Escribir respetando
las pausas del pensamiento;
las pausas que toma
hacer o decir cada cosa.
Para ir de este modo,
conformando
la belleza de una obra,
la pausa del sueño o del olvido,
del juego y la risa,
la pausa del temor
o de la misma escritura,
cuando desaparece incluso el tiempo.
El olor a tierra:
el aroma de todo lo comprensible
y claro de este mundo.
Hundir las manos en la tierra
como queriendo desenterrar
las inquietudes
sobre el misterio de estar vivo
y del arte de la poesía.
Trabajar la tierra, con la pura piel,
desentraña palabras como raíces,
como semillas que dan frutos.
El fruto de la comprensión,
del entendimiento,
de la fe, a fin de cuentas;
escribir poesía como si se rezara.
El recogimiento del alma
hablar del silencio necesario
para escuchar o rezar
o rezar y escuchar
y, finalmente, entender
el amor, humilde y generosamente.
La sonrisa de la persona amada
como el encanto
de la fugacidad, sin ataduras.
Poemas etéreos,
en el sentido de ser
desprendidos, probabilísticos.
Ante la pregunta qué es la vida:
Algo que va y viene, le dijo la marea.
A veces también se trata,
con esa misma humildad,
de entender que no se entiende:
No comprendo la continuidad
de las partículas de agua,
no comprendo su acción,
su recorrido
no comprendo
la imagen de este espejo,
no comprendo la realidad
en el reflejo de mi rostro.
Podemos haber partido
sin llegar a comprender
muchas cosas.
No sabemos.
Lo que sí podemos decir
es que la poesía
contiene un marcado compromiso
con el ser poeta, reflejado
en una irreductible fidelidad a sí mismo.
A fin de cuentas,
una escritura es una
que denote puro amor a la verdad.
Apuntes de una reseña
acerca de una poeta que ya partió:
Ximena RIvera
Obra Reunida
Ediciones Inubicalistas
Valparaíso, 2013, 137 páginas.
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