por Lorena Guzmán
Diario El Mercurio, Vida Actual, sábado 15 de febrero de 2014
Fertilizar los océanos,
simular los efectos de erupciones volcánicas
o incluso utilizar polvo de asteroides
son algunas de las tecnologías
que estudia la geoingeniería o ingeniería del clima.
Muchos son cautelosos frente a ellas,
otros piensan que el remedio
puede ser peor que la enfermedad.
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Enormes paraguas reflectores orbitando la Tierra
para desviar parte de la radiación solar
o gigantescas chimeneas emitiendo gases
como si fueran volcanes con el mismo fin,
son algunas de las propuestas
que buscan solucionar, en parte,
lo que el hombre no ha podido dejar de hacer:
emitir contaminantes a la atmósfera
y cambiar aceleradamente el clima del planeta.
Estas son las ideas de la geoingeniería,
o ingeniería del clima, la que genera pocos adherentes,
muchos sentimientos de reserva y otros tantos de rechazo.
Por primera vez, en 2013, la geoingeniería
fue una de las posibles soluciones
que el informe del Panel Intergubernamental
para el Cambio Climático de Naciones Unidas
propuso como medida de mitigación del cambio climático.
La idea causó resquemores y aplausos,
aunque nadie aún puede decir si será factible o eficiente.
Steve Rayner, del Programa de Geoingeniería
de la Universidad de Oxford (Reino Unido),
dijo a la BBC que para esto no hay una respuesta simple,
pero que sería irresponsable no explorar el potencial
para entender las tecnologías de la mejor manera que se pueda.
Pero el tema es mucho más complejo
que solo el análisis de factibilidad de las ideas propuestas.
"A mucha gente no le gusta porque,
por un lado, no está claro
que la tecnología nos dé para realizarla
y, por otro, no conocemos
todas las consecuencias que ellas puedan traer",
asegura Maisa Rojas, profesora
del departamento de Geofísica de la Universidad de Chile
e investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2.
"No se pueden hacer experimentos a escala global,
porque es el único planeta que tenemos", continúa,
"por lo que hay aspectos éticos y morales
sobre quién tiene el derecho de hacer algo que nos afecta a todos".
Raimundo Bordagorry, investigador del Centro de Energía
y Desarrollo Sustentable de la Universidad Diego Portales, concuerda.
"Sean buenos los efectos o no,
como son a escala planetaria
es necesario generar un consenso político global.
El que alguien pueda controlar el clima,
aunque sea en parte, puede ser usado como un arma".
Pero el principal problema,
para Maisa Rojas -como para muchos-,
es que la geoingeniería
puede distraer la atención del problema real,
el disminuir las emisiones.
"Se estimó que el que la temperatura promedio del planeta
suba hasta dos grados Celsius, sería un cambio aceptable,
para que tanto humanos y ecosistemas puedan adaptarse.
Pero algunos aseguran que para llegar a esa meta
necesitamos emisiones negativas, es decir,
sacar CO2 del sistema.
Muchos piensan que no hay
otra manera de limitar el cambio climático,
a menos que sea con estas técnicas agresivas", asegura.
Por eso se está trabajando principalmente
en dos líneas (ver recuadro):
extraer CO2 de la atmósfera
y disminuir la radiación
que llega del Sol a la Tierra.
En esta última, por ejemplo,
desde 2012 científicos
de la Universidad de Strathclyde (Escocia)
están analizando la posibilidad de utilizar
una nube de polvo de asteroides
como barrera ante la radiación solar.
La idea es trasladar un asteroide
al punto entre la Tierra y el Sol,
donde la gravedad de ninguno
de los dos lo afectaría,
para luego liberar su polvo.
Este formaría una nube
que disminuiría el impacto
de los rayos del Sol a la Tierra.
Si la disminución alcanza
a 1,7%, eso sería suficiente
para impedir, por lo menos,
que la temperatura aumente sobre 2°C.
De momento, la idea no se puede realizar
porque los asteroides más cercanos
son demasiado grandes para poder manipularlos.
Otra forma de evitar la radiación,
cuenta Raimundo Bordagorry,
es imitar el efecto de las erupciones volcánicas.
En 2012, investigadores
de las universidades Harvard y Carnegie Mellon,
analizaron el costo que tendrían sistemas capaces
de transportar anualmente cerca
de un millón de toneladas de aerosoles
-cuyo efecto es similar al del polvo volcánico-
a alturas de entre 18 y 25 km sobre la superficie.
Los especialistas aseguran
que la tecnología de base ya está disponible
y que costaría 5 mil millones de dólares al año,
mucho menos que el valor de reducir emisiones.
Las partículas podrían ser diseminadas
con aviones especialmente acondicionados,
o con enormes chimeneas, o, incluso, con dirigibles.
Pero aunque esto fuera realmente posible,
advierte Maisa Rojas, sus efectos secundarios
son totalmente desconocidos.
"Estaríamos interviniendo
aún más el ciclo del carbono,
algo que no conocemos bien del todo", dice.
Un estudio publicado a principios de año
en la revista Environmental Research Letters,
asegura que emular a los volcanes
tendría consecuencias más graves
que lo que se trata de solucionar.
Según el reporte, si bien esta tecnología
podría bloquear el aumento de la temperatura global,
al mismo tiempo disminuiría en más de un tercio
las lluvias en parte de Sudamérica, Asia y África,
aumentando considerablemente las sequías.
Dudas también produce la fertilización de los océanos.
Científicos del Instituto Alfred Wegener de Alemania,
utilizaron hierro para fomentar la aparición
de fitoplancton, que se alimenta de CO2 , en el océano.
Si bien la primera vez, en 2004,
la mitad de los microorganismos
se hundieron más allá
de los 100 metros de profundidad,
asegurando que el CO2
se quedará ahí por más de un siglo,
en 2009 los resultados fueron opuestos.
Hay que seguir investigando, dicen.
Más natural
Pero no todas las alternativas
de geoingeniería son tan invasivas.
"Una de las fuentes más importante
de carbono es el suelo", dice Carlos Bonilla,
profesor del Departamento
de Ingeniería Hidráulica y Ambiental
y del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable
Cedeus de la Universidad Católica de Chile.
La misma tierra inerte
y la materia orgánica que contiene
son formas de almacenamiento de carbono.
Por eso él y su equipo están trabajando
en definir la capacidad que tiene
el suelo chileno de capturar CO2.
"Los primeros 20 centímetros
son los más activos en la captura de carbono,
pero mientras más profundo,
menos capacidad tiene", explica el especialista.
Por eso es tan importante
evitar los incendios y la erosión,
porque estos devuelven
al ciclo el carbono que la tierra
ha guardado por años.
"La capacidad de captura depende
del tipo de materia orgánica que tiene el suelo.
Son tres grandes tipos.
Los primeros son los que
se reciclan cada tres o cuatro años,
luego están los que logran conservar
el CO2 entre 20 y 50 años,
y por último los que lo conservan
por más de mil años", explica.
El problema es que justamente
estos últimos son los que más interesan,
por ser los más vulnerables
a la deforestación, erosión y agricultura.
Europa, cuenta, ya tiene
su primer mapa de carbono
para definir el futuro uso de sus suelos.
Chile aún no lo tiene,
a pesar de que su capacidad de captura,
especialmente en el sur, llega al 28%,
mientras que el promedio mundial
es de 1 o 2%, en el mejor de los casos.
Por eso es necesario, puntualiza,
saber dónde se puede intervenir y dónde no.
En el 2010, la Convención
de Diversidad Biológica de Naciones Unidas
decretó una moratoria para los experimentos
de geoingeniería en el mar y en el espacio,
con excepción de estudios científicos a pequeña escala.
Técnicas propuestas
Mejoramiento del porcentaje de radiación:
aumento de la capacidad reflectante de las nubes
o de la superficie terrestre, para que
parte del calor del Sol sea devuelta al espacio.
Reflectores espaciales:
bloqueo de una pequeña parte de la luz solar.
Aerosoles estratosféricos:
introducción de partículas a la termosfera
para reflejar parte de la luz solar.
Forestación:
plantar árboles a escala global.
Biocarbón:
quema de biomasa o material vegetal
para utilizarlo como fertilizante
para atrapar su carbono en el suelo.
Bioenergía con captura y aislamiento:
cultivo de biomasa y posterior quema
para producir energía capturando
y aislando el CO2 generado en el proceso.
Captura del aire ambiental:
extracción del CO2 directamente del aire
y posterior almacenamiento.
Fertilización oceánica:
añadir nutrientes al mar
para aumentar la producción de fitoplancton,
que absorbe CO2 de la atmósfera.
Meteorización aumentada:
exposición de minerales que reaccionan
con el dióxido de carbono de la atmósfera
y almacenamiento de los compuestos resultantes
en los océanos o bajo tierra.
Aumento de la alcalinidad oceánica:
moler, dispersar y disolver
distintos tipos de roca en el mar
para aumentar su capacidad
de almacenar carbono
y mejorar la acidificación del océano.
Fuente: Programa de Geoingeniería de Oxford
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