La noche no es de consignas, sino de sensibilidades. No cuelgan lienzos ni destellan gritos desde las graderías, sólo surge una ligera rechifla cuando un presentador saluda a personeros de gobierno. El Teatro Caupolicán lucía anoche casi lleno para el debut formal de Joan Baez en Chile, tras su trabado paso por un gris Santiago, en 1981.
Apenas telón de fondo y las luces imprescindibles reciben a la intérprete femenina más representativa de la canción protesta estadounidense. A escasa distancia, sus 73 años parecen un error de información. De negro, con largo pañuelo rojo y el cabello encanecido, irradia una energía jovial, impulsada por una sonrisa que sólo abandona cuando se compromete entonando canciones legendarias.
Su voz de soprano ha dado paso a tonos más graves sin perder dramatismo. Explicó en “spanglish” el sentido de God is God, original del cantautor Steve Earle, la primera de la noche. Al tercer tema, la composición tradicional irlandesa The Lily of the west, se sumaron el multiinstrumentista Dirk Powell y Gabriel Harris en percusión, hijo de la cantante. Continuó con La llorona, un son itsmeño mexicano. Las explicaciones en español salpicadas en inglés y viceversa antecedieron la trágica Deportees (plane wreck at Los Gatos), original de Woodie Guthrie.
Las versiones siguieron con Jerusalem, otra selección de Steve Earle. Al turno de Mi venganza personal, poema del revolucionario sandinista nicaragüense Tomás Borge, el público irrumpió en aplausos. La reacción emotiva persistió con Te recuerdo Amanda, de Víctor Jara.
Luego contó que la siguiente escala de la gira es Brasil y que aprovecharía de practicar cantando Cálice, de Chico Buarque. Empalmó con el clásico de clásicos, The house of the rising sun, incluyendo un breve solo de bajo de Powell, mientras Harris aplicaba una sutil percusión en címbalos. Al turno de Give me cornbread when I’m hungry, Baez bailó con Powell, en tanto el público avivaba con palmas.
La lista de ineludibles se engrosó con Joe Hill, cantada por Baez en Woodstock 69, y el crimen pasional relatado en El preso número nueve, de Roberto Cantoral. Coros masivos acompañaron Como la cigarra y Volver a los 17, junto a Isabel Parra y la facción Coulón, de Inti Illimani.
Aunque Joan Baez no escriba lo que canta, domina por completo el arte de la interpretación.Las canciones no son suyas, tampoco de quienes las crearon, sino que las hace sentir como si fueran del público, de la masa, de esa gente por la que ha dado su vida sobre el escenario.
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No parece ser cierto, en rigor, que Joan Baez no escriba lo que canta. Es probable que no haya habido canciones de ella entre las que interpretó en Santiago, pero se le conocen, al menos, un puñado de temas de su autoría, yo al menos recuerdo la magnífica Diamonds and Rust compuesta por ella a partir de su relación sentimental con Bob Dylan en los años sesenta.
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