Diario El Mercurio, Domingo 04 de mayo de 2014
Sexo, mentiras y videos
"En algún momento de mi vida debo haber sido un niño algo bobo, aunque estoy bastante seguro de que dejé de serlo hace años. Con su video, sin embargo, el Gobierno volvió a tratarme como un infante algo lerdo..."
El título de esta columna está tomado del nombre de una película ochentera que en su momento generó polémica por lo subida de tono. La volví a ver hace poco tiempo y me dio un poco de ternura el modo en que 25 o 30 años después las cosas que antes nos escandalizaban hoy parecen un juego de niños.
En cinco años más, por ejemplo, el video que el Gobierno difundió esta semana para defender su proyecto de reforma tributaria -y que generó gran polémica- podría ser una pieza propagandística inofensiva, ingenua y pastoril.
Claro, porque si seguimos por esa línea, lueguito vamos a alcanzar el tono en que se comunican los adversarios políticos en Argentina, Colombia, Ecuador o Venezuela. Eso es preocupante. Si bien creo que todavía falta tiempo para que lleguemos a dichos niveles de odio. Aún podemos disfrutar algunos meses de paz y tranquilidad.
Pero más que el asunto ético envuelto en el asunto de los videos, lo que por ahora más me preocupó fue el tema estético.
Siempre me ha irritado mucho que me traten como a un niño bobo.
En algún momento de mi vida debo haber sido un niño algo bobo, aunque estoy bastante seguro de que dejé de serlo hace años.
Con su video, sin embargo, el Gobierno volvió a tratarme como un infante algo lerdo.
"No tengan miedo, la reforma tributaria va a atacar solamente a los ricos y famosos, a los poderosos, porque a la clase media no le vamos a tocar ni un pelo, las secretarias se van a poder desquitar de sus jefes", eran los mensajes, dichos más o menos de este modo, que transmitió el video del Gobierno.
Es como si los creativos audiovisuales contratados por la autoridad, acosados por la premura, no les hubiese quedado más opción que recurrir a los cuentos más elementales que tenían a su disposición para inspirarse. Así fue como plagiaron historias como "El príncipe y el mendigo" (para ilustrar la eterna lucha entre privilegiados y desposeídos), "La Cenicienta" (el abuso de la clase dirigente sobre la clase trabajadora), "La Caperucita Roja" y "Los Tres Chanchitos" (el lobo, que representa a los poderosos, siempre es el malo), "Blanca Nieves" (los enanitos son la esforzada clase media), "La Bella y la Bestia" (por lo del jefe y la secretaria, siempre regia).
El resultado fue una pieza audiovisual de dudoso gusto y tintes del género del horror, porque llama al enfrentamiento entre dos mundos opuestos.
Es impresionante volver a leer los cuentos de hadas de la primera infancia con los ojos de hoy. Están llenos de mensajes políticos subliminales. Y repletos de imágenes que a uno lo llenaban de miedos y de prejuicios que quedaban puestos en nuestros subconscientes desde el kindergarten.
Pero no era grave, porque cuando a uno los fantasmas de los cuentos de hadas lo acosaban en las noches, aparecían nuestras madres para decirnos "no te preocupes, son historias ficticias, no ocurren en la vida real".
Pero aquí es distinto: las bestias, los príncipes, los lobos y las madrastras que habitan nuestra sociedad sí tienen que temer, porque, como advirtió el video del gobierno, la mano se les viene pesada.
Y no es cuento
En cinco años más, por ejemplo, el video que el Gobierno difundió esta semana para defender su proyecto de reforma tributaria -y que generó gran polémica- podría ser una pieza propagandística inofensiva, ingenua y pastoril.
Claro, porque si seguimos por esa línea, lueguito vamos a alcanzar el tono en que se comunican los adversarios políticos en Argentina, Colombia, Ecuador o Venezuela. Eso es preocupante. Si bien creo que todavía falta tiempo para que lleguemos a dichos niveles de odio. Aún podemos disfrutar algunos meses de paz y tranquilidad.
Pero más que el asunto ético envuelto en el asunto de los videos, lo que por ahora más me preocupó fue el tema estético.
Siempre me ha irritado mucho que me traten como a un niño bobo.
En algún momento de mi vida debo haber sido un niño algo bobo, aunque estoy bastante seguro de que dejé de serlo hace años.
Con su video, sin embargo, el Gobierno volvió a tratarme como un infante algo lerdo.
"No tengan miedo, la reforma tributaria va a atacar solamente a los ricos y famosos, a los poderosos, porque a la clase media no le vamos a tocar ni un pelo, las secretarias se van a poder desquitar de sus jefes", eran los mensajes, dichos más o menos de este modo, que transmitió el video del Gobierno.
Es como si los creativos audiovisuales contratados por la autoridad, acosados por la premura, no les hubiese quedado más opción que recurrir a los cuentos más elementales que tenían a su disposición para inspirarse. Así fue como plagiaron historias como "El príncipe y el mendigo" (para ilustrar la eterna lucha entre privilegiados y desposeídos), "La Cenicienta" (el abuso de la clase dirigente sobre la clase trabajadora), "La Caperucita Roja" y "Los Tres Chanchitos" (el lobo, que representa a los poderosos, siempre es el malo), "Blanca Nieves" (los enanitos son la esforzada clase media), "La Bella y la Bestia" (por lo del jefe y la secretaria, siempre regia).
El resultado fue una pieza audiovisual de dudoso gusto y tintes del género del horror, porque llama al enfrentamiento entre dos mundos opuestos.
Es impresionante volver a leer los cuentos de hadas de la primera infancia con los ojos de hoy. Están llenos de mensajes políticos subliminales. Y repletos de imágenes que a uno lo llenaban de miedos y de prejuicios que quedaban puestos en nuestros subconscientes desde el kindergarten.
Pero no era grave, porque cuando a uno los fantasmas de los cuentos de hadas lo acosaban en las noches, aparecían nuestras madres para decirnos "no te preocupes, son historias ficticias, no ocurren en la vida real".
Pero aquí es distinto: las bestias, los príncipes, los lobos y las madrastras que habitan nuestra sociedad sí tienen que temer, porque, como advirtió el video del gobierno, la mano se les viene pesada.
Y no es cuento
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