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ataxia y atáxicos: Ataxia de Friedreich: líneas de investigación de d...: Blog " Ataxia y atáxicos" . Por Maureen Newman ... para "friedreichsataxianews.com" ... (ver original, en inglés, en ...
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La vida en sociedad se transforma según el espacio que se habita y el clima colectivo que lo envuelve
La vida en sociedad se transforma según el espacio que se habita y el clima colectivo que lo envuelv
Lo de ahora, el fetiche de la asamblea constituyente, es más bien un tributo a una cierta épica jacobina que el pensamiento antisistémico quiere rescatar a toda costa de la tumba donde el siglo XX terminó enterrando la idea de revolución.
Suponer que la épica asociada a una convocatoria de los Estados Generales va a arreglar los problemas de gobernabilidad y el vacío político que enfrenta Chile en la actualidad se parece un poco a tratar de curar un resfrío por la vía de un transplante de corazón.
Cuando hay crisis es cuando más se necesitan los liderazgos. Si no los hay, la gente espera que al menos quienes están al frente de las instituciones cumplan con su deber y se comprometan al mínimo que un estado de derecho impone a las autoridades.
No hay terreno más fecundo para el descontento que un proyecto de gobierno mal pensado y mal participado. La participación ciudadana es un asunto complejo. En efecto, es una especialidad profesional que requiere de competencias pedagógicas para explicar, psicológicas para escuchar y hermenéutica para entender.
No se improvisa, tiene objetivos claros y un método, ya que además de presentar los proyectos a la sociedad, a la comunidad, cumple la importante función de dotar al ciudadano, al vecino de herramientas de juicio y por ende de decisión.
Sean pacientes, incluso frente al caos, pero no tanto con la estupidez que no cede.
No se llega tan lejos como nuestros eventuales talentos auguran, sino como lo permiten nuestras limitaciones. Es por ello que el camino de la formación del carácter, sobre todo si se trata de llegar a ser un verdadero estadista, requiere trabajar no sólo las fortalezas sino sobre todo las debilidades.
[Texto pastiche, a partir de comentarios más o menos descontextualizados y agregados varios, tomados de Héctor Soto, Pía Montealegre, Sergio Urzúa, Lydia Davis, entre otro(a)s...]
Einstein para perplejos
© Ricardo Cuevas
Hace seis décadas dejó de existir uno de los hombres más brillantes de todos los tiempos. Albert Einstein irrumpió en el universo académico a los 26 años, de un modo al que le queda corto el adjetivo de sobrehumano. Publicó cuatro trabajos como único autor: sobre la naturaleza de la luz, de las moléculas, de la masa, del tiempo y el espacio. Cada uno de ellos significó una revolución científica de tal calado que el único corolario razonable habría sido la concesión de cuatro premios Nobel. Sólo lo recibió por el primero de ellos, escrito en marzo de 1905. Einstein dio en él una explicación del efecto fotoeléctrico -la generación de corriente eléctrica debido a la incidencia de la luz sobre un metal-, proponiendo la existencia de los fotones, hito fundacional de la física cuántica. Una vuelta de tuerca inesperada tras el abandono de la teoría corpuscular de la luz hacía más de un siglo.
Cuando parecía imposible superarse, exactamente un siglo atrás, Einstein escribió las ecuaciones de la teoría de la relatividad general, una de las catedrales supremas de la historia del pensamiento. Como la de cualquier gran monumento, su construcción fue lenta y tortuosa. Su génesis comenzó poco después de 1905, ya que su flamante concepción del tiempo y el espacio era incompatible con la gravitación de Newton. El momento eureka llegó en 1907. “Entonces se me ocurrió el pensamiento mas feliz de mi vida (…) El campo gravitacional tiene una existencia relativa (…) porque para un observador cayendo libremente desde el techo de una casa, éste no existe. Si el observador deja caer algunos objetos, estos permanecerán en reposo respecto de él (…). Así, tiene derecho a interpretar su estado como de reposo”. Esto es lo que hoy llamamos “principio de equivalencia” y es la piedra fundacional de la relatividad general. Tuvieron que pasar 8 años de arduo trabajo para que finalmente, en 1915, Einstein le escribiera a su hijo Hans: “Acabo de terminar el más espléndido trabajo de mi vida”.
El 25 de noviembre de 1915, Einstein presentó ante la Academia Prusiana de Ciencias su nueva teoría, echando por tierra la gravitación universal que Isaac Newton construyera más de tres siglos antes y en la que se basaba toda la comprensión del movimiento de los planetas y las estrellas hasta entonces. La relatividad general cambió la historia de la física para siempre, y sigue siendo hasta nuestros días una de las fuentes más importante de nuevos descubrimientos, nuevos misterios e incluso nueva tecnología.
METAFÍSICA CORDOBESA EN POCAS PALABRAS
Es extraño, sin embargo, que de un modo u otro las teorías de Einstein y, en particular, la relatividad general, patrimonio inmaterial de la humanidad, sea apenas conocida. Más allá del pequeño grupo de físicos que trabajan en el área, son muy pocas las personas que han tenido la fortuna de sumergirse con alguna profundidad en las ideas de Albert Einstein. Se trata, lamentablemente, de una obra virtualmente desconocida. Es normal que así sea. La entrada a ella no es sin esfuerzo. Para algunos esto no es más que una consecuencia indeseada del grado de especialización que rige en los tiempos modernos, responsable de que las disciplinas divergieran hasta el punto de que ya casi nadie pueda tener una visión más o menos completa del conocimiento humano. Mucho menos ser capaz de realizar aportaciones a disciplinas diversas, cual Leonardo de nuestra era. Pero la verdad es muy distinta.
Es extraño, sin embargo, que de un modo u otro las teorías de Einstein y, en particular, la relatividad general, patrimonio inmaterial de la humanidad, sea apenas conocida. Más allá del pequeño grupo de físicos que trabajan en el área, son muy pocas las personas que han tenido la fortuna de sumergirse con alguna profundidad en las ideas de Albert Einstein. Se trata, lamentablemente, de una obra virtualmente desconocida. Es normal que así sea. La entrada a ella no es sin esfuerzo. Para algunos esto no es más que una consecuencia indeseada del grado de especialización que rige en los tiempos modernos, responsable de que las disciplinas divergieran hasta el punto de que ya casi nadie pueda tener una visión más o menos completa del conocimiento humano. Mucho menos ser capaz de realizar aportaciones a disciplinas diversas, cual Leonardo de nuestra era. Pero la verdad es muy distinta.
El cordobés Moshe ben Maimon, Maimónides, uno de los más grandes pensadores judíos de la historia, nos relataba hace 825 años, en su Guía de los perplejos, por qué no era posible comenzar la instrucción estudiando metafísica. Para él era claro que si preguntamos a cualquiera si le gustaría conocer “lo que son los cielos, cómo tuvo lugar la creación del mundo, cuál es su designio, cuál la naturaleza del alma y otras muchas cuestiones”, la respuesta sería afirmativa. Pero querría saberlo en pocas palabras y sin dilación. Se “negaría a creer que haya menester estudios preparatorios e investigaciones perseverantes”. Sin embargo, “El que quiera alcanzar la perfección humana tendrá que estudiar primero lógica, luego las diversas ramas de las matemáticas, por el orden adecuado, después la física y por último la metafísica”. Aunque el conocimiento del que hablaba Maimónides se refería a la teología judía y no a una disciplina científica tal como la entendemos ahora, es curioso que ya en la Edad Media se entendiera perfectamente que había “textos prohibidos” para el público general. La prohibición -aclaraba el propio Maimónides- no era fruto de la ocultación, de intentar esconder la sabiduría para dejarla en manos de unos pocos. Era consustancial a la ineludible necesidad de una preparación minuciosa y disciplinada para poder acceder a ella.
Para comprender la relatividad general son estrictamente necesarios varios años de estudio. Así, aunque se reparta gratuitamente impresa en octavillas, esta teoría se transforma en una obra prohibida para aquellos que -y no hay reproches en esta frase- no dedicaron su vida a las ciencias físicas. Su belleza inigualable y despojada, como la de tantas otras obras cumbres del pensamiento, quedará reservada para los pocos que estén dispuestos a emprender la aventura. Del mismo modo que sólo puede disfrutar de la vista que ofrece la cima del Everest quien haya hecho el esfuerzo de subirlo. Algunas nociones pueden ser transmitidas, claro está. Maimónides decía que “si no nos hubieran transmitido ningún conocimiento por medio de la tradición, si no nos hubieran enseñado por medio de símiles, la mayoría de la gente moriría sin saber si hay o no Dios”. Cambiemos una verdad medieval incontrastable que responde a la pregunta de “si hay o no Dios” por cualquier afirmación que resulte de la aplicación rigurosa del método científico, y comprenderemos el valor que tiene la divulgación de la ciencia para consolidar una cultura en la que pueda existir el rigor del pensamiento sin necesidad de coronar ninguna cima del Himalaya.
EINSTEIN NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
En la teoría de Einstein, la gravedad no es más que el efecto que produce la curvatura del espacio y el tiempo. La relatividad general predice algunos fenómenos que difieren drásticamente de aquellos que se desprenden de su contraparte newtoniana. La luz, por ejemplo, debe curvarse al pasar cerca de un cuerpo muy masivo, como una estrella, pero esta deflexión en la teoría de Einstein es dos veces mayor que en la de Newton. Aprovechando el eclipse total de Sol del 29 de mayo de 1919, una expedición encabezada por Arthur Eddington comprobó que, en efecto, esto ocurría. Einstein se convirtió de inmediato en una suerte de deidad planetaria, con tan sólo 40 años.
EINSTEIN NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
En la teoría de Einstein, la gravedad no es más que el efecto que produce la curvatura del espacio y el tiempo. La relatividad general predice algunos fenómenos que difieren drásticamente de aquellos que se desprenden de su contraparte newtoniana. La luz, por ejemplo, debe curvarse al pasar cerca de un cuerpo muy masivo, como una estrella, pero esta deflexión en la teoría de Einstein es dos veces mayor que en la de Newton. Aprovechando el eclipse total de Sol del 29 de mayo de 1919, una expedición encabezada por Arthur Eddington comprobó que, en efecto, esto ocurría. Einstein se convirtió de inmediato en una suerte de deidad planetaria, con tan sólo 40 años.
También se deduce de su teoría que el tiempo no transcurre al mismo ritmo en todos lados: su devenir es más lento cuanto mayor es la gravedad. Esto se pudo demostrar en vida de Einstein, aunque la confirmación definitiva llegó poco después de su muerte. Jamás habría imaginado que pocas décadas después cientos de millones de personas comprobarían a diario este efecto al utilizar el GPS, cuyo funcionamiento preciso demanda tener en cuenta la cadencia distinta de nuestros relojes y aquellos que están en los 24 satélites utilizados para triangular la posición. ¿Quién habría tenido el atrevimiento de soñar hace 100 años que la relatividad general sería fuente de inversiones tecnológicas por un monto de 20.000 millones de dólares? Podemos disfrutar de que nuestro celular sea capaz de decirnos con fantástica precisión el lugar en el que nos encontramos. Una magia que nos aturde y maravilla, capaz de insinuarnos en un atisbo fugaz la majestuosidad de la teoría que la sustenta.
Aun si no nos interesara alcanzar una comprensión profunda de la teoría de Einstein, no podríamos dejar de maravillarnos con sus predicciones. Podemos predecir la posición observada de las estrellas cercanas al Sol durante un eclipse, o la hora exacta a la que éste tendrá lugar. Comprender hasta el último detalle las órbitas planetarias, o los efectos provocados por los agujeros negros en las observaciones astronómicas del centro de la Vía Láctea. Recrearnos con efectos ópticos producidos por sistemas estelares que hacen las veces de lentes gravitacionales, o comprobar efectos tan asombrosos como la ralentización de la luz al pasar cerca de una estrella. La relatividad general nos brinda una lectura nueva y refrescante de los misterios del cosmos.
LA TUERCA QUE HAY QUE GIRAR
Frank Wilczek, Nobel de Física en 2004, suele contar lo que él llama “el chiste favorito de Einstein”. Una persona tiene un problema en su coche, un ruido persistente que nadie ha podido resolver. Se lo comenta a un amigo, diciéndole que ya ha pasado por decenas de talleres y nadie ha dado en el clavo. Éste le dice que conoce a un mecánico excepcional, “un auténtico mago”, y le aconseja visitarlo. El mecánico recomendado enciende el coche, lo escucha un rato y piensa en silencio. Finalmente, gira de manera casi imperceptible una tuerca con una llave inglesa y dice “ya está”. En efecto, el ruido ha desaparecido. De la sorpresa inicial, el cliente pasa rápidamente al estupor cuando el mecánico le indica que le debe mil dólares por el trabajo. “¡Pero si no hizo prácticamente nada! ¡exijo una factura pormenorizada!”. El mecánico, impasible, desglosa la factura: (a) girar una tuerca del motor, 1 dólar; (b) saber qué tuerca hay que girar, 999.
El saber vive en la cima de una montaña escarpada. Alcanzarla requiere tiempo y perseverancia. Una vez allí, los pases mágicos dejan de serlo. En el complejo entramado del universo físico, Einstein siempre supo a qué tuerca había que darle la vuelta. Incluso cuando estuvo equivocado. Dos de sus “errores” han sido la base de la mejor explicación de la que disponemos actualmente para la energía oscura -que constituye el 75% del contenido energético del universo- y de una de las disciplinas más prometedoras del panorama actual: la computación cuántica.
En una oportunidad el rabino de Brooklyn preguntó a Einstein sobre la relación de la Relatividad y la obra de Maimónides. “Desafortunadamente, nunca he leído a Maimónides”, contestó el físico con admirable honestidad intelectual. La misma que lo llevó a emprender una nueva aventura, la de leer los textos de este sabio medieval. Años más tarde aceptó una invitación para hablar en un homenaje a éste. Tras destacar que el pensamiento de Maimónides está en el corazón de la cultura europea, en la que también anidó la serpiente del nazismo, Einstein, consciente de estar frente a otro hacedor disciplinado y riguroso de catedrales del intelecto, se despidió de él con palabras cómplices: “Pueda esta hora de recuerdo agradecido servir para fortalecer dentro de nosotros el amor y la estima en los que guardamos los tesoros de nuestra cultura, ganados en tan amarga batalla. Nuestra lucha por preservar esos tesoros frente a los poderes actuales de la oscuridad y la barbarie no puede menos que traer la luz del día”.
No darse por vencidos, ni aún vencidos...
(Esto creo que lo dijo
un poeta argentino, Pedro Bonifacio Palacios,
más conocido como Almafuerte)
“It does not matter how slowly you go
so long as you do not stop.”
― Andy Warhol
“Because there are 176 definitions
for the word loser on urbandictionary.com.
Don't Be a Statistic.”
- Kimberly McCreight, Reconstructing Amelia
Campaña de la Sierra peruana 1881-1883,Miguel Zauschkevic Domeyko,
Estimados/as,
Pròximo Jueves 23 de Abril a las 19.30 seguiremos con las reuniones tertulia,”con contenido”,es decir reuniones comida en que tendremos siempre un expositor ilustre representante en alguna área de actividad humana,la empresa,la ciencia,la academia,la tecnología,las humanidades,la historia,las letras,la música,el deporte ,el sacerdocio ,etc.
Tendremos en esta oportunidad al querido y apreciado amigo Miguel Zauschkevic Domeyko.
Miguel nos expondrà uno de sus temas favoritos,”La Campaña de la Sierra Peruana 1881-1883”.
Lugar:Club de Polo,Escrivà de Balaguer 5501 a las 19.30 hrs.
Costo: cada uno paga lo que pide mas un pequeño adicional para invitar al conferencista.
Favor confirmar a este correo si puedes asistir con el objeto de preparar la mesa y comedor adecuados,
Atte.
Comité organizador
09-8861115
Gobierno envía proyecto de ley para inyectar US$ 1.350 millones al Transantiago hasta 2022
Con esta tercera entrega de recursos, el Estado habrá comprometido subvenciones por US$ 11 mil millones desde que se implementó el sistema, en 2007, hasta inicios de la próxima década. Plan amplía giro de Metro para que pueda operar buses.
Manuel Valencia
En 2009 fueron unos US$ 3.460 millones. En 2013 se aprobó un subsidio por US$ 6.500 millones adicionales hasta 2022 (más un fondo "espejo" de igual cuantía para regiones). Y ahora, el Transantiago vuelve a requerir que el Gobierno busque sumar nuevos recursos para apuntalar al sistema de transporte capitalino.
En un proyecto de ley que envió a la Cámara de Diputados, el Ejecutivo pide US$ 2.730 millones para el período 2015-2022, que se repartirán en partes iguales entre Santiago y regiones (US$ 1.350 cada uno, según el valor del dólar de ayer).
El monto es cercano a los US$ 2.800 millones que cuestan las líneas 3 y 6, y a los casi US$ 3.000 que implicó para el fisco la reconstrucción de 222 mil viviendas para damnificados del 27-F.
Tal como lo adelantó "El Mercurio" hace algunas semanas, la nueva solicitud de subsidio se inició con el estudio encargado a la empresa Embarq, para estimar un monto de aporte público que permitiera evitar alzas de tarifas y dar cuenta tanto de los mayores costos operativos como de la caída de la demanda.
El ministro de Transportes, Andrés Gómez-Lobo, señaló que se espera que la iniciativa legal esté aprobada antes de agosto: "Es un proyecto integral para mejorar el transporte público de nuestra ciudad. Y por cierto, mayores recursos en Santiago con espejo en regiones para seguir fortaleciendo el transporte público y evitar que la tarifa aumente en la capital".
Además de evitar alzas, el nuevo requerimiento de recursos para el Transantiago se origina por "desajustes en las proyecciones realizadas entre febrero de 2013 y febrero de 2014". Según Gómez-Lobo, los factores que justifican el incremento son, principalmente, los costos de los insumos del sistema, debido al alto IPC, al alza del dólar y al precio del petróleo.
También, según Juan Enrique Coeymans, presidente del Panel de Expertos (la entidad técnica que determina las alzas de tarifas), la necesidad de subir el subsidio se da por el alto costo que implicó la decisión de extender el uso del pase escolar a todo el año. "Esa medida implicó un costo de $13 mil millones al sistema y generó un desfinanciamiento. Por otra parte ha habido una disminución de la demanda, impulsada por la desaceleración económica de entre 3% y 5%, lo que implica hasta unos $40 mil millones", señala.
La entidad planteó en marzo al Gobierno un alza de $30 en la tarifa del sistema, que se busca frenar con el nuevo subsidio.
Para el doctor en Transportes de la UDP Louis de Grange, la solicitud de un nuevo subsidio es "impresentable. No se justifica que se use como argumento una fuga de pasajeros, mayor evasión, costos de mantención de buses. Menos que no haya un compromiso de mejorar la calidad. El déficit va a seguir aumentando, y en poco tiempo más, el Gobierno va a seguir pidiendo plata. Y este subsidio es el más alto de Latinoamérica".
Víctor Barrueto, presidente de la Asociación de Concesionarios de Transporte Urbano de Superficie (Actus), es más optimista. Propone que los recursos "permitan desestresar el sistema financieramente, darle un poco de holgura para mejorar y hacer mejoras completas en la calidad del servicio".
El proyecto de ley también introduce una modificación al giro de Metro: propone que la empresa tenga la facultad de operar servicios de buses. La idea es que sea un "operador de última instancia", que apoye en emergencias (como ante fallas del mismo metro) o que asuma los servicios en caso de que una empresa de transportes quiebre. También, según el ministro Gómez-Lobo, busca que Metro sea un punto de referencia: "Un comparador público con la operación de los privados".
El director de Transporte Público Metropolitano (DTPM), Guillermo Muñoz, señala que una vez que se entreguen las atribuciones ampliadas a Metro, se podrá analizar si puede operar algunos servicios en forma permanente.
Además, el proyecto da estatus de "transporte público" a servicios como tranvías, teleféricos, ascensores o metrocables. Así podrán ser sujeto de subsidios o integrarse con otros sistemas. Esa lógica es la que se apunta a establecer en Valparaíso, con la combinación entre los trolebuses, el Merval y, de prosperar la iniciativa, los ascensores
No soy un fantasma
por Pbo. Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio, domingo 19 de abril de 2015
http://diario.elmercurio.com/2015/04/19/vida_social/mas/noticias/152925FE-C5FC-4FC0-84D6-D5891A7F20F2.htm?id={152925FE-C5FC-4FC0-84D6-D5891A7F20F2}
Continuamos este tiempo litúrgico de Pascua,
que confirma a los cristianos en su fe.
Como el cristianismo se mueve en contextos culturales
que varían de país a país, y de siglo a siglo,
hay momentos en que es particularmente necesario
encontrar esta seguridad, en medio
de ambientes paganizados o secularizados.
Nos encontramos en una de esas
coyunturas difíciles de la historia religiosa.
Narra San Lucas en el Evangelio de hoy
el encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos
al atardecer del Domingo de Resurrección.
Están presentes diez de los doce apóstoles
(Judas se suicidó y Tomás se ausentó).
También están en la habitación los dos discípulos de Emaús,
que acaban de contar su encuentro con Jesús ese mismo día.
Probablemente hay que incluir a la Virgen y algunas santas mujeres.
El ambiente está lleno de perplejidad, tenso y expectante.
¿A quién creer o no creer?
Jesús se presenta a puertas cerradas, cosa propia de fantasmas.
De ahí su dificultad para convencerlos de que no es
un fantasma más, o una alucinación, o una treta del demonio.
Es Él, y nada más: "Miren mis manos y mis pies: soy Yo en persona.
Tóquenme, y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos".
Pero Jesús resucitado decide a las pocas semanas
irse y presidir su Iglesia desde el trono del cielo,
para que sus seguidores pongan la mirada allá,
y no en un reino terrenal.
Él sabe que este tipo de salvación
deja expuestos a los cristianos a la duda del mundo.
çTambién a un cierto temor de los propios fieles,
ante la falta de pruebas inmediatas de su resurrección.
¿No será todo un cuento de hadas,
o una evasión, o una sublimación?
O peor todavía: ¿No será el opio del pueblo,
o una forma de enajenación?
La resurrección es una enorme prueba
de la intervención divina en la vida de Jesús,
pero no muestra directamente al Dios invisible.
Dice el Evangelio de hoy que les mostró las manos y los pies,
y se entiende que llevaba en ellos las marcas de los clavos.
El problema inevitable de la Iglesia
es que nunca podrá mostrar a Dios mismo,
sino solo el poder de Dios.
En todos los tiempos se requerirá
una disposición favorable de los posibles creyentes
para que actúe la gracia y la conversión.
Pidamos hoy por la santidad de la Iglesia,
que manifiesta a Cristo resucitado.
Con sus fortalezas y debilidades,
esta Iglesia bien se puede comparar
a las manos y pies heridos de Jesús.
Pidamos también para nosotros mismos
una fe que no vacile, que supere
lo que oyeron los apóstoles
ese Domingo de Resurrección:
"¿Por qué se alarman?
¿Por qué surgen dudas en su interior?"
“LA PALABRA HUEVÓN”: EL LIBRO QUE INSPIRÓ A BOMBO FICA
Huevón
and were perhaps wondering
what it is all about.
Well, here a break down of Chile defining word,
with all of the related terms to boot.
And if you're really interested, I suggest
to check out the dictionary of HUEVÓN,
available in all fine bookstores.
Huevón-ona: Pronounced güeón
1) n. & adj. Once described
as Chile's greatest addition to the Spanish language,
a whole book could be written about this
all too common word, whose closest
American English equivalent is "Dude".
There are essentially two meanings:
friend or not friend and even a friend
that is not acting like a friend is a huevón,
as well as a person you would not want
to be friend's with. Is that everybody?
Ex. "Oye güeón, el asado fue una güeá increíble,
que manera de güeviar (huevear)". "¿No güeí?"
"Sí poh, soy un güea por no haber ido".
2) n. "Asshole", "Fuck head".
A very disagreeable person.
Related: hacerse el güeón (huevón);
agüevonao (ahuevonado);
güevá (huevada);
p'ta la güeá (putas la huevada);
qué güeá (qué huevada);
güeas (huevas);
saco de güea (saco de huevas);
mata de güeas (mata de huevas);
como las güeas (como las huevas);
güeviar (huevear);
güeveo (hueveo);
agarrar para el güeveo (hueveo);
güeveta (hueveta);
güevonaje (huevonaje);
güevonazo (huevonazo);
güevoncito (huevoncito);
güevonear (huevonear).
Para mayores detalles de estas y otras palabras
de uso corriente, inocuas o de grueso calibre
consultar: How to Survive in the Chilean Jungle 2
-A la otra patita-
John Brennan y Álvaro Taboada
Dolmen Ediciones
(Caracas, Montevideo, Santiago de Chile)
La edición consultada, de cinco mil ejemplares
es de 1998, pero, seguro está agotada
hace rato y han publicado nuevas ediciones,
por lo menos hasta el 2006.
Uno de los aciertos de la rutina por la que el humorista cobró 80 millones de pesos, fue el inventario de los diferentes tipos de “huevones” que pueblan este rincón del mundo. La idea, sin embargo, proviene casi literalmente de un libro de bolsillo firmado por Cosme Portocarrero, pseudónimo del fallecido lingüista Emilio Ávila.Martes 28 de febrero de 2012| por Felipe Castro - foto: Agencia UnoFue el humor el encargado de “salvar la plata” en este Festival de Viña. Muestra de ello son los 56 puntos de rating con los que Bombo Fica hizo repuntar la tambaleante sintonía que el evento veraniego mostró durante su versión 2012.“Humor ciudadano” llamaron atinadamente a la rutina con la que el hombre de punta en blanco se echó al bolsillo al público de la Quinta Vergara, hablando de los vaivenes económicos y miserias del “chileno medio”.Sumado a lo anterior, uno de los puntos con los que Fica desató más carcajadas fue cuando describió una detallada lista de los diferentes tipos de “huevones” que pueblan estas latitudes.Una legitimación de este término ubicuo en el hablar chileno que, sin embargo, no tiene nada de nuevo: el año 1998 se publicó la primera edición de “La palabra huevón”, libro firmado por Cosme Portocarrero, pseudónimo del lingüista Emilio Ávila, que abandonó este mundo huevón el año 2007.FLORILEGIO
El misterioso hombre de Kebara
© Vicente Reinamontes
Cuando escuchó el grito, Baruch Arensburg llevaba dos semanas adentro de la cueva, en la localidad israelita de Wadi Kebara, y no sabía muy bien qué quería encontrar. Sí cómo quería encontrarlo: a diferencia de los antropólogos ingleses que habían estado allí antes, en esos trabajos de 1982, él y su equipo no se conformarían con hacer un agujero profundo y llevarse un par de dientes. Habían decidido excavar la cueva entera, medio centímetro por medio centímetro, hasta que escupiera, desde algún tiempo perdido, algo realmente grande. Ese grito le llegó como la primera señal de alarma.
Se dio vuelta y corrió donde una compañera de excavación inglesa, consciente de que, un metro y medio después, tenía que haber emergido algo muy antiguo. Las cuevas de Israel, zona de tránsito para los primeros hombres migrantes del África y para todos los que pasaron después, rara vez defraudaban: en jornadas anteriores habían encontrado instrumentos neolíticos, dientes, trozos de hueso. Pero no era lo que buscaban. Esta vez el antropólogo chileno vio lo que le mostraba su colega, una mandíbula extraña, y se lanzó al suelo a limpiar.
Primero fueron saliendo las vértebras, cada una de ellas, luego todos los huesos de las manos, de los brazos, de los pies, la pelvis: todo menos el cráneo. Antes de que llegara el helicóptero, ya intuían que no se trataba de un homo sapiens. Parecía algo mucho más importante, el primer esqueleto casi completo de un neandertal encontrado en la historia -y así se publicaría en Nature y Science, y marcaría un hito en el estudio de esa especie-, pero no todo lo que veían les hacía sentido. Primero, que los enterradores hubieran guardado el cráneo, práctica de honor para el muerto, poco esperable en una especie que entonces se percibía como poco más que monos.
Pero sobre todo no les hacía sentido uno de los huesos que habían retornado: el hioides, una pequeña herradura ósea que en los hombres se encuentra entre la laringe y la lengua, y les permite hablar. Ahora lo tenían frente a sus ojos, y no sólo era el primero que se encontraba anterior al sapiens, sino que la forma en que estaba gastado mostraba algo: el neandertal que miraban, si hubiera estado parado frente a ellos, habría articulado algún idioma que hasta entonces parecía imposible. Era la primera prueba de que esa especie había dominado el lenguaje hablado. “Nosotros hicimos justicia a los neandertales, los civilizamos”, dice hoy el antropólogo. “En ese momento, la gente creía que eran idiotas, o bestias, y pudimos mostrar que no había una diferencia anatómica muy grande con nosotros. Incluso tenían el cerebro hasta un poco más grande que el actual”.
“Moshe” -como lo llamaron en honor a un arqueólogo judío que logró escapar de Siberia a fines del siglo XIX, y fue el primero en excavar en Kebara- recorrió el mundo, y en su camino fue abriendo preguntas. Montones de ellas, pero sobre todo una: hasta qué punto sapiens y neandertales, de pronto muy parecidos, habían sido especies distintas, o sólo dos variaciones de la misma. Y la puerta que esa segunda opción abría: qué posibilidad había de que hubieran tenido descendencia conjunta.
El propio esqueleto, datado en 65 mil años, empujó al antropólogo chileno por lo segundo. La mayoría de los huesos eran claramente neandertal, pero los dientes que contenía parecían sapiens. La mandíbula, ni lo uno ni lo otro. Pasarían casi tres décadas antes de que en 2010 el equipo del paleogenetista sueco Svante Pääbo publicara en Science el estudio que le daría un cierre a esa pregunta: habían hallado hasta un 4% de genes de origen neandertal en el genoma humano.
El antropólogo chileno Baruch Arensburg, ya retirado, leyó la noticia en Israel, donde jubiló hace diez años luego de construir, en la Universidad de Tel Aviv, una doble carrera de antropología física y forense -reconocimiento de cuerpos-, que lo convirtió en una autoridad mundial. Esa publicación y las que la siguieron, que hablaban de procreación temprana entre ambos grupos -de los cuales, hoy se presume, los hombres actuales podrían haber adquirido mayor resistencia al frío, y debilidad ante enfermedades como el lupus, la DIABETES o la cirrosis-, le recordó preguntas de hace décadas.
Dudas como las que en los últimos años ha ido tratando de resolver, en decenas de papers que no tuvo el tiempo de terminar en su carrera, y que hoy, al fin ajeno a los miles de cuerpos que la guerra le trajo durante décadas a su despacho, por fin tiene el tiempo de abordar nuevamente.
Una en particular: quiénes fueron los padres del hombre que encontró en esa caverna.
EL LENGUAJE DE LOS HUESOS
La historia que comienza en Kebara, en realidad parte mucho antes, con un viaje en barco interminable desde Francia hasta Chile, en 1954, y con un veinteañero Baruch Arensburg que no tenía otra cosa que leer excepto un libro de tumbas y huesos que se había comprado en un museo de Inglaterra. Y alguna tarde sobre el mar, recuerda hoy, el repentino brote de una fascinación por los huesos, por lo que dicen de los que ya no están. Pronto sabría que eso se llama antropología física, y se tomaría otro barco de vuelta a París, a estudiarlo en la Universidad de la Sorbonne.
Cuarenta años antes, su padre, a su misma edad, había tomado un barco desde Ucrania, escapando de la caza de judíos en Europa, y había llegado, junto a un hermano químico, a Chile. Se habían instalado en un par de piezas, habían montado un laboratorio, y allí su tío, León Arensburg, había dado el golpe de su vida: la invención de la crema Lechuga. Durante su adolescencia, Baruch había pasado los días etiquetando productos en el Laboratorio Arensburg, pero no le interesaban las cremas. Su aproximación a la ciencia eran los animales de la chacra en que vivía en las afueras de Santiago. Hoy cree que estar rodeado de ellos preparó su futura pasión por los huesos. “Mi gusto por lo vivo, que después sería por lo muerto: una parte de lo vivo”, dice el antropólogo.
En París se fascinó con los 25 mil esqueletos del Museo Nacional de Historia Natural, y cuatro años después, partió a Jerusalén a formar el primer equipo de antropología local en la tierra prometida de todo buscador de cuerpos, uno de los pocos países del mundo que, por su geografía y por haber sido una ruta de tránsito desde África, conservan restos de todas las edades. Pronto asistió a sus primeras excavaciones arqueológicas, debutó en la rama con un paper sobre cuatro cabezas de hace mil 500 años, empezó a hacer clases en la Universidad de Tel Aviv, y ya nunca dejó de desenterrar. Hoy no es capaz de calcular cuántos esqueletos recuperó en su carrera, pero los más interesantes surgieron casi siempre en Kebara. Desde hombres de 180 mil años a otros de 8 mil, pero ninguno tan misterioso como “Moshe”, que hoy, 33 años después, sigue dando vueltas en su cabeza.
El esqueleto está guardado en la Universidad de Tel Aviv, a donde aún asiste de vez en cuando, pero como en muchas de sus investigaciones, le había sido imposible profundizar más en él: su trabajo paralelo como primer antropólogo forense de Israel, un país en conflicto permanente, ocupó durante décadas su tiempo con miles de cuerpos a identificar, todos con preguntas mucho más dolorosas que las que encontraba en las cuevas. Hoy recuerda los 12 días sin dormir que pasó identificando para la guerra de los Seis Días entre el Líbano e Israel, o los viajes militares clandestinos en busca de cuerpos más allá de la frontera de Egipto, con el miedo de tal vez quedar él también allí, insepulto. “Yo habría preferido poder concentrarme sólo en mi cosas antropológicas, pero tenía que ayudar”, dice el antropólogo, que en 2007 fue uno de los siete expertos convocados por el gobierno chileno para resolver las identificaciones erróneas de detenidos desaparecidos en el Patio 29. “Es un trabajo muy difícil psicológicamente, y hay que decir la verdad: si uno no consigue identificarlo, ésa tiene que ser la respuesta. En Chile era muy común ver identificaciones derechamente absurdas”.
Hoy, liberado de esos compromisos, el antropólogo está en una carrera contra el tiempo. En los últimos años publicó tres papers, y tiene cuatro decenas más de investigaciones que le gustaría cerrar antes de retirarse definitivamente. Aunque no está en sus manos, sobre todo le gustaría ver una cosa: un estudio genético completo a su individuo de Kebara, que demostrara lo que él piensa desde hace años, cuando no había tecnología para comprobarlo. Que esos huesos son la prueba física de que sapiens y neandertales no fueron especies distintas, y que en algún punto de la historia engendraron hijos entre sí. “Todavía estamos discutiendo si es un neandertal o no. Tiene muchos rasgos de ellos, pero también otros modernos, y este hueso que nos dice que podía hablar”, dice Baruch Arensburg. “Yo pienso que es un hijo de ambos, o al menos un nieto del nieto. Con un estudio genético hoy lo podríamos saber, y creo que se lo van a hacer. Me gustaría vivir para verlo”.
En la espera, dice, seguirá ocupado de otros huesos, otras muertes, otros misterios. Como lo ha hecho toda su vida.
Se dio vuelta y corrió donde una compañera de excavación inglesa, consciente de que, un metro y medio después, tenía que haber emergido algo muy antiguo. Las cuevas de Israel, zona de tránsito para los primeros hombres migrantes del África y para todos los que pasaron después, rara vez defraudaban: en jornadas anteriores habían encontrado instrumentos neolíticos, dientes, trozos de hueso. Pero no era lo que buscaban. Esta vez el antropólogo chileno vio lo que le mostraba su colega, una mandíbula extraña, y se lanzó al suelo a limpiar.
Primero fueron saliendo las vértebras, cada una de ellas, luego todos los huesos de las manos, de los brazos, de los pies, la pelvis: todo menos el cráneo. Antes de que llegara el helicóptero, ya intuían que no se trataba de un homo sapiens. Parecía algo mucho más importante, el primer esqueleto casi completo de un neandertal encontrado en la historia -y así se publicaría en Nature y Science, y marcaría un hito en el estudio de esa especie-, pero no todo lo que veían les hacía sentido. Primero, que los enterradores hubieran guardado el cráneo, práctica de honor para el muerto, poco esperable en una especie que entonces se percibía como poco más que monos.
Pero sobre todo no les hacía sentido uno de los huesos que habían retornado: el hioides, una pequeña herradura ósea que en los hombres se encuentra entre la laringe y la lengua, y les permite hablar. Ahora lo tenían frente a sus ojos, y no sólo era el primero que se encontraba anterior al sapiens, sino que la forma en que estaba gastado mostraba algo: el neandertal que miraban, si hubiera estado parado frente a ellos, habría articulado algún idioma que hasta entonces parecía imposible. Era la primera prueba de que esa especie había dominado el lenguaje hablado. “Nosotros hicimos justicia a los neandertales, los civilizamos”, dice hoy el antropólogo. “En ese momento, la gente creía que eran idiotas, o bestias, y pudimos mostrar que no había una diferencia anatómica muy grande con nosotros. Incluso tenían el cerebro hasta un poco más grande que el actual”.
“Moshe” -como lo llamaron en honor a un arqueólogo judío que logró escapar de Siberia a fines del siglo XIX, y fue el primero en excavar en Kebara- recorrió el mundo, y en su camino fue abriendo preguntas. Montones de ellas, pero sobre todo una: hasta qué punto sapiens y neandertales, de pronto muy parecidos, habían sido especies distintas, o sólo dos variaciones de la misma. Y la puerta que esa segunda opción abría: qué posibilidad había de que hubieran tenido descendencia conjunta.
El propio esqueleto, datado en 65 mil años, empujó al antropólogo chileno por lo segundo. La mayoría de los huesos eran claramente neandertal, pero los dientes que contenía parecían sapiens. La mandíbula, ni lo uno ni lo otro. Pasarían casi tres décadas antes de que en 2010 el equipo del paleogenetista sueco Svante Pääbo publicara en Science el estudio que le daría un cierre a esa pregunta: habían hallado hasta un 4% de genes de origen neandertal en el genoma humano.
El antropólogo chileno Baruch Arensburg, ya retirado, leyó la noticia en Israel, donde jubiló hace diez años luego de construir, en la Universidad de Tel Aviv, una doble carrera de antropología física y forense -reconocimiento de cuerpos-, que lo convirtió en una autoridad mundial. Esa publicación y las que la siguieron, que hablaban de procreación temprana entre ambos grupos -de los cuales, hoy se presume, los hombres actuales podrían haber adquirido mayor resistencia al frío, y debilidad ante enfermedades como el lupus, la DIABETES o la cirrosis-, le recordó preguntas de hace décadas.
Dudas como las que en los últimos años ha ido tratando de resolver, en decenas de papers que no tuvo el tiempo de terminar en su carrera, y que hoy, al fin ajeno a los miles de cuerpos que la guerra le trajo durante décadas a su despacho, por fin tiene el tiempo de abordar nuevamente.
Una en particular: quiénes fueron los padres del hombre que encontró en esa caverna.
EL LENGUAJE DE LOS HUESOS
La historia que comienza en Kebara, en realidad parte mucho antes, con un viaje en barco interminable desde Francia hasta Chile, en 1954, y con un veinteañero Baruch Arensburg que no tenía otra cosa que leer excepto un libro de tumbas y huesos que se había comprado en un museo de Inglaterra. Y alguna tarde sobre el mar, recuerda hoy, el repentino brote de una fascinación por los huesos, por lo que dicen de los que ya no están. Pronto sabría que eso se llama antropología física, y se tomaría otro barco de vuelta a París, a estudiarlo en la Universidad de la Sorbonne.
Cuarenta años antes, su padre, a su misma edad, había tomado un barco desde Ucrania, escapando de la caza de judíos en Europa, y había llegado, junto a un hermano químico, a Chile. Se habían instalado en un par de piezas, habían montado un laboratorio, y allí su tío, León Arensburg, había dado el golpe de su vida: la invención de la crema Lechuga. Durante su adolescencia, Baruch había pasado los días etiquetando productos en el Laboratorio Arensburg, pero no le interesaban las cremas. Su aproximación a la ciencia eran los animales de la chacra en que vivía en las afueras de Santiago. Hoy cree que estar rodeado de ellos preparó su futura pasión por los huesos. “Mi gusto por lo vivo, que después sería por lo muerto: una parte de lo vivo”, dice el antropólogo.
En París se fascinó con los 25 mil esqueletos del Museo Nacional de Historia Natural, y cuatro años después, partió a Jerusalén a formar el primer equipo de antropología local en la tierra prometida de todo buscador de cuerpos, uno de los pocos países del mundo que, por su geografía y por haber sido una ruta de tránsito desde África, conservan restos de todas las edades. Pronto asistió a sus primeras excavaciones arqueológicas, debutó en la rama con un paper sobre cuatro cabezas de hace mil 500 años, empezó a hacer clases en la Universidad de Tel Aviv, y ya nunca dejó de desenterrar. Hoy no es capaz de calcular cuántos esqueletos recuperó en su carrera, pero los más interesantes surgieron casi siempre en Kebara. Desde hombres de 180 mil años a otros de 8 mil, pero ninguno tan misterioso como “Moshe”, que hoy, 33 años después, sigue dando vueltas en su cabeza.
El esqueleto está guardado en la Universidad de Tel Aviv, a donde aún asiste de vez en cuando, pero como en muchas de sus investigaciones, le había sido imposible profundizar más en él: su trabajo paralelo como primer antropólogo forense de Israel, un país en conflicto permanente, ocupó durante décadas su tiempo con miles de cuerpos a identificar, todos con preguntas mucho más dolorosas que las que encontraba en las cuevas. Hoy recuerda los 12 días sin dormir que pasó identificando para la guerra de los Seis Días entre el Líbano e Israel, o los viajes militares clandestinos en busca de cuerpos más allá de la frontera de Egipto, con el miedo de tal vez quedar él también allí, insepulto. “Yo habría preferido poder concentrarme sólo en mi cosas antropológicas, pero tenía que ayudar”, dice el antropólogo, que en 2007 fue uno de los siete expertos convocados por el gobierno chileno para resolver las identificaciones erróneas de detenidos desaparecidos en el Patio 29. “Es un trabajo muy difícil psicológicamente, y hay que decir la verdad: si uno no consigue identificarlo, ésa tiene que ser la respuesta. En Chile era muy común ver identificaciones derechamente absurdas”.
Hoy, liberado de esos compromisos, el antropólogo está en una carrera contra el tiempo. En los últimos años publicó tres papers, y tiene cuatro decenas más de investigaciones que le gustaría cerrar antes de retirarse definitivamente. Aunque no está en sus manos, sobre todo le gustaría ver una cosa: un estudio genético completo a su individuo de Kebara, que demostrara lo que él piensa desde hace años, cuando no había tecnología para comprobarlo. Que esos huesos son la prueba física de que sapiens y neandertales no fueron especies distintas, y que en algún punto de la historia engendraron hijos entre sí. “Todavía estamos discutiendo si es un neandertal o no. Tiene muchos rasgos de ellos, pero también otros modernos, y este hueso que nos dice que podía hablar”, dice Baruch Arensburg. “Yo pienso que es un hijo de ambos, o al menos un nieto del nieto. Con un estudio genético hoy lo podríamos saber, y creo que se lo van a hacer. Me gustaría vivir para verlo”.
En la espera, dice, seguirá ocupado de otros huesos, otras muertes, otros misterios. Como lo ha hecho toda su vida.