¿Somos cuidadosos o estamos en la periferia de la economía?”‏

JUAN MANUEL VIAL, 
Solano

Una buena versión de Corea


A la edad de 36 años y recientemente casado con una coreana, el escritor colombiano Andrés Felipe Solano se mudó a Seúl, la capital de Corea del Sur. Este libro reporta el primer año que pasó el autor en dicha ciudad; en cierto modo, se trata de un tratado de domesticación: para cualquier sudamericano, y para casi todos los occidentales, Corea representa no tan sólo lo desconocido, sino que también lo jamás imaginado. Centrando la mirada en su día a día, fijada de antemano su posición en la extranjería absoluta -no habla el idioma y no tiene aspecto asiático-, Solano describe todos aquellos pequeños incidentes que hacen de su país adoptivo un lugar sumamente exótico, y lo narra sin estridencias, como dejándose domesticar lentamente por un entorno que, en muchos aspectos, le resulta bastante más tolerable y civilizado que el de su Bogotá natal.
Corea: apuntes desde la cuerda floja no es un diario propiamente tal, pero cumple con las características típicas del género, claro que en clave más periodística que intimista. Dividido en las 4 estaciones del año, el relato avanza entre pensamientos propios breves y descripciones detalladas de costumbres extrañas, de comidas peculiares y de lugares insospechados. Eso sí, el punto de vista no es el de un turista, ya que el narrador está dispuesto a permanecer en la tierra incógnita (de hecho, lleva 2 años viviendo allá, según asegura la solapa biográfica del libro). En cuanto a lo de “la cuerda floja” que se menciona en el título, se trata de una referencia no dramática a la vida sin un trabajo estable.
Además de haber escrito un par de novelas (hay otras en mente; moriría satisfecho con haber escrito 12 libros) y de ejercer como periodista free-lance y locutor ocasional,  Solano recibe de vez en cuando algunos encargos del Instituto de Traducción Literaria de Corea. Uno de ellos consiste en dictar cierto taller para que un grupo de estudiantes pulan sus trabajos en castellano. Y es ahí, casi por azar, que el lector se enfrenta a una declaración que despierta simpatía inmediata, aunque desconozca todo el trabajo anterior del escritor:
“Cómo explicarles que me muevo por la intuición, por el oído, por la costumbre, que no sé de sustantivos epicenos, paradigmas verbales o perífrasis modales”.
A Solano le agrada fumar en los bares, lujo asiático por estos días de idiotez universal:
“Corea es un santuario donde tarde o temprano vendrán a vivir todos los fumadores del mundo. En las películas coreanas todavía los protagonistas fuman con pasión, sabiendo que en ello se les va la vida”.
Y aunque en Corea se bebe bastante, la violencia brilla por su ausencia. El contrasentido que existe en esta frase queda bien resuelto con una oportuna declaración de Solano:
“Un gran charco de vómito en el metro. Hasta ahora, este es el acto más violento que he presenciado en Corea”.
Otros temas de interés general que abarca este libro, cuya lectura es agradable e instructiva, son la indolencia del pueblo sureño ante la posibilidad de una guerra total con Corea del Norte (las amenazas más serias llegan siempre en primavera, pero luego, también como siempre, se disuelven); las curiosas costumbres sexuales de los habitantes de Seúl; los retratos más o menos precisos de algunos expatriados occidentales; la vanidad y la frivolidad de la juventud consumista; la constatación de vivir en un país de obsesos por el estudio; la necesidad, nada de rara, por cierto, de fijar una y otra vez la posición propia de acuerdo a parámetros monetarios:“El promedio de tarjetas de crédito por persona en Corea del Sur es de cinco. Me pregunto qué significará que mi esposa tenga sólo una y yo ninguna. ¿Somos cuidadosos o estamos en la periferia de la economía?”.

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