por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias
Martes 15 de julio de 2014
El otro día a propósito
de un chascarro de un diputado
me dejó pensando en todo lo penoso
que encubre el miedo al ridículo.
Es un miedo muy sui generis,
ya que en realidad
no se teme al ridículo en sí,
sino la pérdida de control
sobre las propias facultades.
De hecho, el ridículo controlado
es algo que mucha gente inteligente
maneja como argumento de sociabilización.
El problema es hacer
el payaso sin darse cuenta,
convencido de estar
haciéndolo regio,
y de pronto recobrar
el sentido y retrospectivamente
ver una y otra vez ese lapso imbécil,
proyectado en rotativo
en el impecable cinerama del encéfalo.
En el fondo, bien en el fondo,
agotado ya el efecto inmunizador
de la soberbia juvenil,
el miedo al ridículo
es el miedo a la senilidad,
como si cada chascarro de ese tipo
fuera un aviso caminero
de la muerte: «Falta poco».
De ahí que una de las expresiones
más cómicas con que se suele comentar
los patinazos ajenos, esos instantes
en que el individuo se vuelve
una parodia de sí mismo
sin enterarse jamás
de que anda dando la noticia,
es una muy familiar
y cariñosa recomendación:
«Éntrese, tío».
O mejor: «Déntrese, tío».
A los niños les gusta hacer reír,
y de hecho están dispuestos a sacrificar
hasta esos símbolos cométicos de poder
que los adultos llamamos pomposamente
«dignidad» con tal de convertirse
en un núcleo radiante de carcajadas,
pero llega el momento en que comprenden
que la risa ajena también puede ser una agresión.
Aunque no sé si tenga alguna relación con ello,
resulta por lo menos curioso constatar
que eso ocurre más o menos a la misma edad
en que se dan cuenta del lado risible de los viejos:
bocas desdentadas, dentaduras en un vaso de agua,
pronunciación extraña de algunas palabras,
anacronismos varios, tozudez inexplicable.
La risa, la decrepitud y la muerte
quedan así vinculados para siempre,
soldadas en una sola pieza.
La carcajada de los villanos
en los monos animados adquiere
de súbito un sentido terrible.
Los payasos,
que eran sólo desagradables,
ahora se vuelven terroríficos.
Quizás por eso,
por esa férrea trabazón
entre risa y muerte,
los adultos más tontos
suelen perder
todo rastro de buen humor,
quedándose apenas
con una hilacha de risa vulgar
para ejercitar de cuando en cuando
las comisuras de los labios.
Sin humor, sin esa risa plena
de la inteligencia,
uno entra anestesiado al infierno
de volverse gagá por anticipado,
sin oponer la menor resistencia,
totalmente aturdido
por una adultez cretina,
autorreferente
y sumamente irritable,
que envidia de puro vinagre
las fiestas ajenas
y que se desvela
por hacer callar a los demás,
aunque el mayor ruido
lo haga ese ser monstruoso y risible
que cada mañana se aparece en el espejo
con sus morisquetas vagamente humanas...
Me gusta tanto tu Blog. Es todo un ejemplo de solidaridad en el más amplio sentido, sólo la única pena es que se llame Georgians...es Georgeans. No hay caso de que entiendan la ontología...dale con Georgians, como que viniéramos de Ucrania. Cariños. HP
ResponderEliminarTal vez la confusión estriba en que el anuario del colegio llevaba por nombre The Georgian,
ResponderEliminaral igual que uno más antiguo, de un St. George's College a cargo de la Iglesia Anglicana de Todos los Santos en Quilmes, fundada a fines del siglo XIX.
Si bien es cierto lo que apunta Hernán, Georgia no sólo tiene connotaciones Ucranianas. Para los amantes del golf, pensar en Georgia es pensar en los campos de Augusta, o en Ray Charles: Georgia in my mind...(para no hacer alusión a la Coca-Cola, CNN & others)
Necesitamos un nuevo Ray Charles que componga el himno de los Old Georgeans:
Algo así como, Georgeans in my mind...
Salomónica
Eliminarel correo dice GEORGIANS, el encabezado del blog GEORGEANS
CASO CERRADO
afectuosamente
http://www.stgeorges.edu.ar/quilmes/historia/
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