Hoy laceamos el animal imaginario
que correteaba por el color blanco.
Purgatorio - Raúl Zurita
Dicen que para comunicarse
los inuits o esquimales
que viven en las inmediaciones
de las regiones polares septentrionales,
poseen al menos un par de decenas de palabras
-algunos hablan hasta de medio centenar-
para catalogar los diferentes tipos de blanco
que adquiere la nieve y el hielo.
Dicha diversidad de vocablos
tiene una finalidad más bien práctica
aunque es imposible sustraerse al asombro
de tal capacidad contemplativa y descriptiva
-aunque sea solamente por razones de supervivencia-
como por ejemplo para describir los tipos de nieve
potencialmente peligrosas para transitar sobre ellas.
Al contemplar en estos días invernales
los cerros que circundan Santiago
-y desprendidos de todo ánimo utilitarista-
igual sentimos que nos faltan vocablos
para dar cuenta del impacto en la retina
de tal grado de claridad reflejada.
Este soberbio espectáculo de singular belleza
nos sensibiliza y nos permite descubrir
a cada momento nuevos matices albos,
con diversas texturas que la nieve espolvoreada
se encarga de repartir entre arbustos y árboles
o cubriendo la hierba y terrenos pedregosos
y sentimos que es absolutamente insuficiente
reducir a un solo vocablo
y de forma tan genérica y simplista
la riqueza cromática que no podemos describir.
Matices verde o rosa,
diversas categorías de grises claros;
el contraste de una variedad luminosa
contrastada con los roqueríos lavados
y la oscura tierra mojada.
Los cerros se nos vienen encima
como una maravilla que no alcanzamos
a comprender, solamente agradecer.
Alcanzamos a reconocer a mediodía,
contemplando el contorno
de la cordillera de la Costa,
en las laderas de Chicauma,
al norte del valle de Santiago,
la textura las laderas
en que se agrupan
los bosques de nothofagus,
y al otro lado,
en su contraparte andina,
la silueta de un cóndor
sobrevolando en círculos
recortado su oscuro perfil distintivo
enfrentando los riscos del cerro Provincia.
La sombra de un árbol
contemplado a distancia
se manifiesta en su silenciosa sutileza
sobre este mantel blanco
que cubre casi completamente
el entorno cordillerano.
En mi caso, sin tener vocabulario
sólo contemplo en silencio dicha variedad
que se despliega a medida que transcurre el día
mientras va cambiando constantemente el clima;
asomándose gloriosamente por momentos el sol,
para semiocultarse quedando traslúcido
tras una delgada nube, y largándose a llover al poco rato
en la medida que se configura un cielo encapotado
y aparece más tarde una nubosidad baja clausurando el paisaje.
El día concluye,
asomándose el sol por el poniente
iluminando el paisaje de costado
bajo un techo compacto nuboso.
La atmósfera diáfana que revela
el follaje de hojas lavadas por la lluvia,
pone cada detalle en valor, renovando todas las cosas.
A veces creemos ver zonas verdosas
en el glaciar La Paloma y las cumbres del Plomo
y cuando oscurece aún queda una sorpresa:
la luna se encarga de realzar
el majestuoso Manquehue
y el conjunto de cordones
de ambas cordilleras
que parecieran salpicados
de genuino polvo selenita...
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