P. Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio
Domingo 10 de agosto de 2014
http://diario.elmercurio.com/2014/08/10/vida_social/mas/noticias/24DC7265-E8F6-48F1-A539-EBDC7BDD0499.htm?id={24DC7265-E8F6-48F1-A539-EBDC7BDD0499}
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La escena que narra San Mateo en el Evangelio de hoy tiene un encanto especial. ¿Quién no recordará a Jesús caminando sobre las aguas del lago? Había enviado a propósito a los discípulos en una barca hacia la otra orilla del lago de Genesaret. Soplaba un fuerte viento contrario, y comenzaba a anochecer. Después de horas de bregar, cuando comenzaba a amanecer, ven borrosamente su figura acercándose a buen paso sobre el agua. Viene el gran susto ante el posible fantasma, la caminata y hundimiento de Pedro, y Jesús que lo sostiene y le reprocha su poca fe.
Se nos viene a la memoria una escena semejante, cuando Jesús calma la tormenta nocturna en el mismo contexto. Pero esa vez dormía dentro de la barca. Para los visitantes cristianos de ese mismo lago, todo recobra esa realidad que experimentaron los Apóstoles a nombre nuestro. Parecen oírse todavía sus voces asustadas a lo lejos, Y es que los milagros de Jesús nunca son casuales, y están pensados para nuestro beneficio.
En su conjunto, la Iglesia es enviada como esa barca en aguas encrespadas, y con viento contrario. Jesús parece quedarse en la orilla. Se siente a veces más fuertemente el distanciamiento, a medida que se aleja la barca de la ribera. Uno preferiría su presencia más obvia e inmediata. Dice el Evangelio que, después de despedir a la gente, subió al monte a solas a orar. Es en cierto modo lo que hizo con su ascensión. Conviene recordar siempre que nos sigue en cada detalle de nuestra trayectoria colectiva, a través de su oración por nosotros.
Somos impresionables. Comparados con el viento, el oleaje y el cansancio, la silueta de Jesús acercándose parece un fantasma, a mitad de camino entre la realidad y la pesadilla. Como Iglesia, corporativamente, muchas veces carecemos de esta convicción de su presencia cercana y poderosa, que debiera desembocar en una visión optimista del plan divino de salvación.
Trasladémonos ahora al caso de San Pedro. Su petición de caminar sobre el agua hacia Jesús es una combinación de cariño y osadía. Si después el viento y el oleaje provocan su hundimiento, es permitido por su Maestro para enseñanza nuestra. Después de todo, es Jesús mismo quien lo anima a salir de la barca y caminar, a sabiendas de lo que va a pasar. Porque una vida cristiana profunda, lo que llamamos vida interior, es siempre como caminar más allá de las posibilidades humanas, allá donde se sienten más fuertemente la fragilidad de nuestra naturaleza y la desproporción de las altas metas que se nos proponen.
La cercana fiesta de la Asunción de la Virgen al cielo nos anima a caminar confiadamente sobre las aguas de la vida hacia la patria celestial.
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