De triglifos y metopas por Sebastián Grey


Diario El Mercurio, Sábado 13 de diciembre de 2014










En la arquitectura clásica 
-la de la Grecia antigua, 
luego adoptada por la Roma imperial
y más tarde inspiración del Neoclasicismo 
que rigió en los siglos dieciocho 
diecinueve- se denomina «entablatura» 
al conjunto de elementos horizontales, 
molduras y ornamentos que se posan 
sobre las columnas del edificio. 

El origen estético de la entablatura es interesante, 
pues representa los elementos estructurales 
de madera con que se construyeron 
los primeros templos de la antigüedad, 
lenguaje arquitectónico que con el tiempo 
se fue "petrificando" en busca de 
la monumentalidad y trascendencia 
que sólo el mármol podría asegurar. 

De esta manera, sobre las columnas 
se posa el arquitrabe o gran dintel; 
sobre este el friso, compuesto 
alternadamente de triglifos 
(representando el envigado) y metopas; 
y sobre el friso la cornisa 
que remata la entablatura 
y recibe la techumbre. 

Este orden es parte 
de un estricto sistema 
de reglas de composición 
que se remonta a tres mil años 
en nuestra historia, 
fundamento vivo de toda 
la tradición arquitectónica de Occidente. 

Tanto es así, que hasta 
hace apenas cincuenta años 
la enseñanza de la Arquitectura 
se iniciaba con el perfecto manejo 
de los órdenes clásicos, 
tal como aún se le exige
al estudiante de leyes el derecho romano, 
al de Medicina la anatomía 
o al de Música la armonía.

Hace algunas semanas 
concluyeron los trabajos de restauración 
de la Iglesia de la Divina Providencia, 
gravemente dañada tras el terremoto de 2010. 

La mayor pérdida fue la cúpula del campanario, 
cuyos escombros quedaron esparcidos en el suelo; 
también sufrieron los gruesos muros de la nave. 

Vimos cómo se levantaba, 
aunque con largas pausas, 
una estructura de acero que reemplazó 
la antigua torre de mampostería. 

Terminada ya la nueva cúpula 
con sus ornamentos, 
hecha de reluciente hojalata, 
nos parece que la restauración 
delata en todos sus detalles 
una excesiva economía y levedad material 
que no se condice ni con el recuerdo 
ni con lo que el estilo del edificio demanda. 

Pero si dudamos 
del resultado del campanario, 
el pabellón anexo nos deja pasmados. 

Aquí la restauración de la fachada 
ha terminado en una tragicómica confusión 
de los elementos y ritmos de la entablatura, 
confusión que solo puede ser producto 
de la improvisación o falta de supervisión.

Esta fachada mal restaurada 
en plena avenida Providencia 
representa una triple paradoja:
que por siglos las iglesias 
han sido las principales guardianas 
de las Bellas Artes; que, como hemos visto, 
se ignoran principios elementales 
de la arquitectura clásica, y por último, 
que mientras más recursos tenemos como país, 
más indiferentes parecemos ser 
con la belleza, la historia y la disciplina.

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