Berenjenal
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 3 de noviembre de 2014
Habitualmente escuchamos hablar de la cultura
con la veneración que se reserva a lo sublime.
Se supone que es algo medio sagrado,
en cuyos secretos esenciales
están involucrados loe genios y los eruditos.
Muchas de las personas
que se dedican a este rubro
administran además un reclamo tipo
ante la veleidosa recepción
que el público demuestra
antes sus producciones.
No hay realidad más deprimente
para un promotor de la cultura
que una sala raleada,
un disco ignorado
o un libro abandonado con tedio.
Hay quienes,
ante la indiferencia
que producen sus obras,
amenazan con abandonar el país,
lo que es recibido también
con indiferencia general.
El alegato se parece un poco
al que formulan los profesores
por la desatención permanente
de sus alumnos, alegato
que no considera la posibilidad
de que el aburrimiento de los niños
ante las materias impartidas
proceda simplemente de que
éstas no logran suscitar
una curiosidad real.
A los 19 años yo me di cuenta
de que la historia de Chile
era un mundo fascinante
y me puse a leer
cosas por mi cuenta,
con la vertiginosa libertad
de las exploraciones.
La fascinación era una novedad,
pero el tema era viejo.
Muchas veces, insistentemente,
año a año, en condición de alumno,
había sido destinatario
de oleadas de información histórica
que, a despecho de su minuciosidad,
no rendía una imagen
reconocible de la realidad.
Las batallas, las conspiraciones,
los actos de arrojo o de humillación,
todo aquello parecía suceder
en un plano distinto a Chile,
o sea en ninguna parte,
a lo más en el papel económico
de los suplementos para escolares.
De esa manera hasta
Casimiro Marcó del Pont
o el Corregidor Zañartu
aparecían como figuras
mal dibujadas, recortadas
y pegoteadas, sin asomo de vida.
Hablé al comienzo de curiosidad
y me da la impresión de que ése
es el concepto que mueve
cualquier iniciativa cultural.
El interés que yo pueda tener,
por ejemplo por la poesía,
no es para ejecutar
la celebración ritual del género,
sino curiosidad pura:
hay ahí un fenómeno abismante
que logro reconocer
pero no siempre entender.
Y en tal sentido la poesía
no es para mí distinta
de la realidad pedestre
de las calles atestadas y vacías,
no es distinta al viento,
al vuelo de los aviones,
a las ondas beta,
al rumor del mundo,
a la memoria, al olvido
y a todos los componentes
misteriosos de una existencia
incompleta, como la nuestra.
No sé para dónde seguir.
Creo que me metí en un berenjenal.
Pensaba en la emoción
que unas fotografías
de la cumbre del Manquehue,
el volcán de los cóndores,
tomadas hace muy poco
por mi hijo menor.
Se trata, evidentemente,
de paisaje, de naturaleza,
pero a mi entender
esos arbustos desmañados,
esos senderos pedregosos,
esas hojas perennes
de oscuro esplendor, son parte
del espesor cultural de lo propio.
Al menos a mí me producen
la emoción de pertenecer profundamente
a un lugar en el mundo.
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