado 29 de agosto de 2015

Este es un espacio urbano y popular.

Está en los libros chilenos del siglo pasado, 
en la llamada literatura social, 
porque partía por la calle, 
seguía con la gentuza buena y mala, 
y exponía las cosas tal como son.

Vivían en el conventillo y sus alrededores, 
y eran incontables: el gañán, el rufián, 
la viuda triste y el palomilla, los jubilados iracundos, 
el aristócrata venido a menos y resentido, 
el inútil de la familia, un hijo de ladrón, 
el caballero de malas costumbres 
y un aprendiz de escritor malo.

Y el Cara de Unto 
y los vecinos de calle Maruri 
y la mala estrella de Perucho González.

Ahora llegó el progreso, 
la modernidad y las redes sociales.

Corrió el tiempo y la educación pasó de largo.

Así que son distintos los marcadores, 
pero es el mismo resultado y la relectura corresponde: 
el conventillo existe y es virtual.

Los chilenos estamos hacinados, insalubres, 
desordenados, malolientes y malhablados.

Escondidos entre las piezas del conventillo virtual 
y respirando el aire viciado e incómodo 
que desprende el celular, el notebook o el computador.

Esos ingenios que piden y piden, 
nunca se cansan y hay que alimentarlos 
desde la soledad de un cuarto estrecho,
la dureza del escritorio 
o la soledad de una cama fría.

Descorren el Twitter y el visillo, 
paran la oreja, levantan la taza del Facebook, 
escuchan conversaciones ajenas, apuntan con el dedo, 
tiran la piedra y la cadena, descorren un rosario 
de ruidos extraños y meten el cuchillo y la cuchara.

Desde lugares sin ventilación 
y ahogados por el humo del brasero global, 
debajo de los camastros y la tecla, 
detrás de la cómoda red social 
y arrinconados en un ropero de tres plazas.

En el conventillo virtual la fauna y las jaulas, 
respectivamente, se extendieron y abrieron. 

El silencio no paga. 
Hay que ganar algo y hacer ruido.

Aparecieron seres complejos y retorcidos. 

Otros son fantásticos. 

Hay imbunches de oficina, 
tropas de ociosos, íncubos, 
legiones de falsificadores, 
charlatanes, súcubos.

Ahí está el envidioso rastrero, 
el coleccionista de basura, 
el enfermito moral, 
el columnista ratero, 
el cínico light, 
el analista apolillado 
y el ventrílocuo cobarde.

Anhelan la batalla campal 
y sueñan con un trending topic: 
el servicio higiénico colectivo 
del conventillo virtual.

Y que nadie crea 
que se les acabó la cuerda y pasó su hora, 
y por eso deben demostrar a diario lo que son: 
maestros de la habladuría insomne, 
señores de la cuña confitada 
y voceros del tentempié aceitoso.

Que no vayan a creer 
que están azumagados en un catre 
y les sale moho de esa cabeza 
que necesita limpieza.

Para que el conventillo virtual 
sepa que son un príncipe encantado 
y no un sapo cantador.

Entonces que corra lo infundado, 
ofensivo, precario e impreciso.

Total son cestos de frases cortas y no pasa nada.

Es como una interjección y un espasmo.

Después se baldea el patio 
y se refriega con escobillón, 
cloro, perdón falso, olvido, jabón, 
disculpas por cumplir y abundante lejía.

Y así es la vida diaria en el conventillo virtual.

El Movimiento social de los camioneros


camiones

Ayer una gran mayoría sintió en el #FuerzaCamioneros que compartían y apoyaban un reclamo de paz, de que se restablezca el estado de derecho y la seguridad, y que se enfrente a la delincuencia organizada que pone en riesgo sus vidas. Ese fue el éxito de los camioneros: que su demanda contra la delincuencia fuera compartida por cientos de miles. Esa es la explicación de que el gobierno haya debido retroceder y abrirles las puertas de La Moneda.
Lo que caracteriza a un movimiento social es precisamente eso, que su demanda por un cambio en nuestra sociedad sea compartida por muchos más de los que se atreven a movilizarse, a asumir los costos de participar como ciudadanos e instalar en la agenda pública el motivo de su reclamo. Y si los camioneros fueron ayer un verdadero movimiento social, por que el gobierno los trato tan duramente, negándoles la importancia que se merecían, y peor aún, estando dispuesto a torcer la legalidad con un decreto exento que les impidiera el paso a Santiago. ¿Qué hay detrás de estos supuestos errores de criterio?
La izquierda chilena no tolera ni permite que otros aparezcan como actores representativos del mundo social, que otros hablen a nombre del pueblo, como si esto les perteneciera. Los descoloca, porque con ello se cae gran parte de sus mitos ideológicos. El pueblo reclamándole al gobierno del pueblo no cabe en una mente que lee todo en códigos de la lucha de clase.
Esto nos permite entender que peor es la reacción de la izquierda más extrema, que frente a la osadía de estos camioneros salió a agredirlos de forma violenta, incluso frente al resguardo policial y prácticamente frente al palacio de gobierno, validando  el reclamo de estos mismos camioneros, que sufren de esta violencia delictual y política día a día.
La demanda por vivir en paz y libre de la delincuencia sintoniza con la gran mayoría de los chilenos, que independiente de su posición política, la consideran la principal preocupación en estos momentos, incluso por sobre educación y salud.  Por eso llama tanto la atención que el gobierno no entendiera nunca que este movimiento que partía en La Araucanía -liderado por los camioneros- era mucho más grande y fuerte, y que tenía todo para ser un movimiento transversal. Mucho más rápido se dieron cuenta los medios de comunicación, que le dedicaron largas horas y páginas a este enfrentamiento entre un gobierno que aparecía sordo y ajeno al sentido común.
Lamentablemente siguen siendo los traumas del pasado los que le impiden a la izquierda chilena acercarse a este nuevo Chile  que reclama más seguridad y respeto a la propiedad privada. El gobierno de una ausente Presidenta Bachelet pagó caro el hacerse eco de esos temores y no abrirse a que los movimientos sociales no son patrimonio exclusivo de ningún sector político

El hombre invisible por Leonardo Sanhueza


Diario Las Últimas Noticias
Martes 25 de agosto de 2015

Quizás ha sido el mundo virtual el responsable
de que haya prácticamente desaparecido de nuestro imaginario
una de las fantasías más atractivas de antaño: ser invisible.

En la práctica, buena parte de la existencia humana
ha ingresado en una zona impersonal
en que nadie es quien es, ni se ve como tal,
ni se llama como se llama.

Es, como se suele decir,
un personaje de sí mismo,
un espectro cuya visibilidad no es directa
ni depende del sentido de la vista.

Los miedos 
o deseos asociados a no ser visto 
han quedado dislocados, 
no tienen punto de apoyo en la siquis.

Sea como sea, la figura del hombre invisible
me ha estado rondando en los últimos días.

Todo comenzó la semana pasada,
cuando el sensor de una puerta de apertura automática
me hizo la desconocida y, con toda la ridiculez imaginable,
quedé con la nariz pegada a los vidrios cerrados.

Es cierto que soy muy flaco 
(«más delgado de lo que conviene 
al filo del espíritu», diría Saint-John Perse),
pero otra cosa es ser invisible,
por un instante al menos.

No sé si fue una manifestación
del «niño que uno lleva dentro»,
pero un lento escalofrío me escobilló el espinazo.

Desaparecer sin desaparecer, estar sin estar,
rozar la realidad sin ser parte de ella:
de un solo golpe me volvió 
esa extraña sensación que ya creía olvidada 
entre los cachureos de la memoria infantil.

Como si hubiera sido poco, 
al día siguiente volví a ser invisible.

Mientras esperábamos 
la luz verde del semáforo,
el auto que estaba delante del mío
empezó a retroceder, lenta 
e inexplicablemente hasta que me chocó.

El chofer se bajó y, muy sonriente, me dijo:
«No me lo vas a creer, eres invisible al espejo».

O sea, para seguir con los recuerdos de infancia,
resulta que además soy vampiro.

Cuando chico ser invisible 
me parecía una idea bella pero espantosa,
tan abismante como la noción de infinito.

Como atributo, 
era una anfisbena 
que se mordía la cola, 
pues al mismo tiempo 
que representaba cierta felicidad,
producida por la facultad 
de ver sin ser visto, como también 
por la de poder jugar
con la existencia de los otros
gastándole todo tipo de bromas,
en su revés se trizaba para siempre
la frontera entre un ser humano
y su propio fantasma, 
de modo que el atributo 
se convertía en una condena 
a la soledad perpetua de los monstruos.

Esa condena es justamente el principio
que sustenta El hombre invisible,
la novela de H. G. Wells: 
el miedo que produce en los otros
un ser invisible y el mal que se incuba
en el monstruo por su condición.

Ahora eso ha caducado,
ya que la visibilidad
no representa gran cosa
y la fantasía de ser invisible
ha llegado a ser incluso cómica:
basta ver la película para 
reírse un rato de algo espantoso.

No creo que sea la pérdida de la inocencia
lo que se verifica cuando las representaciones
del miedo se vuelven ridículas.

Más bien se trata 
de la transformación de las certezas, es decir,
de los lugares en que la imaginación tira sus anclas.

El amor por Chile Óscar Contardo


Diario La Tercera, domingo 23 de agosto de 2015


Me llama la atención la gente 
que se toma en serio, muy en serio, 
conmovedoramente en serio. 

Las personas que se presentan sin fisuras, 
que hablan de sí mismas como quien comenta 
los detalles de una pieza firme de metal. 

No es que se presenten 
como sujetos del todo infalibles, 
sino más bien como criaturas 
expuestas al error ajeno 
que inevitablemente 
terminará por rozarlos. 

Son los inconvenientes 
de vivir entre defectos, 
de habitar ambientes minados por la duda 
y estropeados por el vicio de lo incorrecto. 

Frente a ese roce siempre 
existirá un relato de la manera 
en que supieron esquivar el golpe, 
enmendar los daños 
y transformar el percance 
en una prueba más 
de que la fe rotunda en sí mismos, 
lejos de ser un exceso, 
es una cualidad que debe ser 
cultivada con la delicadeza 
con la que se cuida un bonsái o una orquídea, 
sólo que en este caso no hay fragilidad posible. 

Todo es hormigón armado.

No es que pretendan 
parecer algo que no son, 
tampoco que mientan para acicalar 
los hechos en su propio beneficio. 

No. 

La rotunda seguridad de estas personas 
no significa que sean deshonestas, 
poco sinceras o insensibles.  

La severidad con la que evalúan 
su rol en el mundo las hace situarse 
muy por encima de esos defectos; 
para ellos, lo que existe allá abajo 
es un espacio que no se permiten visitar, 
un poco por desinterés y otro poco por asco. 

Sospecho que no debe ser agradable 
enfrentarse constantemente a esa ruina 
de egos fallidos que solemos ser el resto.

Me fascina constatar la forma 
en que el aplomo se acerca al absoluto. 

No es aquel aplomo de un especialista, 
la seguridad del astrónomo 
que detalla las particularidades físicas 
de un lejano cuerpo celeste, 
sino la circunspección de quien 
sabe explicar con precisión 
las fortalezas de sí mismo 
y hacerlo como si estuviera 
detallando los pormenores 
de la historia universal.  

Me resulta fascinante, además, 
su manera de moverse: 
son criaturas que no se acercan al prójimo, 
sino que esperan que los otros se les acerquen, 
como quien concurre a un monumento 
o peregrina a un lugar sagrado.

Me intriga, por último, 
cuando algunas de estas personas 
se dedican a la política 
y aseguran que ellos 
nunca se postularían 
a nada por interés propio, 
sino más bien para responder 
al clamor popular, 
a la señora que los detiene en la calle, 
al murmullo que se extiende 
por comedores y salones ajenos. 

Un deseo al que ellos 
deben ceder por amor a Chile. 

Es entonces cuando 
no les queda otra alternativa 
que acatar el propio destino, 
siguiendo el mandato de un mantra 
que repiten silenciosamente: 
ama a tu prójimo 
como a ti mismo y viceversa. 

Sobre todo viceversa.

Quiz

A qué personaje se refiere el autor de esta columna:

A. Ricardo Lagos Sr. (Ricardo Froilán Lagos Escobar)
B. Al casildense Sampaoli (Jorge Luis Sampaoli Moya)
C.  Andrés Velasco (Andrés Velasco Brañes)
D.  El senador Ossandón (Manuel José Ossandón Irarrázaval)
E.  Borja Huidobro (Francisco de Borja García Huidobro Severín)
F.  MEO (Marco Antonio Enríquez-Ominami Gumucio)
G. El economista Sebastián Edwards (Sebastián Edwards Figueroa)
H. Bam Bam Zamorano (Iván Luis Zamorano Zamora)
I.  Carlos Caszely (Carlos Humberto Caszely Garrido)
J. Pancho Vidal (Francisco Javier Vidal Salinas)
K. Fernando Villegas (Fernando Villegas Darrouy)
L. Fernando Paulsen (Fernando José Paulsen Silva)
M. Mario Waissbluth (Mario Daniel Waissbluth Subelman)
N. Sebastián Piñera (Miguel Juan Sebastián Piñera Echeñique
Ñ. Carlos Peña (Carlos Hernán Peña González)
O.  Óscar Contardo (el autor de la columna aludida)
P.  Álvaro Bisama (Álvaro Bisama Mayné)