Cristianismo y aborto
Cuando la Iglesia Católica se opone al aborto -como el acto que quita la vida a quien está por nacer, todavía en el seno de una madre- no pretende imponer a nadie una verdad que le sea ajena. La libertad de la conciencia ha sido, desde sus orígenes, uno de los pilares del cristianismo. Velar por el cuidado de la conciencia personal, por su formación y respeto es, por eso, una responsabilidad profunda de la Iglesia y de su magisterio. Ilustrar esa conciencia es deber suyo, pertenece a su misión y, por lo mismo, la Iglesia Católica no puede sino reclamar el pleno respeto a la vida y a la conciencia personal.
Que la Iglesia, a título de supuesta poseedora de una verdad absoluta, pretendiera forjar un dogma acerca del aborto, y tratara de imponerlo autoritariamente a quienes no reconocen su soberanía, ni creen en la verdad que profesa -como se oye decir- es un modo de pensar demasiado tosco o más bien odioso. Es montar una ideología y atribuírsela a otro para sustentar la propia, nada más como contraria. Una ideología a caballo de otra, que la primera fabrica a su gusto, resulta un espectáculo carnavalesco.
Don Quijote, con ilusorio idealismo, combatió molinos de viento. Pero forjar una ideología ad hoc nada más que para combatirla ya no es pelear con molinos de viento en un arranque de idealismo, sino, sencillamente, es obrar de mala fe, pensar ideológicamente. Marx explicó esto bastante bien.
El cristianismo cree que la vida humana es lo más valioso que existe en el universo, condición de existencia de todo lo más alto. Ante la cual -por lo mismo- no cabe sino venerarla. Estoy sinceramente convencido de que así piensan también quienes propician medidas abortivas sin ninguna intención de negar la vida, ni de ser anticristiano. Claro, esto sería simplemente una locura. Inclusive acepto que haya intenciones favorables a la vida en una búsqueda de soluciones concretas ante situaciones reales que surgen en este terreno.
Pero el punto ciertamente no está en que unos pretendan imponer a otros sus creencias personales y otros defiendan su libertad de conciencia. Evitemos estas simplificaciones de uso publicitario.
El cristianismo invita a considerar por qué la vida humana es venerable. El cristianismo mira la vida como un valor superior que está plenamente en el ser mismo del hombre y luce en el fondo de su conciencia; de su inteligencia, de sus más puros sentimientos y pasiones. En fin, en el sentido de su acción.
Por eso el cristianismo piensa que no debe nunca correrse el riesgo de atentar contra la vida, ni siquiera ahí donde pueda ser un átomo invisible de lo que puede llegar a ser una mujer o un hombre. Usted no puede disparar contra el vidrio de una habitación en la convicción de que ahí no hay nadie. Puede equivocarse. Usted no puede confiar en las hipótesis de unos fisiólogos y pensar que en esas semanas no hay nadie en el seno de una madre.
Si en algún momento resulta admisible dar muerte a un ser humano, solo puede ocurrir cuando no es eso en absoluto lo que se ha querido, sino, por el contrario, es algo hecho, justamente, en defensa de la vida misma, la propia o la de otros.
Juan de Dios Vial Larraín
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