El regocijo en la intolerancia suele ser también una ruta a la violencia‏




ASCANIO CAVALLO, DIARIO LA TERCERA, MIÉRCOLES 12 DE MARZO DE 
2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/03/12/ASCANIO-CAVALLO/LA-SOMBRA-DEL-INTEGRISMO/



Michelle Bachelet inició ayer su gobierno en medio de un enjambre de interrogantes, quizás el más denso desde la restauración de la democracia. Las expectativas creadas por un programa de reformas con ciertas ambiciones estructurales se sostienen, por ahora, sólo en la confianza que forma el núcleo de su carisma público. Mientras no se pueda evaluar con nitidez la calidad de sus equipos, la fuerza de la Presidenta es ella misma.
Las expectativas son altas, y sería difícil considerar que ha tenido un comienzo óptimo. Entre otras cosas, cuatro subsecretarios perdieron sus cargos antes de asumir. Las razones difieren mucho entre uno y otro caso y aunque algunos han creído ver ciertos patrones políticos (secretismo, improvisación, desprolijidad), lo cierto es que lo único que tienen en común es una exacerbada sensibilidad, que sólo en la última línea se puede llamar política, hacia la reacción de los grupos de presión.
Esta sensibilidad no es nueva. Fue inaugurada por la misma Presidenta Bachelet en su primera administración y exacerbada por el Presidente Piñera con su nerviosismo ante la calle y las encuestas. No es nueva, y tampoco es injusta: el cambio social más importante de los últimos años es la superación del temor al conflicto y, con ella, la expansión de las demandas sectoriales sin importar que puedan ser minoritarias. Un gobierno que desoyera todas las expresiones públicas de este tipo perdería el sentido de realidad.
Pero al mismo tiempo, es un hecho que algunos grupos de presión encuentran en estos ambientes nuevos el caldo para cultivar las consignas por sobre las ideas resonantes o, lo que es más frecuente, cocinar a quienes consideran sus adversarios. Puede ser un fenómeno inevitable, pero una de las obligaciones del gobierno consiste en distinguir lo sonoro de lo importante.
Tanto las caídas de los subsecretarios como la demonización de algunos líderes de la ex Concertación (Camilo Escalona no es el primero, sino el último de una nómina ya larga) esconden, entre sus exigencias de “pureza”, una especie de deseo de venganza contra la transición, como si en lugar de ser un período histórico se tratase de una bacanal pecaminosa. Quizás sea una ironía que la democracia produzca su propio integrismo, aunque el regocijo en la intolerancia suele ser también una ruta a la violencia.

La crítica de la transición no es lo mismo que el desquite contra ella; por el contrario, este último sólo parece una renuncia intelectual. Si se entiende que la Nueva Mayoría es la primera muestra de una nueva articulación en la política chilena, entonces la superación de la transición es más probablemente ese conglomerado, antes que todo el despliegue de los que en las elecciones se erigieron como representantes de la calle. Esos representantes no llegaron ni al 3% y se ganaron un lugar en el panteón de lo que Marcelo Mellado ha llamado, acaso con algún dolor, la “izquierda estúpida”.
Pero es evidente que muchos de ellos tratarán de obtener en la calle lo que no consiguieron en las urnas, tal como los nuevos dirigentes estudiantiles intentarán ser más izquierdistas que sus antecesores, cumpliendo esa vieja fatalidad ideológica. La principal amenaza de Bachelet no es la calle, sino el espejismo que a veces la confunde con otras cosas, como el pueblo.

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