Hoja de ruta por Fernando Villegas & De nada servirá a la NM disciplinarse, callar, fijar un calendario, si no sirve a buenas ideas en vez de hacer más eficaces las malas...‏


Diario La Tercera, domingo 16 de noviembre de 2014


Los cruceros turísticos 
que zarpan de Miami 
atestados de senescentes 
tienen una muy definida hoja de ruta; 
sus capitanes y tripulaciones 
saben exactamente por qué aguas navegarán 
y los puertos donde atracarán, 
qué fiestas danzantes y tómbolas 
se van a celebrar y cuándo 
será el carnaval de disfraces, 
pero también conocen el número 
de huevos requeridos 
para alimentar a los viajeros, 
el stock de ataúdes por si las moscas, 
cuántos son los médicos necesarios 
y el equipamiento de la clínica 
para quienes sufran un soponcio. 

Saben todo eso por experiencia 
y porque tienen muy claro 
quiénes son y cómo son los clientes 
y cuál es su objeto, a saber, 
que vengan y los diviertan; 
eso indica inmediata y necesariamente, 
sin ninguna duda, lo necesario para satisfacerlos. 

Siendo por lo general ancianos, 
no es tanto cosa de suministrarles 
damas y/o señoritos latinos 
de moral acomodaticia como más bien 
ofrecerles amables sorteos 
después del té, canasta, 
lentas piezas de vals y, sobre todo, 
licor en abundancia pues bien decían 
los antiguos que cuando se amortigua 
el reinado de Venus aparece, 
en subsidio, el imperio de Baco.

Si en cambio las compañías creyeran 
que ese mar de cabezas plateadas, 
a menudo a bordo de resplandecientes 
sillas de ruedas o propietarios 
de miembros de titanio, 
necesitan y quieren 
“mejorar la calidad de sus vidas”, 
entonces se habrían encontrado 
en un verdadero aprieto. 

En efecto, 
¿qué es “mejor calidad de vida” 
para un veterano? ¿Cómo definirla 
y sacar las consecuencias navieras del caso? 

Quizás la felicidad sea simplemente 
quedarse en casa y en ningún caso 
comprar un ticket para navegar a Las Bahamas. 

Quizás gran calidad de vida resultaría, 
para esos mayores, espantando de su lado 
a esos hijos fastidiosos que sólo 
desean sepultarlos en un asilo 
para quedarse con sus propiedades. 

Tal vez la calidad de vida de la senectud 
consista en recibir un tratamiento rejuvenecedor 
en un Spa suizo. O, considerando opciones 
más radicales, que alguien misericordioso 
les instale una bala en la nuca 
o irse a morir a un país con suicidio asistido. 

No se sabe.


NM

Tampoco sabe la NM, 
originadora de la idea, 
qué significa en concreto eso 
de la “calidad de la educación” 
y tampoco sabe cuántos de los suyos 
están realmente de acuerdo 
en eso que no saben 
y cuántos otros apoyan 
una reforma constitucional 
que no se sabe 
qué reformaría y cómo y cuándo. 

Y como no saben nada de eso, 
no es posible resolver sus problemas, 
como han creído primero en el PPD 
y luego en toda la coalición, 
con una “hoja de ruta”, 
pues esta presupone 
dicho conocimiento 
y no a la inversa.


¿Qué hoja de ruta puede diseñarse 
si no se tiene idea exacta de adónde se irá? 

Una ruta es un camino preciso 
a un destino preciso, 
no una dirección general 
hacia un indefinido Shangri La. 

Y en el esfuerzo de dar concreción 
a tanta vaguedad -porque el latino medio, 
en su monumental displicencia y negligencia, 
cree a pie juntilla en eso de que 
‘se hace camino al andar’- 
la coalición se separa día a día 
en sus partes componentes, 
se encrespa y se desgarra, 
a todo lo cual tampoco pone remedio 
el apolillado e ineficaz 
llamamiento a ‘ordenar las filas’”.

Pero estos son, sin embargo, 
los remedios que se proponen 
y de los que se habla: 
de orden en la fila, 
de liderazgo presidencial, 
de hoja de ruta con cronograma y todo, 
de “democratizar” esto y lo otro, 
de sintonizar el país con el siglo XXI, 
de no ser nostálgicos de la Concertación 
y/o quedarse remolonamente 
con las “lógicas lineales del siglo XX”, 
como pintorescamente ha creído definir 
un superior desiderátum político, 
el senador Girardi.

Frutos

Es en la forma de esa confusión desintegradora 
que la NM comienza a cosechar los frutos 
cuyas semillas sembró a porfía durante la campaña. 

Hablamos de granos verbales 
que son la especialidad indiscutible 
de la granja de la izquierda y el progresismo. 

A saber: el discurso elevado, justiciero, 
humanista, visionario, grandilocuente y altisonante. 

En ese plano nadie le puede disputar terreno. 

¿Quién podría preferir en voz alta 
una mala a una buena educación? 

¿Quién se atrevería a sostener 
una visión aristocrática a la Nietzche 
contra la actual boga de las masas democráticas, 
las ciudadanías empoderadas y las voces de la calle?


El problema aparece 
cuando se trata de definir 
esos términos y ponerlos 
en términos operativos 
para cumplir la tarea de gobernar, 
no ya la de acceder al gobierno; 
el problema radica 
en que dicha abundancia de talento 
para proferir discursos 
no va acompañada de similar inteligencia 
para la gestión; el problema 
es que los sexagenarios 
que con un cintillo mapuche en la frente 
nos hablan apasionadamente 
de los valores de la cultura originaria 
son incapaces, cuando están a cargo, 
de ir más allá de ofrecer su inmolación 
por medio del fuego. 

El problema, entonces, 
es que los sectores 
que forman parte de la NM 
están imbuidos de pies a cabeza 
de una cultura literaria y declamativa 
que normalmente es más pomposa que sustancial 
y más marquetera que científica.

Palabras, Rutas, Abismos…

Los incordios originados 
por una incapacidad abismal 
de llevar la sonora y pegajosa palabra 
al reino de la realidad, 
ya de por sí peliagudos, 
no se resuelven amontonando aun más palabras. 

¿Qué sentido tiene llamar sonoramente al orden 
si no hay acuerdo alrededor de qué ordenarse? 

¿Qué sustancia tiene exigir liderazgo 
si ni el líder ni los seguidores 
están seguros del camino que sería preciso tomar?
Pero hay más: ¿qué sentido tiene 
centrar el problema y la presunta solución 
en cuestiones tan periféricas como lo son 
la comunicación y la mayor o menor diligencia 
que se ha puesto en la pega si la cuestión central 
es qué tan buena o mala es la meta 
y qué tan malo o bueno el camino? 

Aun si la NM se disciplina, se ordena, 
se calla y se fija un calendario, 
de nada servirán esas virtudes 
si no sirve a buenas ideas 
en vez de hacer más eficaces las malas”.

Pero, al parecer, estas sensibilidades, 
hoy como ayer, no pueden escapar 
la terrible gravitación del universo palabrero 
en que siempre han habitado. 

La izquierda, siempre repleta 
de poetas, literatos, ensayistas, 
filósofos especialistas en refritos, 
sociólogos revolucionarios de barba y bigote, 
saltimbanquis de la farándula, 
dramaturgos gacetilleros 
y gacetilleros de la dramaturgia, 
amen, por cierto, de infinitos discurseadores 
y repetidores, ha carecido siempre de ejecutores, 
de los tipos conocedores de la regla de cálculo 
y de realistas de tomo y lomo. 

Cuando estos últimos llegan a aparecer 
-pregúntenle a Escalona- 
se les acusa de apóstatas, traidores, 
acomodaticios, vendidos al capital 
y hasta de “fachos”. 

Sobra, en la izquierda, 
gente buena 
para enhebrar sueños utópicos 
con o sin opio y escasea la que 
sabe despertar y hacer la pega.

Así entonces, en vez 
de re examinarse lo que se hace 
o se pretende hacer 
y avanzar en el análisis 
de qué se quiere decir con cada cosa 
que se ha dicho, en vez de estarse 
dispuesto a desechar los eslóganes y actuarse, 
en otras palabras, con honestidad intelectual 
y poniendo en el primer plano 
el interés del Chile real 
y no el de uno de encuadernado 
con adjetivos Gramscianos, 
la NM torna una vez más la mirada 
al arcón de su silabario particular, 
su Enciclopedia de vocablos, 
su invocación mágica 
de las fórmulas de siempre; 
“democratización”, “consulta ciudadana”, 
“asamblea”, “poder popular”, “la calle”, etc, etc. 

Es cosa de oírlos hablar. 

Bien dijo un cínico 
que el personaje más representativo 
de América Latina es Cantinflas, aunque, 
en el caso de la América revolucionaria, 
se trata de un Cantinflas 
haciendo de combatiente, 
uno de barba y bigote, puño en alto 
y machismo-leninismo a destajo.

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