Los inolvidables veraneos en Las Cruces



Yasna Kelly 

Diario El Mercurio, domingo 1 de febrero de 2015

LA HISTORIA LITERARIA
DE LAS CRUCES EN LA PAGINA E 12.

Las Cruces no solo es conocida por su playas -Playa Chica, Playa Grande, Las Salinas, Las Delicias, Las Monjas y Punta del Lacho-, también lo es gracias a artistas como Juan Francisco González y Arturo Pacheco Altamirano, o escritores como Nicanor Parra, Gustavo Frías o la poetisa Carmen Berenguer, entre muchos otros, que han vivido o se han inspirado en esta localidad y sus casonas.

El hoy cardenal Francisco Javier Errázuriz pasó sus veranos de niñez, adolescencia y juventud en la casa de su abuelo, Pedro Errázuriz Tagle, junto a sus padres, Pedro Errázuriz Larraín y Marta Ossa Ruiz, y numerosos hermanos y primos. También muchos aseguran que estando en este balneario el padre Alberto Hurtado habría decidido consagrarse al sacerdocio.

Su origen se remonta a fines del siglo XIX, cuando escapando del creciente aumento de visitantes de Cartagena el suegro del pintor Juan Francisco González, José Toribio Marín, casado con su prima María Luisa Mujica Marín, compró un gran fundo en la playa, que estuviese lo suficientemente lejos del ruido, pero a la vez cerca de Cartagena. Varios parientes y amigos lo siguieron y construyeron impresionantes casonas. Así nació el barrio Vaticano, como se lo conoce por la gran cantidad de capillas particulares, construidas al norte de la Playa Blanca, aprovechando el declive de una colina.

Zig Zag dio muchas veces cuenta del lugar, como en 1929, cuando dice: "En este balneario tranquilo, de aristocrático aislamiento, los numerosos y esbeltos eucaliptus dan al paisaje una nota de liviana belleza... Las residencias no son muchas todavía, pero las que existen tienen una elegante arquitectura y desde ellas se domina el hermoso espectáculo del mar; los veraneantes encuentran lindos sitios donde pasar alegremente sus mañanas, después del baño...", o en 1940: "Podría decirse que el día tiene cuatro etapas bien marcadas en Las Cruces: la mañana, es la hora del baño, todos los días los mismos rostros, la misma gente conocida, muchachas jóvenes y esbeltas, tostadas como la corteza del pan campesino, envueltas en sus faldas y sus blusas, sobre el traje de baño... La hora de la siesta, los señores se tienden en sus sillas de lona en las terrazas de los hoteles o de sus casas... La juventud se va a los cerros, a caminar por los lomajes agrestes, siguiendo estrechos senderos... Al atardecer, la gente vuelve a la orilla del mar. En las rocas suelen verse lectoras de novelas sentimentales, niñas que cantan y tocan una armónica, apagando el ritmo de las olas (...). Cuando se oculta el sol, un hombre recorre las calles encendiendo los faroles de acetileno que iluminan tristemente las esquinas...".




Especial Casas, escritores y artistas
Las Cruces: de Los Diez a Nicanor Parra

En sus elegantes casonas han estado Alone, Pedro Prado y Baldomero Lillo. Hoy veranean allá Diamela Eltit, Carmen Berenguer y Eduardo Labarca, mientras que viven todo el año el guionista y narrador Gustavo Frías y el antipoeta.  

Pedro Pablo Guerrero 
Diario El Mercurio, Cuerpo Cultural Artes y Letras
Domingo 1 de febrero de 2015

En 1898, José Toribio Medina escribía en el artículo "Los conchales de Las Cruces" que al final de Playa Grande, "siempre hacia el norte, hai un promontorio o punta de cerro que se avanza hacia el mar (Punta del Lacho); pero una vez del otro lado, vuelve de nuevo a presentarse la playa abierta (Las Salinas), en cuyo comienzo se encuentran agrupados los veinte o treinta míseros ranchos en que viven los habitantes de Las Cruces, algunos de los cuales i especialmente las mujeres de edad, todavía recuerdan en sus facciones el tipo netamente indíjena" (La Revista de Chile, número 1).

Eran descendientes de los huachunde, aborígenes de lengua mapudungun provenientes de los cerros al sur de Melipilla que habitaban la zona a mediados del siglo XVI. Sin embargo, por los mismos años en que Medina registrara sus impresiones, la clase alta chilena comenzó a cambiar radicalmente la fisonomía del lugar construyendo sobre la Playa Blanca -actual Playa de las Cadenas o Playa Chica- mansiones de veraneo que transformaron el viejo caserío en uno de los balnearios más exclusivos y conservadores de la costa central, pródigo en iglesias, capillas privadas y conventos.

En noviembre de 2014 el Consejo de Monumentos Nacionales aprobó la solicitud de declaración de Zona Típica de los barrios Vaticano y Quirinal, situados respectivamente al norte y al sur del balneario. Se declaró, además, Monumento Histórico la Casa Labbé, diseñada hacia 1917 por el arquitecto Josué Smith Solar.

Según Luis Merino Zamorano, autor del libro "Las Cruces. Barrio El Vaticano, arquitectura patrimonial" (RIL, 2007), el antecedente más antiguo del actual topónimo se registra en 1702 y provendría de la población La Cruz de Carén, llamada así por una cruz instalada en la Punta del Lacho. El investigador Patricio Ross, en "Las Cruces. Apuntes para su historia" (RIL, 2010), añade una tercera fuente: la historia oral según la cual el nombre se debe a las cruces que se pusieron en el sitio luego de un naufragio ocurrido en 1788.

La tradición artística, literaria y pictórica del pueblo se remonta a inicios del siglo XX. El crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, lo visitó el verano de 1912. Recuerda que llegó junto a unos amigos en unos "carritos con caballo" (carros de sangre) sobre rieles de trocha angosta. Se alojó en el único hotel "habitable" y, enterado de la presencia de monseñor Carlos Casanueva en la casa del senador Alfredo Barros Errázuriz, decidió visitar al prelado. "Entré como simple curioso; salí secretario de redacción de La Unión, de Santiago, el diario del arzobispado", escribió en sus Memorias.

Baldomero Lillo fue huésped de otra importante familia fundadora: los Marín. En Las Cruces ambientó su macabro cuento "El anillo" sobre una mujer que pierde a su marido en la Punta del Lacho. Precisamente a dicho sitio llegaron el 22 de agosto de 1916 varios integrantes del famoso grupo de Los Diez. Casado con una hija del magistrado José Toribio Marín, el pintor Juan Francisco González -asiduo de la localidad y luego vecino, tal como en los años 60 lo fuera Arturo Pacheco Altamirano- invitó a la casa de su cuñado, Osvaldo Marín, a Pedro Prado, Alfonso Leng, Alberto Ried y el arquitecto Julio Bertrand. Todos fueron a caballo hasta la Punta del Lacho, donde eligieron los terrenos que les habían ofrecido sus anfitriones. Bertrand proyectó sobre una elevación la imponente "Torre de Los Diez", sueño que nunca se concretó.

En la revista "Los Diez", Pedro Prado la describe como una edificación en concreto armado de 33 metros de altura, los que sumados a su base rocosa de 17 metros, la elevarían a un total de cincuenta. "Se verá como un solo monolito saliendo del mar", distinguible a simple vista desde Cartagena y El Tabo. "Sobre un enorme y abrupto peñón que ha recibido durante cien siglos el ataque del mar y la esperanza de sus prodigiosas lejanías, se elevará tranquila, aislada y libre, la roja torre de Los Diez", escribió el autor de "Alsino".

Tampoco llegó a ejecutarse el ambicioso proyecto inmobiliario encargado en 1915 a Josué Smith Solar para diseñar un pueblo radial, concéntrico, definido en un folleto publicitario como "Un balneario moderno, de primera clase, para personas de buen gusto". Del trazado original, que celebraba la Independencia de América, sobreviven los nombres de algunas calles.

Nicanor Parra, vecino ilustre

En Lincoln, barrio Vaticano, Mario Navarro Arrau -casado con María Haeussler Cousiño- edificó una casa que más tarde fue comprada por Nicanor Parra con el dinero del Premio Iberoamericano Juan Rulfo que recibió en 1991. El antipoeta se resarció así de la pérdida de su propiedad anterior, un chalet vecino de cuatro pisos conocido como el Castillo Negro o La Pajarera, incendiado en los años 80.

"Era un producto de la imaginación". Así recuerda Nicanor su primera casona, en un documental de Gonzalo Frías. Y agrega: "A lo mejor fue mejor que se hubiera quemado porque de lo contrario podría habérsele derrumbado a Juan de Dios, la Colombina o algún amigo". Sobre el significado de ese inmueble destruido, el antipoeta explicó: "Me pasa con este castillo lo que [Carlos] Castaneda explica muy bien en su ['Viaje a Ixtlán']. Él habla de que para cada persona hay lo que él llama el lugar en el mundo. El lugar. Uno. Según él, en este lugar el tipo no necesita de nada más y se produce una iluminación en él, y desaparece el resto del universo, el resto del mundo, y lo único que quiere hacer es quedarse ahí para siempre. Pero agrega a continuación que es un error tratar de quedarse ahí, que lo que hay que hacer es irse inmediatamente".

En un comienzo, Parra viajaba constantemente de La Reina a Las Cruces, hasta que hacia 1998 decidió radicarse en la localidad. Desde entonces, su casa de tejuelas y el auto escarabajo estacionado frente a ella se convirtieron en una postal característica y centro de peregrinación para los admiradores de la antipoesía, a quienes su creador, temperamental y ya cansado de la exposición periodística, recibe cada vez con menos frecuencia. El 5 de septiembre pasado cumplió 100 años de edad sin salir de su hogar mientras en todo Chile se sucedían los homenajes.

Las Cruces ha sido clave en la vida del poeta. Allí recibió la visita de Roberto Bolaño a fines de 1998. Al año siguiente el novelista volvió acompañado del crítico Ignacio Echevarría; ambos le propusieron editar sus "Obras completas & algo + (2008-2011)" en Galaxia Gutenberg.

Desde la terraza, el antipoeta divisa la tumba de Vicente Huidobro en un cerro de Cartagena. En el Litoral de los Poetas, a mitad de camino entre la casa del autor creacionista y la residencia de Neruda en Isla Negra, Parra estableció una irónica analogía: "Las Cruces es la totalidad: los tres ladrones del Gólgota, las tres cruces. El buen ladrón, el mal ladrón y el del medio. ¿Qué nos robó el del medio? El corazón, dicen algunos".

Carmen Berenguer y Diamela Eltit

Pero el antipoeta no es el único que ha contribuido al renacimiento cultural de Las Cruces. Dos autoras de la escena de avanzada de los años 80 han adquirido propiedades en el lugar: Carmen Berenguer y Diamela Eltit.
La primera ocupa una casa de piedra con un pozo, edificada alrededor de 1916 por el arquitecto Héctor Hernández, diseñador del Castillo Negro. Hernández se la vendió al abogado, profesor y crítico Eduardo Solar Correa, autor de la compilación "Escritores de Chile" (1932). Tras décadas de abandono, la casona fue comprada en 2005 a sus herederas por Carmen Berenguer, ganadora en 2008 del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. "La vi y me enamoré", recuerda la autora. En Las Cruces se cuentan historias de fantasmas sobre la casa. Berenguer no puede confirmarlas, pero ha escuchado que alguna vez la visitaron Vicente Huidobro y Juanita Fernández (Santa Teresa de los Andes), cuando era pequeña.

En sus habitaciones, Berenguer ha trabajado en tres libros: "No estacionar aquí. Crónicas en transición", que publicará la Universidad de Talca, y los poemarios "Pelambre" y "Milai".

Diamela Eltit compró en 2005 una vivienda que se quemó al año siguiente. "Fue por una estufa que no quedó bien instalada -recuerda-. Zafamos del incendio, pero apenas se me dio la oportunidad volví a reconstruirla con el maestro Juan. No fue traumático. Fue más bien intenso". En esa casa escribió parcialmente las novelas "Jamás el fuego nunca" -"como homenaje a las llamas", dice- y "Fuerzas especiales", "en algunos fragmentos como homenaje a mí misma", comenta.

El escritor y periodista Eduardo Labarca -autor de las novelas "Butamalón", "Cadáver tuerto" y la recién publicada "Lanza internacional" (Catalonia)- compró en 2004 una casa en El Vaticano. Después de hacerla restaurar se enteró de que había vivido en ella Juan Francisco González. En mayo de 2014 inauguró una placa recordatoria en su honor. Labarca ha corregido y terminado en el balneario algunos de sus libros comenzados en Europa. "Cuando en Las Cruces pasan cosas raras escribo en una lista local unos textos breves que titulo Sinlogismos ", dice.
Mucho antes, en 1972, llegó a vivir al pueblo Gustavo Frías. La que en un principio iba a ser su casa de veraneo se convirtió en su residencia definitiva. Allá escribió la novela y el guión de "Julio comienza en Julio" (Silvio Caiozzi) y el de "Caluga o menta", de Gonzalo Justiniano, director con el cual trabajó en su próximo largometraje: "Cabros de mierda". En el balneario escribió tres novelas históricas en torno a La Quintrala, publicadas por Alfaguara. Ciclo narrativo iniciado en 1998 cuyo último volumen aún no concluye.

Su hijo, Gonzalo Frías, director del programa "Séptimo vicio" (Vía X), realizó varios documentales sobre escritores avecindados en Las Cruces, como Francisco Casas, ex integrante de Las Yeguas del Apocalipsis, radicado hoy en Lima, y el dramaturgo Jaime Silva (1934-2010), autor de "El evangelio según San Jaime" (1969).

En el cortometraje dedicado a Parra, Gustavo Frías -quien hace los comentarios fuera de cámara- repara en el hecho de que Las Cruces pertenece a la comuna de El Tabo, que en voz indígena significa "morada de espíritus". "Tal vez por eso en Las Cruces no existe un cementerio", reflexiona.

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