Un medalla olímpica tirada a las aguas del río Ohio...‏


MARCELO SIMONETTI, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 2 DE MARZO DE 2014
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Simplemente, Alí





Vuelvo a leer la columna de Alberto Salcedo Ramos en la página elpuercoespín.com.ar y es imposible evadir el desasosiego. El cronista colombiano escribe en segunda persona un hermoso texto, suerte de interpelación a Muhammad Alí, a propósito de que el 25 de febrero se cumplieron 50 años de la pelea con Sonny Liston, que le valiera la obtención del título de campeón del mundo.
Reviso las escenas de ese combate en el que Alí -aún bajo el nombre de Cassius Clay, que luego cambiaría por considerarlo un símbolo de la dominación blanca- convierte el cuadrilátero en una suerte de pista de baile. Sus plásticos movimientos para esquivar los puños de Liston y luego improvisar un ataque llevaron a los especialistas a decir que Alí “flotaba como una mariposa y picaba como una abeja”. Tenía poco más de 20 años -en 1960 había ganado para los Estados Unidos la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma- el día en que enfrentó Liston, uno de los 10 mejores pesos pesados de la historia, y tras seis asaltos éste no pudo levantarse de su sillín para seguir defendiendo su corona.
La admiración que despertó Alí esa noche, se convertiría en odio una vez que dejó de ser el negro que divertía a los blancos con sus puños y bravatas. Nada más conseguir la corona, anunció su cambio de nombre y su conversión a la fe musulmana. Esto y sus declaraciones en favor de los derechos civiles de los negros lo convirtieron en el enemigo de la sociedad norteamericana, los medios lo atacaron y una de las asociaciones -la WBA- le quitó el cinturón que había ganado un mes antes.
Alí ya conocía esa odiosidad. Luego de conseguir la medalla de oro en Roma, volvió a su pueblito, Louisville, y quiso entrar a comer unas hamburguesas en un restorán. El administrador le dijo que ahí no atendían a los negros. Alí respondió que acababa de ganar una medalla de oro para Louisville, la puso en la mesa, se sentó y repitió que quería comer dos hamburguesas. No pudo; el administrador, con la ayuda de sus empleados, lo forzó a dejar el lugar. Entonces se fue a orillas del río Ohio y tiró su medalla a las aguas. “Si esa cosa no me servía para comer un par de hamburguesas, en el pueblito donde vivía, pues no valía nada”, cuenta en el documental Muhammad Alí-Then and Now.
Como bien dice Salcedo Ramos, Alí, a diferencia de los demás boxeadores, no decidió subir al ring para matar el hambre, sino para hacerse oír. En la sinopsis del documental Los juicios de Muhammad Alí -que acaba de estrenarse-, se ve que habla frente a la cámara: “Lo voy a decir claramente en la televisión. No. No pienso ir a 150 mil kilómetros de aquí para ayudar a asesinar y aniquilar a otro pobre pueblo, simplemente para dar continuidad al proceso esclavizador del hombre blanco sobre la gente de tez más oscura”.
Vietnam estaba en su peak y Alí era llamado a las filas del Ejército. No dudó en ir hasta el cantón de reclutamiento, pero una vez ahí, cuando el oficial voceó su nombre para que diera un paso adelante, se quedó quieto y mudo; desde antes había iniciado una campaña como objetor de conciencia y estaba dispuesto a pagar el precio bajo el cargo de desertor.
En esa línea, no fue la pelea con Liston la más compleja de su carrera, tampoco la derrota con Joe Frazier ni la épica batalla en Kinshasa contra George Foreman. El mejor combate que libró Alí fue el que emprendió contra la propia sociedad estadounidensetan injusta como discriminadora. Fue una batalla dura, pero el tiempo terminó por levantar el puño a Muhammad Alí en señal de victoria. Qué lástima que no haya vuelto a nacer otro como él.

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