Diario La Tercera, domingo 16 de noviembre de 2014
Los cruceros turísticos
que zarpan de Miami
atestados de senescentes
tienen una muy definida hoja de ruta;
sus capitanes y tripulaciones
saben exactamente por qué aguas navegarán
y los puertos donde atracarán,
qué fiestas danzantes y tómbolas
se van a celebrar y cuándo
será el carnaval de disfraces,
pero también conocen el número
de huevos requeridos
para alimentar a los viajeros,
el stock de ataúdes por si las moscas,
cuántos son los médicos necesarios
y el equipamiento de la clínica
para quienes sufran un soponcio.
Saben todo eso por experiencia
y porque tienen muy claro
quiénes son y cómo son los clientes
y cuál es su objeto, a saber,
que vengan y los diviertan;
eso indica inmediata y necesariamente,
sin ninguna duda, lo necesario para satisfacerlos.
Siendo por lo general ancianos,
no es tanto cosa de suministrarles
damas y/o señoritos latinos
de moral acomodaticia como más bien
ofrecerles amables sorteos
después del té, canasta,
lentas piezas de vals y, sobre todo,
licor en abundancia pues bien decían
los antiguos que cuando se amortigua
el reinado de Venus aparece,
en subsidio, el imperio de Baco.
Si en cambio las compañías creyeran
que ese mar de cabezas plateadas,
a menudo a bordo de resplandecientes
sillas de ruedas o propietarios
de miembros de titanio,
necesitan y quieren
“mejorar la calidad de sus vidas”,
entonces se habrían encontrado
en un verdadero aprieto.
En efecto,
¿qué es “mejor calidad de vida”
para un veterano? ¿Cómo definirla
y sacar las consecuencias navieras del caso?
Quizás la felicidad sea simplemente
quedarse en casa y en ningún caso
comprar un ticket para navegar a Las Bahamas.
Quizás gran calidad de vida resultaría,
para esos mayores, espantando de su lado
a esos hijos fastidiosos que sólo
desean sepultarlos en un asilo
para quedarse con sus propiedades.
Tal vez la calidad de vida de la senectud
consista en recibir un tratamiento rejuvenecedor
en un Spa suizo. O, considerando opciones
más radicales, que alguien misericordioso
les instale una bala en la nuca
o irse a morir a un país con suicidio asistido.
No se sabe.
NM
Tampoco sabe la NM,
originadora de la idea,
qué significa en concreto eso
de la “calidad de la educación”
y tampoco sabe cuántos de los suyos
están realmente de acuerdo
en eso que no saben
y cuántos otros apoyan
una reforma constitucional
que no se sabe
qué reformaría y cómo y cuándo.
Y como no saben nada de eso,
no es posible resolver sus problemas,
como han creído primero en el PPD
y luego en toda la coalición,
con una “hoja de ruta”,
pues esta presupone
dicho conocimiento
y no a la inversa.
¿Qué hoja de ruta puede diseñarse
si no se tiene idea exacta de adónde se irá?
Una ruta es un camino preciso
a un destino preciso,
no una dirección general
hacia un indefinido Shangri La.
Y en el esfuerzo de dar concreción
a tanta vaguedad -porque el latino medio,
en su monumental displicencia y negligencia,
cree a pie juntilla en eso de que
‘se hace camino al andar’-
la coalición se separa día a día
en sus partes componentes,
se encrespa y se desgarra,
a todo lo cual tampoco pone remedio
el apolillado e ineficaz
llamamiento a ‘ordenar las filas’”.
Pero estos son, sin embargo,
los remedios que se proponen
y de los que se habla:
de orden en la fila,
de liderazgo presidencial,
de hoja de ruta con cronograma y todo,
de “democratizar” esto y lo otro,
de sintonizar el país con el siglo XXI,
de no ser nostálgicos de la Concertación
y/o quedarse remolonamente
con las “lógicas lineales del siglo XX”,
como pintorescamente ha creído definir
un superior desiderátum político,
el senador Girardi.
Frutos
Es en la forma de esa confusión desintegradora
que la NM comienza a cosechar los frutos
cuyas semillas sembró a porfía durante la campaña.
Hablamos de granos verbales
que son la especialidad indiscutible
de la granja de la izquierda y el progresismo.
A saber: el discurso elevado, justiciero,
humanista, visionario, grandilocuente y altisonante.
En ese plano nadie le puede disputar terreno.
¿Quién podría preferir en voz alta
una mala a una buena educación?
¿Quién se atrevería a sostener
una visión aristocrática a la Nietzche
contra la actual boga de las masas democráticas,
las ciudadanías empoderadas y las voces de la calle?
El problema aparece
cuando se trata de definir
esos términos y ponerlos
en términos operativos
para cumplir la tarea de gobernar,
no ya la de acceder al gobierno;
el problema radica
en que dicha abundancia de talento
para proferir discursos
no va acompañada de similar inteligencia
para la gestión; el problema
es que los sexagenarios
que con un cintillo mapuche en la frente
nos hablan apasionadamente
de los valores de la cultura originaria
son incapaces, cuando están a cargo,
de ir más allá de ofrecer su inmolación
por medio del fuego.
El problema, entonces,
es que los sectores
que forman parte de la NM
están imbuidos de pies a cabeza
de una cultura literaria y declamativa
que normalmente es más pomposa que sustancial
y más marquetera que científica.
Palabras, Rutas, Abismos…
Los incordios originados
por una incapacidad abismal
de llevar la sonora y pegajosa palabra
al reino de la realidad,
ya de por sí peliagudos,
no se resuelven amontonando aun más palabras.
¿Qué sentido tiene llamar sonoramente al orden
si no hay acuerdo alrededor de qué ordenarse?
¿Qué sustancia tiene exigir liderazgo
si ni el líder ni los seguidores
están seguros del camino que sería preciso tomar?
Pero hay más: ¿qué sentido tiene
centrar el problema y la presunta solución
en cuestiones tan periféricas como lo son
la comunicación y la mayor o menor diligencia
que se ha puesto en la pega si la cuestión central
es qué tan buena o mala es la meta
y qué tan malo o bueno el camino?
Aun si la NM se disciplina, se ordena,
se calla y se fija un calendario,
de nada servirán esas virtudes
si no sirve a buenas ideas
en vez de hacer más eficaces las malas”.
Pero, al parecer, estas sensibilidades,
hoy como ayer, no pueden escapar
la terrible gravitación del universo palabrero
en que siempre han habitado.
La izquierda, siempre repleta
de poetas, literatos, ensayistas,
filósofos especialistas en refritos,
sociólogos revolucionarios de barba y bigote,
saltimbanquis de la farándula,
dramaturgos gacetilleros
y gacetilleros de la dramaturgia,
amen, por cierto, de infinitos discurseadores
y repetidores, ha carecido siempre de ejecutores,
de los tipos conocedores de la regla de cálculo
y de realistas de tomo y lomo.
Cuando estos últimos llegan a aparecer
-pregúntenle a Escalona-
se les acusa de apóstatas, traidores,
acomodaticios, vendidos al capital
y hasta de “fachos”.
Sobra, en la izquierda,
gente buena
para enhebrar sueños utópicos
con o sin opio y escasea la que
sabe despertar y hacer la pega.
Así entonces, en vez
de re examinarse lo que se hace
o se pretende hacer
y avanzar en el análisis
de qué se quiere decir con cada cosa
que se ha dicho, en vez de estarse
dispuesto a desechar los eslóganes y actuarse,
en otras palabras, con honestidad intelectual
y poniendo en el primer plano
el interés del Chile real
y no el de uno de encuadernado
con adjetivos Gramscianos,
la NM torna una vez más la mirada
al arcón de su silabario particular,
su Enciclopedia de vocablos,
su invocación mágica
de las fórmulas de siempre;
“democratización”, “consulta ciudadana”,
“asamblea”, “poder popular”, “la calle”, etc, etc.
Es cosa de oírlos hablar.
Bien dijo un cínico
que el personaje más representativo
de América Latina es Cantinflas, aunque,
en el caso de la América revolucionaria,
se trata de un Cantinflas
haciendo de combatiente,
uno de barba y bigote, puño en alto
y machismo-leninismo a destajo.
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