Juan era la voz, Cristo es la Palabra

De los Sermones de San Agustín, Obispo
(Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329) 

Juan era la voz, Cristo es la Palabra

Juan era la voz, 
pero el Señor es la Palabra 
que en el principio ya existía. 

Juan era una voz provisional; 
Cristo, desde el principio, 
es la Palabra eterna.

Quita la palabra, 
¿y qué es la voz? 

Si no hay concepto, 
no ha más que un ruido vacío. 

La voz sin la palabra 
llega al oído, 
pero no edifica el corazón.

Pero veamos 
cómo suceden las cosas 
en la misma edificación 
de nuestro corazón. 

Cuando pienso 
lo que voy a decir, 
ya está la palabra 
presente en mi corazón; 
pero, si quiero hablarte, 
busco el modo 
de hacer llegar a tu corazón 
lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti 
y se aposente en tu interior 
la palabra que hay ya en el mío, 
echo mano de la voz y, mediante ella, 
te hablo: el sonido de la voz 
hace llegar hasta ti 
el entendimiento de la palabra; 
y una vez que el sonido de la voz 
ha llevado hasta ti el concepto, 
el sonido desaparece, 
pero la palabra 
que el sonido condujo hasta ti 
está ya dentro de tu corazón, 
sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, 
¿no te parece que es el mismo sonido 
el que está diciendo: 
Ella tiene que crecer 
y yo tengo que menguar? 

El sonido de la voz se dejó sentir 
para cumplir su tarea y desapareció, 
como si dijera: 
Esta alegría mía está colmada. 

Retengamos la palabra, 
no perdamos la palabra 
concebida en la médula del alma.

¿Quieres ver cómo pasa la voz, 
mientras que la divinidad 
de la Palabra permanece? 

¿Qué ha sido del bautismo de Juan? 

Cumplió su misión y desapareció. 

Ahora el que se frecuenta 
es el bautismo de Cristo. 

Todos nosotros creemos en Cristo, 
esperamos la salvación en Cristo: 
esto es lo que la voz hizo sonar.

Y precisamente 
porque resulta difícil 
distinguir la palabra de la voz, 
tomaron a Juan por el Mesías. 

La voz fue confundida con la palabra: 
pero la voz se reconoció a sí misma, 
para no ofender a la palabra. 

Dijo: No soy el Mesías, 
ni Elías, ni el Profeta.

Y cuando le preguntaron: 
¿Quién eres?, respondió: 
Yo soy la voz que grita en el desierto: 
«Allanad el camino del Señor.» 

La voz que grita en el desierto, 
la voz que rompe el silencio. 

Allanad el camino del Señor, 
como si dijera: 
«Yo resueno para introducir 
la palabra en el corazón; 
pero ésta no se dignará venir 
a donde yo trato de introducirla, 
si no le allanáis el camino.»

¿Qué quiere decir: Allanad el camino, 
sino: «Suplicad debidamente»? 

¿Qué significa: Allanad el camino, 
sino: «Pensad con humildad»? 

Aprended del mismo Juan 
un ejemplo de humildad. 

Le tienen por el Mesías, 
y niega serlo; 
no se le ocurre emplear 
el error ajeno 
en beneficio propio.

Si hubiera dicho: 
«Yo soy el Mesías», 
¿cómo no lo hubieran creído 
con la mayor facilidad, 
si ya le tenían por tal 
antes de haberlo dicho? 

Pero no lo dijo: 
se reconoció a sí mismo, 
no permitió que lo confundieran, 
se humilló a sí mismo.

Comprendió dónde tenía su salvación; 
comprendió que no era más que una antorcha, 
y temió que el viento de la soberbia 
la pudiese apagar.

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