"El nuevo gabinete asumirá en medio de una democracia que está amenazada. Su muro de contención -la confianza en la actividad política- tiene apenas un 3% de altura..."
Si Don Francisco fuera medido en la encuesta CEP como "institución", probablemente lideraría el ranking de confianza. Por sobre Carabineros, por sobre la Iglesia, por sobre la radio. Pues bien, Bachelet se aferró a él para anunciar la medida más importante de su mandato.
Echando por la borda cualquier atisbo de republicanismo, y en algo que es inédito para cualquier democracia, anunció desde el estudio 10 de Canal13 -al borde del llanto- aquello que se esperaba desde hace meses.
A lo largo de toda la entrevista, la Presidenta se vio angustiada. Dolida, confusa y nerviosa. Era imposible no empatizar con ella. El propio Mario Kreutzberger terminó al borde de las lágrimas, y los telespectadores -incluso el 60% que rechaza su conducción- probablemente también habrían querido acogerla. Pero si en lo humano produjo empatía, en lo político produjo preocupación.
Un Presidente debe tener seguridad y confianza. O, al menos, dar esa impresión. Bachelet mostró todo lo contrario. Prueba de ello son al menos cuatro cosas insólitas que dijo a lo largo de la entrevista, pero que pasaron al olvido por el sorpresivo anuncio.
En primer lugar, volvió a hablar de su desconexión en Caburgua. De que las comunicaciones eran difíciles. De que no se podía saber bien lo que estaba pasando. Esa declaración no es admisible para el Presidente de ningún país. Basta recordar a Nancy Reagan que decía que los presidentes "no se toman vacaciones, sino que solo cambian de escenario". Pues bien, en Chile, la Presidenta no solo se toma vacaciones, sino que además "se desconecta".
En segundo lugar, Bachelet volvió a hablar de su "intuición". Tal como lo había hecho con el Transantiago. Al igual que con la reforma educacional. Esta vez la "intuición" fue volverse de las vacaciones. Pero no lo hizo... La pregunta obvia es por qué la Presidenta no le hace caso a sus intuiciones en vez de tomar decisiones equivocadas.
Lo tercero fue haber dicho que quiso volver, pero que sus asesores le dijeron que no lo hiciera. Hay pocos ejemplos, en Chile y en el mundo, en los cuales un Presidente se desligue de un error cargando públicamente contra sus asesores.
Lo cuarto fue el reproche a la actuación del hijo. El mea culpa de Bachelet se circunscribió solo a "la imprudencia de haber participado en la reunión". Es decir, ¿sin la reunión Dávalos-Luksic no habría existido el "caso Caval"? Parece ser que la dimensión del problema todavía no se entiende en La Moneda.
En fin. Todo lo anterior ha quedado en el olvido. Ahora lo que importa es saber quiénes llegan al Gobierno después de que pasó la retroexcavadora por el anterior gabinete.
Y cuando todo indicaba que ayer sería el cambio, a última hora -desde La Moneda- confirmaron que la letanía sigue. Y que "con suerte" el cambio será hoy.
Se deberán seguir cotejando equilibrios, boletas e informes. El tiempo es escaso. Pero más escasos son los consejeros de confianza que le van quedando a la Presidenta.
Mientras tanto sigue el paréntesis institucional.
¿Por qué no se hizo todo el análisis antes de anunciarse en vez de agrandar la crisis? ¿Cómo se entiende la estrategia política utilizada? ¿Por qué prolongar la angustia? Paradójicamente, todo lo que está ocurriendo tiene un guión cada vez más parecido al del famoso video de la Onemi del 27-F, donde la falta de liderazgo, la improvisación y las malas decisiones están en primer plano.
¿Sirven los cambios de gabinete? Obviamente sirven. Basta recordar que el primer cambio de Piñera le permitió un segundo aire. Pero Bachelet, al igual que Piñera, se demoró demasiado en hacerlo. Y terminaron siendo las invenciones de Peñailillo y, en definitiva, la voz de la calle -procesada en las encuestas- lo que dio el "no va más".
El nuevo gabinete asumirá en medio de una democracia que está amenazada. Su muro de contención -la confianza en la actividad política- tiene apenas un 3% de altura. Será dura la tarea. Pero hay que tener claro que si bien los jugadores importan, es más importante a qué juegan y la serenidad de su entrenador. El juego anterior claramente fracasó y la entrenadora no parece serena.
Echando por la borda cualquier atisbo de republicanismo, y en algo que es inédito para cualquier democracia, anunció desde el estudio 10 de Canal13 -al borde del llanto- aquello que se esperaba desde hace meses.
A lo largo de toda la entrevista, la Presidenta se vio angustiada. Dolida, confusa y nerviosa. Era imposible no empatizar con ella. El propio Mario Kreutzberger terminó al borde de las lágrimas, y los telespectadores -incluso el 60% que rechaza su conducción- probablemente también habrían querido acogerla. Pero si en lo humano produjo empatía, en lo político produjo preocupación.
Un Presidente debe tener seguridad y confianza. O, al menos, dar esa impresión. Bachelet mostró todo lo contrario. Prueba de ello son al menos cuatro cosas insólitas que dijo a lo largo de la entrevista, pero que pasaron al olvido por el sorpresivo anuncio.
En primer lugar, volvió a hablar de su desconexión en Caburgua. De que las comunicaciones eran difíciles. De que no se podía saber bien lo que estaba pasando. Esa declaración no es admisible para el Presidente de ningún país. Basta recordar a Nancy Reagan que decía que los presidentes "no se toman vacaciones, sino que solo cambian de escenario". Pues bien, en Chile, la Presidenta no solo se toma vacaciones, sino que además "se desconecta".
En segundo lugar, Bachelet volvió a hablar de su "intuición". Tal como lo había hecho con el Transantiago. Al igual que con la reforma educacional. Esta vez la "intuición" fue volverse de las vacaciones. Pero no lo hizo... La pregunta obvia es por qué la Presidenta no le hace caso a sus intuiciones en vez de tomar decisiones equivocadas.
Lo tercero fue haber dicho que quiso volver, pero que sus asesores le dijeron que no lo hiciera. Hay pocos ejemplos, en Chile y en el mundo, en los cuales un Presidente se desligue de un error cargando públicamente contra sus asesores.
Lo cuarto fue el reproche a la actuación del hijo. El mea culpa de Bachelet se circunscribió solo a "la imprudencia de haber participado en la reunión". Es decir, ¿sin la reunión Dávalos-Luksic no habría existido el "caso Caval"? Parece ser que la dimensión del problema todavía no se entiende en La Moneda.
En fin. Todo lo anterior ha quedado en el olvido. Ahora lo que importa es saber quiénes llegan al Gobierno después de que pasó la retroexcavadora por el anterior gabinete.
Y cuando todo indicaba que ayer sería el cambio, a última hora -desde La Moneda- confirmaron que la letanía sigue. Y que "con suerte" el cambio será hoy.
Se deberán seguir cotejando equilibrios, boletas e informes. El tiempo es escaso. Pero más escasos son los consejeros de confianza que le van quedando a la Presidenta.
Mientras tanto sigue el paréntesis institucional.
¿Por qué no se hizo todo el análisis antes de anunciarse en vez de agrandar la crisis? ¿Cómo se entiende la estrategia política utilizada? ¿Por qué prolongar la angustia? Paradójicamente, todo lo que está ocurriendo tiene un guión cada vez más parecido al del famoso video de la Onemi del 27-F, donde la falta de liderazgo, la improvisación y las malas decisiones están en primer plano.
¿Sirven los cambios de gabinete? Obviamente sirven. Basta recordar que el primer cambio de Piñera le permitió un segundo aire. Pero Bachelet, al igual que Piñera, se demoró demasiado en hacerlo. Y terminaron siendo las invenciones de Peñailillo y, en definitiva, la voz de la calle -procesada en las encuestas- lo que dio el "no va más".
El nuevo gabinete asumirá en medio de una democracia que está amenazada. Su muro de contención -la confianza en la actividad política- tiene apenas un 3% de altura. Será dura la tarea. Pero hay que tener claro que si bien los jugadores importan, es más importante a qué juegan y la serenidad de su entrenador. El juego anterior claramente fracasó y la entrenadora no parece serena.
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