por Antonio Martínez
Diario El Mercurio, Domingo 28 de septiembre de 2014
"La obsesión por el sistema puede ser deformación profesional, pero en la búsqueda del cofre está el trabajo y la dignidad de un entrenador genuino. Esa es la pega y esos son sus límites. Revisar el mapa, estudiar las coordenadas, calcular con el sextante, evitar los obstáculos..."
El entrenador Jorge Sampaoli habla de sincronización, funcionamiento de equipo y ataque colectivo, más que de nombres propios o aspectos individuales.
Los directores técnicos sueñan con análisis de esta naturaleza, porque eso implica que el fútbol cabe en su táctica, diseño y estrategia.
Es decir, lo puede dominar, controlar, domesticar, quizás amaestrar.
Es cosa de analizar, sudar y estudiar.
Si se hace lo mismo, y se repiten una y otra vez las jugadas.
Si los delanteros obedecen y se desdoblan; y los defensas lo mismo, y se triplican.
Y todos felices por el trabajo bien hecho y después de llevarlo a la práctica vendrá la recompensa.
Es un tipo de discurso que tiende a igualar a los jugadores y la aspiración es que se parezcan y que sean intercambiables y fusibles de algo que los supera: el sistema.
El funcionamiento es la fórmula, el sistema la envasa y el entrenador es la estrella.
El fútbol, claro, nació para lo contrario, para ser disfuncional, incómodo y rebelde.
Su naturaleza es quitar la razón, jamás darla.
Porque un equipo puede comportarse como fruta mecánica -engranajes perfectos, ruedas que calzan y placas ajustadas-, pero siempre hay alguien que tiende a salirse del sistema, no totalmente, pero sí lo justo y necesario.
Es para que se note.
Es el rizo del rizo, el bucle en el rombo, la guinda de la torta.
El adorno extra, la genialidad impensada o la imperfección afortunada.
En el discurso de Jorge Sampaoli el sistema gana partidos, mete goles colectivos y acá están los secretos, el rock y la sicomagia del fútbol.
Es un discurso que rebalsa convicción, argumentos y enorme voluntad.
Es algo así como el último deseo de un entrenador.
Es piedra filosofal, testamento y legado.
Si Jorge Sampaoli tuviera que elegir entre la cabeza de Sebastián Beccacece y el sistema, que a nadie le quepa duda.
-Flaco, perdoná, perdoná, Flaco, pero el sistema es el sistema. Igual es un corte seco y amarráte el pelo, para que el Nico Diez no tenga que pasar la escoba.
La obsesión por el sistema puede ser deformación profesional, pero en la búsqueda del cofre está el trabajo y la dignidad de un entrenador genuino. Esa es la pega y esos son sus límites. Revisar el mapa, estudiar las coordenadas, calcular con el sextante, evitar los obstáculos y buscar la tripulación para una magnífica aventura donde el tesoro es el sistema.
Una cosa, eso sí:
Me da lo mismo el sistema, siempre y cuando juegue Alexis Sánchez.
Que es una manera moderna de expresar una vieja idea: Leonel y diez más.
De otra manera: el sistema es bueno, pero nunca tanto.
Los directores técnicos sueñan con análisis de esta naturaleza, porque eso implica que el fútbol cabe en su táctica, diseño y estrategia.
Es decir, lo puede dominar, controlar, domesticar, quizás amaestrar.
Es cosa de analizar, sudar y estudiar.
Si se hace lo mismo, y se repiten una y otra vez las jugadas.
Si los delanteros obedecen y se desdoblan; y los defensas lo mismo, y se triplican.
Y todos felices por el trabajo bien hecho y después de llevarlo a la práctica vendrá la recompensa.
Es un tipo de discurso que tiende a igualar a los jugadores y la aspiración es que se parezcan y que sean intercambiables y fusibles de algo que los supera: el sistema.
El funcionamiento es la fórmula, el sistema la envasa y el entrenador es la estrella.
El fútbol, claro, nació para lo contrario, para ser disfuncional, incómodo y rebelde.
Su naturaleza es quitar la razón, jamás darla.
Porque un equipo puede comportarse como fruta mecánica -engranajes perfectos, ruedas que calzan y placas ajustadas-, pero siempre hay alguien que tiende a salirse del sistema, no totalmente, pero sí lo justo y necesario.
Es para que se note.
Es el rizo del rizo, el bucle en el rombo, la guinda de la torta.
El adorno extra, la genialidad impensada o la imperfección afortunada.
En el discurso de Jorge Sampaoli el sistema gana partidos, mete goles colectivos y acá están los secretos, el rock y la sicomagia del fútbol.
Es un discurso que rebalsa convicción, argumentos y enorme voluntad.
Es algo así como el último deseo de un entrenador.
Es piedra filosofal, testamento y legado.
Si Jorge Sampaoli tuviera que elegir entre la cabeza de Sebastián Beccacece y el sistema, que a nadie le quepa duda.
-Flaco, perdoná, perdoná, Flaco, pero el sistema es el sistema. Igual es un corte seco y amarráte el pelo, para que el Nico Diez no tenga que pasar la escoba.
La obsesión por el sistema puede ser deformación profesional, pero en la búsqueda del cofre está el trabajo y la dignidad de un entrenador genuino. Esa es la pega y esos son sus límites. Revisar el mapa, estudiar las coordenadas, calcular con el sextante, evitar los obstáculos y buscar la tripulación para una magnífica aventura donde el tesoro es el sistema.
Una cosa, eso sí:
Me da lo mismo el sistema, siempre y cuando juegue Alexis Sánchez.
Que es una manera moderna de expresar una vieja idea: Leonel y diez más.
De otra manera: el sistema es bueno, pero nunca tanto.
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