Arrugados como pasas y desmemoriados con una dieta carente de ellas...‏

Al fin comienzan los calores del fin de año.
¿Debemos alegrarnos?
La respuesta es «no».

Mientras el lector cavila acerca de esta negativa,
pasemos a otro tema: la epidermis, la piel,
o sea el pellejo ese que en situaciones de peligro
(físico, moral, económico) intentamos salvar
a toda costa, como si en él se condensase nuestra esencia.


La materia se transforma y se achurrasca.

Cada parpadeo nos arruga un surco más.

En la visible piel
-como anillos en el tronco de un árbol-
va quedando la huella de cada circunvalación 
del planeta Tierra alrededor del Sol
y también de sus giros sobre sí mismo.

Pocazo sacaremos nadando
en piscinas de rosa mosqueta
o decantando aceites humanos
traídos de la unánime morgue,
valga el conceptual oxímoron.

Se me dirá:
«Esa pulsión inútil
es cosa de mujeres.
Siendo tú varón,
las arrugas te dan carácter».

Ese carácter del que carezco
según la doctora insolente:
pellejo elástico, fue su diagnóstico,
pero a la vez un estado de ánimo tropezante.

Lo detectó -eso dijo-
apenas puse un pie en su consulta.

"Oiga", me dijo hace un par de años,
una dermatóloga de lengua envenenada,
"si usted casi no tiene arrugas,
es porque sus glándulas...»  

Stop.  No soy yo el que importa.
Aquí se trata de todos.
Y ella mentía, estoy seguro.


Vicente Montañés
Diario Las Últimas Noticias
Sábado 25 de octubre de 2014


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