Lecciones del año viejo


"Son más los chilenos que aprecian la libertad para escoger que les brinda el actual modelo de desarrollo, que no quieren que la burocracia estatal decida por ellos, que sienten que han podido labrarse, con esfuerzo y aplicación, una mejor situación para ellos y sus familias..."


No fue un buen año el que se va. Pero deja lecciones útiles para los años venideros.

La primera lección es que nuestro progreso económico y social no está para nada asegurado, sino que ha de construirse diariamente con perseverancia e inteligencia. Hasta hace poco, nuestros líderes nos hacían creer que navegábamos con piloto automático hacia las alturas del desarrollo, que ya con más de US$ 20.000 de ingreso per cápita podíamos desatender las rigurosas exigencias de ahorro y eficiencia que impone el crecimiento acelerado, preocuparnos más de redistribuir que de hacer crecer la riqueza nacional. Bastaron unas cuantas malas señales de política económica y un leve empeoramiento del ambiente internacional para hacernos volver a la realidad: somos el país latinoamericano con la mejor opción de alcanzar el desarrollo, pero el trecho que aún nos resta por recorrer es empinado y resbaladizo.

La crucial importancia de las expectativas económicas es la segunda lección. No fueron grandes reformas estructurales las que en el gobierno del Presidente Piñera nos permitieron aprovechar la buena racha minera y dar un salto adelante en materia de emprendimiento, empleo e ingresos. Lo que hizo la diferencia fue la percepción de que su gobierno se la jugaba por impulsar el desarrollo. Del mismo modo, no son los detalles de las reformas de la Presidenta Bachelet los que han derrumbado la confianza en nuestro futuro económico, sino la percepción de que, en verdad, hoy importa más apaciguar a los grupos de presión o halagar a votantes desaprensivos que diseñar y aplicar buenas políticas públicas para el crecimiento. El Gobierno ha intentado levantar las expectativas con variados anuncios, pero la tonalidad sesentera de su discurso y sus decisiones siguen transmitiendo un mensaje antagónico al emprendimiento y al libre mercado.

La tercera y última lección es que, una vez apagados los ecos de las vociferantes protestas callejeras, ha emergido con claridad que el país que los ideologizados estrategas de la Nueva Mayoría se proponen construir no calza con las aspiraciones de las grandes mayorías, especialmente de la clase media. Son más los chilenos que aprecian la libertad para escoger que les brinda el actual modelo de desarrollo, que no quieren que la burocracia estatal decida por ellos, que sienten que -cuando la economía ha funcionado bien- han podido labrarse, con esfuerzo y aplicación, una mejor situación para ellos y sus familias. Desde luego, los indignan los abusadores que, desde el ámbito público o privado, les hacen zancadillas. Por eso exigen más transparencia, más competencia y más oportunidades. Pero no hay por qué echar abajo las buenas estructuras del edificio que entre todos levantamos, sino hacer mejoras bien pensadas y dialogadas.

Mi buen deseo para el año nuevo es que las lecciones del 2014 comiencen a ponerse en práctica.

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